Hay una filosofía de la ciencia, como hay una filosofía de la mente, de la religión o del arte. De todo lo que se mueva (y aun de lo que no) puede haber una filosofía, porque filosofar es al fin y al cabo preguntarse, sin restricciones, por el ser y el sentido de las cosas. Es natural por tanto que haya también una filosofía de la historia. Sin embargo (por razones históricas), los historiadores, hasta hace poco, no han querido saber nada de dicha filosofía; en público al menos , no querían dejarse ver en su compañía. Las cosas, no obstante, están cambiando.

Así como la física, llegado un momento de su desarrollo, tras la crisis de comienzos del siglo XX (relatividad general, teoría cuántica, etc.), tuvo que hacerse cuestión de su labor y los mismos físicos (Einstein, Schrödinger, Heisenberg) tuvieron que reconvertirse en filósofos de la ciencia, así también parece haber llegado un momento en la historia de la historiografía en que esta parece abocada a lo inevitable: hacer, de mejor o peor gana, filosofía de la historia; que no es en definitiva sino preguntarse por el sentido de lo que hace.

La razón por la cual la filosofía de la historia gozaba de tan mala fama era que esta se asociaba con la filosofía de la historia de Hegel (descendiente de la teología de la historia de san Agustín y con importantes prolongaciones en los diversos marxismos y los modelos histórico-biológicos de Spengler y Toynbee), cuya incontinencia e incongruencia parecía incompatible con la mesura  de los sobrios procedimientos científicos. Pero, pasado el tiempo, serenados los ánimos y acumulados los desafíos, parece de nuevo posible y necesario ponerse a pensar seriamente qué hacemos cuando hacemos historia, qué forma de existencia  (si alguna) tiene el pasado, qué grado de verificabilidad (o falsabilidad) tienen las tesis históricas, hasta qué punto cabe, y es deseable, una historiografía «objetiva», etc., etc.

Como en otras muchas cosas, los países anglosajones están llevando la iniciativa, con revistas como History and Theory, Rethinking History o Journal of the Philosophy of History. Pero en España tenemos valiosos estudios pioneros como los de José Antonio Maravall (Teoría del saber histórico, 1958) o, referido específicamente a la historia del arte, el de Enrique Lafuente Ferrari (La fundamentación y los problemas de la historia del arte, 1951), nutridos ambos en el pensamiento orteguiano. La coyuntura de la historiografía actual es delicada (si no lo fuera no sería urgente hacer filosofía de la historia), porque si se imponen las tesis posmodernas hoy dominantes en muchos ámbitos de la cultura y el pensamiento, el conocimiento histórico, la búsqueda de la verdad acerca del pasado, dejará de tener sentido.

Como la cuestión, sea cual sea la respuesta que se le dé, es ineludible, no la vamos a eludir en el nuevo máster universitario Sociedad y relaciones de poder en el mundo premoderno, que inicia la UDIMA el próximo curso.