Archivos de Autor: Esther Pascua

¿La mejor historiadora, la web?

Hace muchos muchísimos años, las comunidades humanas empezaron a escribir sobre su pasado. Los relatos de entonces transitaban entre lo literario, lo religioso y/o lo mítico con un estilo principalmente laudatorio. Actualmente construimos narrativas con un lenguaje científico-literario con el principal objetivo de separar lo falso de lo verdadero y de “neutralizar”, en la medida de lo posible, la ideología y creencias que subyacen a toda emisión de discursos. Sin embargo, entonces y ahora, escribir sobre el pasado era y es escribir sobre “nosotros” para conseguir entendernos, explicarnos, situarnos en el universo y en el tiempo.

Los temas, enfoques y protagonistas que merecían ser recordados y ensalzados han cambiado también: reyes, papas, monjes, nobles, generales y obispos, batallas y matrimonios regios, reinos y feudos comparten espacio actualmente con dirigentes sindicales, feministas, pueblos indígenas, mujeres, niños, clases sociales, naciones, la historia de la lectura o el silencio.

De nuevo, sin embargo, ni entonces ni ahora, la Historia ha consistido en saber sobre hechos y fechas, en acumular erudición sobre nombres, acontecimientos y lugares sino, bien al contrario, en la lucha por las visiones del pasado, por el curso de lo que recordamos, de lo que conmemoramos, de lo que legitimamos, de lo que explica lo que nos ha traído hasta aquí. Nunca la práctica de la historia ha sido, ni será, pasar un espejo por delante de una realidad que se refleja para el historiador; ni siquiera para aquellos que reclaman una objetividad “científica” de experto, como si vivieran ajenos a los paradigmas mentales de su época y a los contextos que les rodean.

Hoy en día este hecho se revela con una nitidez abrumadora ante la aparición de sistemas masivos de acumulación de información tan potentes como internet. Todas las preguntas fácticas históricas tienen una respuesta en la web. El sistema de enlaces de información, además, pone todavía más en evidencia una capacidad memorística y acumulativa por encima de la humana: cuanto más acercamos la lupa al pasado histórico más información y datos van apareciendo sin solución de continuidad. El interesado en los contendientes de la Guerra de los Cien años, por ejemplo, puede empezar por las principales batallas y acabar en la disentería hemorrágica que se llevó la vida del marido y el hijo primogénito de Katherine de Stafford. Perdido en el marasmo fáctico, quizá el lector se pregunte entonces si sabe más o menos que cuando inició su búsqueda. Allí está todo, pero se tiene la sensación de desorientación ¿qué falta?

Falta lo que debería aprender todo historiador o historiadora: que acumular información no es suficiente para “crear sentido”, para comprender lo que está en juego; para entender las permanencias y los cambios; para distinguir entre lo estructural y lo coyuntural, lo relevante y lo subsidiario, las causas y las consecuencias; para identificar los condicionantes que detonan una situación, los elementos comparados entre dos casos; para ofrecer explicaciones.

Esta es la formación que debería reclamar todo estudiante de historia y lo que los profesores de este Departamento intentamos explicar en nuestras asignaturas de Grado, a pesar de los requerimientos curriculares a los que nos obligan las enseñanzas regladas y es, sobre todo, lo que queremos enseñar en el Máster que vamos a poner en marcha el próximo septiembre. Por eso, allí vais a encontrar asignaturas que reflexionan sobre la epistemología de la historia, la sociología del conflicto, el arte como poder, los fundamentos del orden social, la relación entre multiculturalidad e identidad o las nociones espaciales y las formas de ocupación del territorio. Este master nos permite, por fin, tener una experiencia formativa profunda con la que poner los fundamentos de los marcos interpretativos y de los debates sobre el pasado que nos enseñen a investigar, que nos permitan hacernos con una brújula de navegación para entonces poder ir, tanto como necesitemos, a internet sin perdernos en el espacio virtual, sabiendo que la web no es la mejor historiadora, sino el mejor secretario.

