La historia de la fotografía se asemeja tanto a la del periodismo que casi es la misma. Todas las tendencias que han existido en esta profesión se podrían analizar a través de la fotografía o el fotoperiodismo. La imagen habla por sí sola y suele estar presente en todas las facetas de nuestra vida. También hay imágenes que permanecen imborrables en nuestra memoria para siempre. Una de ellas es la famosa portada del National Geographic que retrataba a la niña afgana, Sharbat Gula. En ese momento, todos los fotógrafos querían emular a Steve McCurry, autor de la obra.

La fotografía cada día está más cotizada. Un lector asiduo a un periódico puede recordar con más facilidad una noticia, sus personajes, el espacio donde se ha producido e incluso la trascendencia de la acción por la fotografía. Por ello, se dice que una imagen vale más que mil palabras. Sin embargo, son muchos los medios de comunicación que suelen retocar las imágenes hasta el punto de manipularlas. Es aquí cuando debemos resaltar la función de la fotografía como testimonio fidedigno y transparente de la realidad. Si bien la información escrita puede deformar la verdad, la imagen en prensa debe captar el momento del hecho de forma fiel, constituyéndose como un medio de comunicación no verbal al servicio de los acontecimientos.

Desde la fotografía de aquella niña afgana, el interés por McCurry empezó a subir como la espuma y era considerado un referente en el trabajo de documentar hechos con la fotografía. De ahí la sorpresa cuando saltó la noticia de que había manipulado algunas de sus fotografías más célebres. Aquellas que habían dado la vuelta al mundo. ¿Y cómo se descubrió el engaño? El fotógrafo italiano Paolo Viglione fue a ver una exposición del artista y se percató de que una zona de la imagen estaba malamente clonada.

En el momento actual caracterizado por el cuestionamiento de la veracidad de los medios de comunicación, debemos apostar por una fotografía real. Una que incorpore el menor tipo de modificaciones éticas y estéticas posibles, para que los ciudadanos otorguen de nuevo a los medios de comunicación el papel social de la expresión de la verdad.

Algunos autores señalan que no hay nada malo en la manipulación fotográfica y nos recuerdan los casos de David Lachapelle y de Anne Leibovitz, cuyos trabajos se basaban, precisamente, en eso, en manipular. El problema ético viene cuando todo tu prestigio fotográfico se basa en hacer una foto documental directa y usas la manipulación a escondidas para mejorar tomas que no te salieron tan bien. Son conductas muy alejadas de aquella ética periodística que nos enseñaban en las facultades de periodismo bajo el título de «Deontología periodística».

Nada de todo esto parecía conocer la fotógrafa Vivian Maier, uno de los fenómenos en el mundo del arte más llamativos de los últimos tiempos. Maier, fotógrafa-niñera, acudía a todas partes siempre con su cámara colgada del cuello. Su especialidad eran los retratos de mujeres, ancianos o indigentes como gesto de identificación: Vivian era personal de servicio en la sociedad americana clasista de los 50 en EEUU y, como los rostros que tenía preferencia por retratar, pertenecía a un colectivo sometido por las clases acomodadas.

En 2013, un documental bajo el título de Finding Vivian Maier, dirigido por John Maloof, narra la personalidad de esta interesante mujer que, a lo largo de su vida, realizó más de 150.000 fotografías, para acabar falleciendo arruinada en un psiquiátrico en 2008, a la edad de 83 años. El propio documental hace hincapié en todos los esfuerzos que Vivian hizo por ocultar su obra. Quienes la conocieron aseguran que Maier hubiera odiado su fama estelar. Una exposición reúne ahora algunas de las mejores imágenes de la niñera-fotógrafa. La sala Kutxa Kultur Artegunea acoge 135 fotografías, 33 de ellas inéditas en España, de esta artista que logró la fama de forma póstuma.

Sala Kutxa Kultur: La fotógrafa revelada. Del 21 de junio al 20 de octubre de 2019.