Uno de los planteamientos teóricos más influyentes en el estudio de la emoción sugiere que las expresiones faciales y los estados emocionales se encuentran bidireccionalmente relacionadas (Adelmann y Zajonc, 1989; Bower, 1981). En este sentido, cuando sentimos una emoción (imaginemos, por ejemplo, de alegría, tristeza, miedo, ira o asco, por ser las emociones básicas descritas por Darwin), entonces generamos un conjunto de movimiento faciales que las hacen reconocibles por los demás. Es decir, el estado emocional interno genera una expresión facial perceptible externamente. Lo contrario, y esto es lo que resulta algo más sorprendente, también parece ser posible. Es decir, que la expresión facial de una emoción, aunque sea de manera intencionada, es capaz de generar un estado emocional.

Esta relación entre expresión facial y estado emocional ha recibido mucha atención en la literatura científica. Históricamente, uno de los primeros argumentos acerca de la influencia de la expresión sobre la experiencia emocional vino de la mano de James y Lange (James, 1884; Lange, 1885). Estos autores postularon que la percepción de un estímulo provocaba una reacción fisiológica que, a su vez, conllevaba una emoción (estímulo-respuesta-emoción: Tengo pena porque lloro). Esta teoría iba en contra de otros planteamientos desarrollados más adelante por Cannon y Bard (Cannon, 1929; Bard, 1928), que sostenían que la percepción de un estímulo provocaba una emoción que, a su vez, desencadenaba un conjunto de reacciones fisiológicas (estímulo-emoción-respuesta: Lloro porque tengo pena). En cualquier caso, la teoría de James y Lange supuso un adelanto a lo que hoy se conoce como hipótesis del Feedback facial.

Según esta hipótesis, la percepción de una emoción provoca en el receptor una respuesta automática y muscular de ajuste con el estado emocional del emisor, encaminada a facilitar su reconocimiento (Niedenthal, 2007). Es decir, que la actividad muscular parece ser la responsable del reconocimiento, mediante un feedback sensorial muscular. Esta respuesta motora sinérgica que se genera en el receptor cuando observa la expresión de una emoción en el receptor puede no ser perceptible a simple vista. Sin embargo, parece contribuir a la activación de las áreas cerebrales relacionadas con el reconocimiento emocional.

El primer autor que formuló la hipótesis del feedback facial fue Tomkins (1962), quien propuso que la retroalimentación sensorial que llevan a cabo los músculos del rostro cuando nos enfrentamos a la imagen de una persona mostrando una emoción, pueden generar una experiencia emocional sin necesidad de que intervenga la cognición, es decir, antes de que se produzca el reconocimiento.

A partir de entonces, se han generado y se continúan generando una gran cantidad de experimentos para valorar si la actividad facial influye o no el reconocimiento de expresiones faciales emocionales. Podemos agruparlos en tres grandes grupos. En primer lugar, los que han analizado la capacidad para reconocer expresiones faciales de sujetos a los que se les restringe o limita la actividad muscular (por ejemplo, mediante inyecciones de Botox o mediante la colocación de un lápiz en la boca) frente a otros a los que no (por ejemplo, Alam, Barrett, Hodapp y Ardnt, 2008). En segundo lugar, los que han comparado la capacidad para reconocer expresiones faciales emocionales en situaciones de percepción activa (requiriendo al sujeto que expresase de forma voluntaria la emoción que estaban percibiendo) y pasiva (sin realizar ninguna actividad adicional) (por ejemplo, Dimberg y Söderkvist, 2011). Finalmente, los que han evaluado la actividad motora automática que genera la percepción de la expresión por medio de registros electromiográficos (por ejemplo, Künecke, Hilderbandt, Recio, Sammer y Wilhmem, 2014). En líneas generales, estos tres tipos de estudios han puesto de manifiesto que la expresión parece favorecer el reconocimiento emocional.

Estos resultados tienes importantes implicaciones, tanto desde el punto de vista teórico como práctico. A nivel teórico, nos dan pistas sobre la relación entre los mecanismos cerebrales implicados en la percepción y el reconocimiento emocional. A nivel práctico, nos permite predecir las consecuencias que, sobre el reconocimiento emocional, se puedan dar en pacientes con limitaciones en la expresión facial (enfermedad de Parkinson, hemiplejia, etc.), junto con las limitaciones en la interacción social que se puedan derivar.

Referencias

Adelmann, P. K., y Zajonc, R. B. (1989). Facial efference and the experience of emotion. Annual Review of Psychology, 40, 249–280.

Alam, M., Barrett K.C.,. Hodapp, R.M. Arndt K.A . (2008) Botulinum toxin and the facial feedback hypothesis: can looking better make you feel happier? J Am Acad Dermatol, 58 (6), pp. 1061-1072.

Bower, G.H (1981). Mood and memory. American Psychologist, 36, 2, 129–148

Bard, P. (1928). A diencephalic mechanism for the expression of rage with special reference to the sympathetic nervous system. American Journal of Physiology, 84, 490-515.

Cannon, W.B. (1929). Bodily Changes in Pain, Hunger, Fear and Rage. Nueva York: Harper & Row.

Dimberg, U. y Söderkvist, S. (2011). The Voluntary Facial Action Technique: A Method to Test the Facial Feedback Hypothesis. Journal of Nonverbal Behavior, 35(1), 17-33. doi: 10.1007/s10919-010-0098-6.

James, W (1884) What is an emotion? Mind, 9, 188-205.

Künecke, J., Hildebrandt, A., Recio, G., Sommer, W., y Wilhelm, O. (2014) Facial EMG Responses to Emotional Expressions Are Related to Emotion Perception Ability. PLoS ONE 9(1), e84053.

Lange, C.G. (1885) Om sindsbevaegelser: Et psyko-fysiologisk studie. Copehhagen: acob Lunds.

Niedenthal, P.M. (2007). Embodying emotion. Science, 316(5827), 1002–1005. doi: 10.1126/science.1136930

Tomkins, S. S. (1962). Affect, imagery, consciousness (Volume I: The positive affects). New York: Springer.