800 años de Carta Magna inglesa

Año 2015: estamos en el 800 aniversario de la Carta Magna, uno de los documentos más importantes de la historia medieval inglesa. La Magna Charta Libertatum, carta magna de las libertades, fue un pacto entre Juan sin Tierra, rey de Inglaterra, y la nobleza del sur del reino, firmado el 15 de junio de 1215, en Sussex.

El pacto, así definido como pacem et libertates, se realizó en un momento de grave crisis política en el reino. Juan sin Tierra había perdido todas las posesiones francesas en el continente, desde Normandía hasta Anjou frente al rey francés Felipe II Augusto. Un rey medieval debía ser un guerrero triunfante que pudiera repartir riqueza entre sus vasallos o al menos defender las fronteras del reino. A esto se añadía que el papa Inocencio III había puesto entredicho al reino en el año 1208 durante 5 años y excomulgado al rey por su apoyo al emperador romano-germánico, Otón de Brunswick, su enemigo. De nuevo: un rey medieval tenía que estar en buenas relaciones con la Iglesia y el Pontificado si no quería ver su poder gravemente minado. En 1214, Juan sufrió la derrota de Bouvines frente a Francia y su situación se hizo muy vulnerable frente a unas familias nobles que vieron su momento de limitar el poder del rey.

sellodejuan

Los barones redactaron un documento de peticiones, Artículos de los Barones, que el rey rechazó. La reacción no se hizo esperar, los nobles rompieron su fidelidad, se sublevaron y tomaron Londres en mayo 1215. El rey no podía enfrentarse a toda su clase dominante y se vio obligado a negociar el 15 de junio de ese año. La Carta de Libertades que el rey firmó son 63 artículos. Ella misma explica la causa de su expedición: discordiam inter nos et barones nostros ortam, la discordia nacida entre los barones y el rey. La carta certifica, pues, los privilegios y derechos de la más alta nobleza en primer lugar y subsidiariamente el de la baja nobleza de los condados y las ciudades ante el rey. La palabra libertates significa en la carta, principalmente, la libertad, inmunidad y status superior de los nobles.

El objetivo de la Carta era recortar el poder de la que fue en los siglos XI y XII, la monarquía más poderosa y autónoma de su nobleza de toda Europa occidental, solo comparable con la Sicilia normanda, desde la conquista de la isla por William I o Guillermo I duque de Normandía. La distribución de la tierra a sus vasallos y fieles tras la conquista con un patrón de alta fragmentación geográfica, la vinculación de un alto número de tierras a la dinastía regia, la constitución normanda de castillos de la familia regia y de férreas condiciones en el vasallaje nobiliar dieron un poder al rey sin precedentes. Los monarcas que le sucedieron mantuvieron a los linajes nobiliarios dependientes del poder de la familia regia, creando un poder casi omnímodo sobre las rentas, los bosques, los oficiales y las tierras.

De la Carta Magna se ha dicho de todo: desde que era un documento sin precedentes, hasta que con ella se fundó el parlamentarismo inglés, las democracias occidentales o la concepción de los derechos humanos frente a la tiranía de la monarquía.

Los festejos a lo largo de todo este año en Inglaterra han ido desde celebraciones de genuino tono académico hasta marchas militares triunfantes ante el Primer Ministro y la Reina. Con el buen hacer de la British Library, se organizó una exposición que ha estado abierta hasta el 1 de septiembre de 2015, en la que se consiguieron presentar los 4 ejemplares de la Carta que existen, además de otros documentos que denotan una línea interpretativa específica como la Declaración de Independencia manuscrita de Thomas Jefferson, además de pinturas, estatuas, cerámicas, etc…

Podéis ver en la página de la Biblioteca una soberbia presentación de la Carta que va desde vídeos de humor hasta artículos de buenos expertos en historia del derecho, historia social o historia política de la Inglaterra medieval. httpa://www.bl.uk/magn-carta

