Tampoco este año se lo esperaba. A pesar de ello, no pegó ojo la noche del 23 de noviembre, la previa a la concesión del premio, pues su nombre sonaba más fuerte que en ediciones previas. Y su nombre fue el elegido. A Ana María Matute le han concedido el Premio Cervantes, el máximo galardón de la letras hispanas.  Por fin; merecidamente. Y dijo sentirse feliz, enormemente feliz.

No escribe para ganar premios, sino para su lectores, ha afirmado en alguna ocasión. Y sus lectores se han deleitado desde la década de los cincuenta con sus hermosas novelas: Los Abel, Primera memoria, Pequeño teatro, Los soldados lloran de noche, La torre vigía u Olvidado Rey Gudú, una de sus favoritas.

No demasiado prolija en producción, miembro de la generación de autores de los 50, superviviente de la guerra civil,  académica de la lengua, narradora de alegrías y tristezas, acaba de publicar una compilación de sus cuentos bajo el  título La puerta de la luna. Y dijo que Paraíso inhabitado, de 2008, sería su última novela; esperemos que así no sea.