Cualquier profesional de la psicología sabe que debe basar sus intervenciones en la mejor evidencia empírica disponible, tal y como se refleja en nuestro código deontológico. De esta manera es como nos aseguramos de obtener el máximo beneficio posible de los recursos disponibles. Sin embargo, en el área de las psicoterapias, la toma de decisiones basada en la evidencia no es siempre tan evidente.

Cuando se han comparado los efectos de miles de estudios a lo largo de los años, se ha constatado la eficacia de la psicoterapia para conseguir cambios en los pacientes. Así, Norcross y Wampold  (2018) encontraron un tamaño del efecto medio, medido con la d de Cohen, de entre 0,80-0,85 al comparar psicoterapia frente a no psicoterapia. Sin embargo, los mismos autores publicaron que el tamaño del efecto medio cae drásticamente hasta el 0,00-0,20 al comparar diferentes tipos de psicoterapia, ejemplificando lo que se conoce como fenómeno de equivalencia.

A pesar de que los resultados empíricos son relativamente recientes, este fenómeno de equivalencia de resultados en psicoterapia fue anticipado tempranamente en la historia de la psicoterapia. Ya en 1936, Rosenzweig enunció lo que denominó como el “veredicto del pájaro Dodo”, en referencia al ave que aparece en el cuento de Lewis Carrol, Alicia en el país de las maravillas, que determina tras una carrera que “todos han ganado y todos deben tener su premio”. Así, bajo esta denominación, Rosenzweig planteaba la existencia de determinados factores comunes a todos los modelos terapéuticos, tales como la capacidad de inspirar esperanza por parte del terapeuta, que podrían explicar parte de los resultados obtenidos en psicoterapia.

Una década más tarde, Franz Alexander y Thomas French (1946), pertenecientes a la nueva tradición de psicoterapias psicoanalíticas que permitieron la aparición de psicoterapias más breves, introdujeron el concepto de “experiencia emocional correctiva”. Hace referencia a la vivencia de la relación terapéutica que podía predecir el éxito terapéutico, independientemente del modelo utilizado. Posteriormente, Carl Rogers (1957) también defendió la particular relación humana que se establecía en consulta como factor fundamental del cambio.

Ya en los años 90, Michel Lambert estimó que los factores comunes a los diferentes modelos psicoterapéuticos podían llegar a explicar hasta el 30% de la varianza del cambio de un paciente, mientras que el efecto diferencial de la técnica explicaría el 15% (Lambert, 1992). Es decir, desde principios de los años 90 del siglo pasado ya sabemos que además de conocer las técnicas específicas, se hace imprescindible reconocer la importancia de los factores comunes a las psicoterapias. En palabras de Jerome Frank, el gran impulsor de este enfoque, cada vez tenemos más claro que la técnica no es en absoluto irrelevante en los resultados, pero el éxito de una técnica determinada dependerá de la capacidad del terapeuta de adaptarla a las características del paciente (Frank, 1961).

Actualmente, Norcross y Lambert (2019), en el estudio de los efectos diferenciales de las psicoterapias, han estimado que aproximadamente el 10% de la varianza del cambio producido tras un proceso de psicoterapia se debe al método terapéutico empleado, mientras que el 15% se debe a la relación terapéutica que se establece. Más allá del debate que pueda suscitar esta estimación y de la variabilidad respecto a los modelos estimativos previos, parece innegable el peso fundamental del vínculo terapéutico a la hora de conseguir resultados con los pacientes.

Es decir, tras casi un siglo de investigación en psicoterapia, el pájaro Dodo sigue vivo (como decía Marino Pérez) y cobra plena vigencia lo que Jung ya apuntó: conozca todas las teorías, domine todas las técnicas, pero al tocar un alma humana, sea apenas otra alma humana.