Las visiones juridicistas del derecho del siglo XIX, que consideraban la Carta Magna como el primer constitucionalismo político, la limitación del poder regio por un parlamento, precedente del mundo moderno han dado paso a visiones socio-políticas más ajustadas a los hechos del siglo XII. La nobleza inglesa perseguía consolidar su poder y poner límites a la intervención de los representantes del rey en sus señoríos, es decir, pretendía confirmar sus fueros, privilegios e inmunidades legales, sociales y económicos. Los grupos dominantes, pues la carta está firmada por 10 miembros del clero y 17 de la nobleza laica, se presentan como los defensores de los “intereses del reino”, se presentan como la encarnación del cuerpo político (communa tocius terre); su consenso es el que asesorará al rey (commune consilium regni nostri). Si el siglo XII se puede considerar de avance del poder regio sobre el poder de la nobleza, el siglo XIII inglés supuso un paso adelante de Iglesia y nobleza frente al rey.

Los temas que trata la carta son muy concretos. No se trata de una declaración de principios de derecho. El rey dio un perdón general sobre el pasado, se comprometió a conceder a la Iglesia su libertad y todos sus derechos (anglicana ecclesia libera sit et habea jura sua integra et libertates suas illesas) y a todos los hombres libres del reino sus libertades antiguas (omnibus liberis hominibus regni mei). La traducción de estas libertades son sobre todo: la permanencia de las tierras señoriales en manos de sus familias propietarias incluso en el caso de traición o deudas, desde luego con el respeto de las minorías y las viudas. Las ayudas y levas sobre el reino tendrían que ser sancionadas por el reino, es decir per communi consilium regni nostri y solo para tres casos limitados. El consilium lo forman: arzobispos, obispos, abades, condes y los mayores barones (comites et maiores barones). Los nobles debían ser juzgados por sus “pares” y el rey no podía imponer prisión o pena de muerte o expropiación de tierras.

Junto a las libertades nobiliarias se confirmaron las libertades de Londres y las demás ciudades.

La carta limitaba la intervención de los oficiales del rey, la constitución de los tribunales del condado controlados por hombres del condado, las multas que debían ser ordenadas por los propios pares y estar en proporción a la ofensa tanto para liberi homines, como mercaderes como nobles y solo si lo deciden otros nobles.

Otros aspectos también se legislan: exigencias abusivas de construcción de infraestructuras; requisas injustificadas regias de grano, leña u otras especies; especificación de medidas de peso, longitud y capacidad; exigencia de juicio para todo vasallo; recorte de la jurisdicción de los oficiales del bosque regio y devolución de propiedades expropiadas a nobles.

El texto de la Carta Magna lo podéis encontrar en muchas páginas, pero hay una que lo muestra en el original latín, inglés, español, francés e italiano. http://alexpeak.com/twr/mc/

La prueba de la fuerza que iba a adquirir la nobleza viene dada porque 25 barones certificarían la garantía de su cumplimiento. Estos 25 barones vigilaría que se observara la paz y las libertades (pacem et libertates). Si se incumplía el documento y en 40 días la monarquía no enmendaba el error, los barones con la comunidad de la tierra (communa tocius terre) podían atacar y tomar los castillos, tierras y posesiones del rey, menos su persona y la de la reina. Solo debían volver a la fidelidad cuando se les enmendara el error. Impresionante poder el de la nobleza.

Para la mayoría de expertos, la Carta Magna no habría tenido muchas mas consecuencias. Estaba condenada a fracasar sobre todo porque el pacto se rompió y se inició una guerra civil. Sin embargo, el azar histórico vino a crear una de esas coyunturas tan propias de la Edad Media: Juan sin Tierra murió en ese mismo año dejando la minoría de Enrique III, un niño de 9 años. La monarquía solo podía pactar y el pacto puso en circulación de nuevo el documento, que para finales del siglo XIII, se había copiado tantas veces, se había expuesto en todas las iglesias y se había apelado a él en tantas ocasiones que se hizo un icono del poder del reino.

Arqueología y comunicación, por Daniel Casado

Los arqueólogos son forenses de la Historia, restauradores del olvido que dejan al descubierto lo que la tierra engulló tiempo atrás. Resucitan ciudades sepultadas, reescriben el pasado y dan vida a escrituras que parecían impenetrables. Sin ellos, el pasado sería solo ceniza. Con ellos, las civilizaciones más remotas se vuelven familiares, tangibles. Pero no son los únicos que se rinden a los encantos de las piedras. El poder de convocatoria de ruinas y reliquias va más allá del ámbito de los entendidos.
La arqueología es seguramente la disciplina científica con más tirón mediático, la que más fascinación despierta entre el gran público. Como reclamo no tiene precio. Siempre cuajada de misterio, seduciendo al espectador, atrapando al lector y hechizando con las historias que esconden las piedras.
Sin embargo, nadie ha sabido tocar aún la tecla de la arqueología divulgativa y elevar la literatura de reliquias a género respetable. La vulgarización de la arqueología es un asunto pendiente, un desafío mal encarado hasta la fecha. El resultado es que los temas arqueológicos se polarizan: o nadie los comprende (porque van dirigidos a científicos que solo se entienden a sí mismos) o el tratamiento de los temas acaba derivando hacia el esoterismo más delirante.
La arqueología necesita comunicadores capaces de difundir contenidos accesibles para todos los públicos. Se puede divulgar ciencia sin renunciar al rigor histórico, empleando un lenguaje atractivo y seductor alejado del rancio academicismo.
La propuesta es simple: llegar al gran público con noticias de impacto científico que han estado tradicionalmente recluidas en foros de especialistas. Si el patrimonio y la ciencia son de todos, también lo son sus novedades y discusiones. Dejemos de rehuir la divulgación. Dejemos atrás ese prejuicio de que divulgar es vulgar.

Entrevista a Michael Kunst: arqueólogo del Instituto Arqueológico Alemán

M. Kunst-DAI-foto de 2013 octubre (reducida)Veinte años dan para mucho. Es el tiempo que lleva Michael Kunst instalado en España. Con sesenta años recién cumplidos, este prehistoriador alemán – originario de Baja Sajonia – hace recuento de su trayectoria investigadora. Cursó estudios universitarios en Berlín, donde conoció a su esposa Barbara Sasse, también arqueóloga; pero su interés por la península ibérica se forjó en la Universidad de Friburgo. Fue allí donde el catedrático Edward Sangmeister inoculó en él la afición por la Prehistoria de la Península Ibérica. Un joven Kunst se contagió entonces de las tendencias “hispanófilas” de esta Universidad, decantada tradicionalmente por los estudios arqueológicos del Suroeste europeo, como la Universidad de Munich por los estudios itálicos; la Universidad de Tubingen por Oriente Próximo o la Universidad de Kiel por los estudios escandinavos. En Friburgo, llevó a cabo la tesis doctoral (sobre la cerámica de Zambujal) bajo la dirección de su maestro Sangmeister entre 1977 y 1982. Realizó su tesis mientras se consagraba como destacado especialista en los períodos neolítico y calcolítico de la Península Ibérica. Desde entonces forma parte de esa galería de investigadores alemanes que han dedicado su vida a la Prehistoria de la Península Ibérica.

Michael Kunst pertenece a esa estirpe de arqueólogos alemanes con una sólida formación académica y un respeto reverencial por sus maestros y predecesores. En su discurso no escatima palabras de elogio a quienes pusieron en valor la arqueología prehistórica de Portugal. Es el caso de Vera Leisner, a la que considera promotora fundamental en la puesta en valor del yacimiento calcolítico de Zambujal, el gran proyecto vital del doctor Kunst. “El matrimonio Leisner, recuerda Kunst, lo perdió todo en 1943, cuando los bombardeos aliados destrozaron su casa de Munich”. Desde entonces, los Leisner fijaron su residencia en Lisboa, sobrellevando aquellos difíciles años a base de contratos con instituciones portuguesas mientras el resto de Europa digería los últimos coletazos de la Guerra y la temprana posguerra. Con la reapertura del DAI en 1954 (tras un paréntesis de inactividad que duró 11 años) Leisner convenció a sus colegas de la importancia de Zambujal, que sería excavado por Sangmeister desde mediados de los años 50′.

El testigo de Zambujal lo tiene ahora el propio Kunst, cuyo vínculo con el DAI – entonces en régimen de colaborador del Instituto – se remonta a 1977. Desde 1994 es ya un miembro más del staff científico. Hombre de ciencia hasta el tuétano, Kunst reclama para Zambujal el protagonismo del que es merecedor este yacimiento portugués ubicado en el término de Torres Vedras. La disposición estratigráfica y la conservación de sus murallas, que en algunos tramos alcanza los cuatro metros de altura, convierten Zambujal en un referente indiscutible del calcolítico peninsular. Como mandan los cánones del prehistoriador metódico, Kunst interpreta el yacimiento siguiendo la guía cronológica que le proporciona la cerámica, sus estilos decorativos y los ritos de enterramiento. Tras sesudas lecturas del registro arqueológico que ha aportado el yacimiento, el prehistoriador alemán lo tiene claro: “el origen del período campaniforme hay que ubicarlo en la zona que circunda Zambujal, la Extremadura portuguesa”. A las evidencias visuales – murallas de cuatro metros de alzado y una compleja estratigrafía – se suma ahora una reciente prospección geofísica, que se antoja prometedora. El “escaneado” del subsuelo de Zambujal revela la existencia de zanjas, tres nuevas líneas de muralla e indicios de sepulturas (posibles restos de tholoi o tumbas con formas de cúpula) en la parte alta del yacimiento. En total, 25 hectáreas de “pasto arqueológico” que sin duda deparará sorpresas en las próximas intervenciones arqueológicas. Una de las subdisciplinas que está acaparando el protagonismo de Zambujal en los últimos tiempos es la arqueometalurgia. Gracias a los análisis realizados, Kunst y su equipo han logrado concluir que el cobre localizado en el yacimiento procede de la comarca que circunda Lisboa.
Es precisamente en este asunto (el arqueometalúrgico) donde Kunst emite una interesante reflexión: «¿Es necesariamente el cobre el motor de las sociedades calcolíticas?», se pregunta. Si atendemos a la etimología del término (calcos, del griego cobre; litos, del griego piedra) deberíamos dar por descontado el indiscutible protagonismo del cobre frente a otros materiales. Pero al investigador germano no le tiembla el juicio a la hora de enfrentar evidencias con tópicos: «En Zambujal apenas se han recuperado 5 kilos de cobre, una cantidad muy poco representativa». E insiste: «La fundición del cobre se llevaba a cabo en los mismos lugares en los que se cocinaba. No había talleres especializados ni una producción industrial».
No es el único paradigma con el que Kunst se atreve. A su juicio, se equivocan quienes relacionan los enterramientos prehistóricos con la categoría social de los difuntos: «A más tamaño, más categoría social; a más individuos en una misma tumba, menor jerarquía de los enterrados». El silogismo, para Kunst, no retrata la realidad. «De hecho, insiste Kunst, hay casos en la Historia que explican lo contradictorio de este planteamiento. Los emperadores de Austria están enterrados en tumbas colectivas (el emperador José II tomó esta medida para evitar contagios); y el mismísimo Mozart (un personaje de posición acomodada y reconocido prestigio en su época) fue enterrado en una fosa común». De estos planteamientos, Kunst infiere que no hay por qué descartar la presencia de la elite de Zambujal en tumbas colectivas aparentemente sencillas. Una hipótesis que eleva el sentido común a categoría de conocimiento, y reduce los modelos teóricos a intentos fallidos de conocer las sociedades prehistóricas.
Poco amigo de los estereotipos, Kunst corona su discurso con otro planteamiento rotundo: «la sociedad de Zambujal encaja más con el formato de una jefatura que con el de un estado. Para advertir un estado deberíamos contar con una estratificación social advertida en palacios, lugares públicos, almacenes, etc… Y ninguna de esas evidencias aparece en Zambujal». El alemán vive apegado a la realidad de los restos sin concesión alguna a todo aquello que se salga del guión científico. Ni siquiera disimula la escasa simpatía que le despiertan los excesos divulgativos: “el peligro es que la ciencia va encaminada en una dirección equivocada. Todo tiene que ser lo más grande, lo más interesante… oro, plata…”. Kunst es poco amigo de los medios. Prefiere una insignificante esquirla capaz de cambiar el rumbo de la Prehistoria que convertirse en un cazatesoros habituado a la espuma mediática. Es un hombre riguroso, metódico; curtido en bibliotecas y yacimientos. Rehuye la mística de los grandes tesoros y se muestra como un científico militante cuya única aspiración es que el peso de la ciencia recaiga sobre las piedras. El suyo es un protagonismo sordo pero valioso, meritorio, trascendente.

Proyecto a la vista: el archivo Hübner en la Staatbibliothek de Berlín

La historia de la arqueología es una disciplina reciente. Su radio de acción sigue siendo limitado y aún somos pocos los que nos dedicamos a reconstruir los hechos de una disciplina (historiografía) a menudo condicionada por modelos teóricos apriorísticos o contaminada por ideologías tendenciosas. Ni siquiera «el primer mundo de la arqueología» (Alemania, Inglaterra, Francia, Estados Unidos…) cuenta con una conciencia arqueológica consolidada. Archivos de primera línea mundial aguardan todavía la visita de investigadores que pongan en valor sus legajos y le den vida a toda esa galaxia documental que permanece aún inédita. Un buen ejemplo es la Staatbibliothek de Berlín. En sus fondos se custodian las cartas que ilustres arqueólogos – como el alemán Emil Hübner – se intercambiaron con colegas de otros países. El «archivo Hübner», obviamente, no consta de cartas escritas por Hübner sino cartas escritas por otros arqueólogos, editores, humanistas, políticos, etc. recibidas tiempo atrás por Hübner, en las que puede reconstruirse la temática de la relación epistolar. En la actualidad, la correspondencia de Hübner (que pasó largas temporadas en la España de la segunda mitad del XIX documentando y recogiendo datos de epigrafía latina) con arqueólogos españoles ya está siendo estudiada. Pero sorprendentemente la relación de Hübner con arqueólogos británicos (contenida también en la Staatbibliothek de Berlín) no ha sido abordada por ningún especialista anglosajón ni alemán. Es por eso que asumiré como reto propio estudiar la correspondencia de Emil Hübner con arqueólogos británicos a través de las cartas custodiadas en la Staatbibliothek de Berlín. Hübner viajó en varias ocasiones a Gran Bretaña para documentar y registrar epígrafes latinos. Su gran mentor, Theodor Mommsen, había liderado, desde 1854, la edición del Corpus Inscriptionum Latinarum: gran proyecto que tenía como objetivo documentar la epigrafía latina de las distintas provincias romanas. Y Mommsen eligió a Hübner para cubrir la epigrafía de Hispania y Britannia. A través del citado archivo podrá estudiarse la relación de Hübner con sus corresponsales británicos, con colegas arqueólogos de las islas británicas y con todos aquellos personajes de interés que nos ayuden a comprender las sinergias creadas entre el arqueólogo alemán y sos contemporáneos. De salir adelante, el proyecto contaría con una subvención del «Instituto Arqueológico Alemán de Madrid», con quien me une una estrecha vinculación a través de la «Asociación de Amigos del Instituto Arqueológico Alemán». Esperemos que haya fumata blanca.

Daniel Casado Rigalt, 28 de mayo 2013