«Esto es el principio del fin», sentenció Talleyrand. El hombre más lúcido de Europa, el estadista en quien la falta de escrúpulos solo superaba un excepcional talento, describía así cómo la campaña de Rusia había sellado el destino de Napoleón. Precisamente en estos días se cumplen doscientos años de la retirada de la Grande Armée de Moscú. De la mayor fuerza militar movilizada desde Jerjes, el más de medio millón de combatientes que atravesó el Niemen el 24 de junio de 1812, solo regresó a Polonia apenas 100.000 hombres. Napoléon hizo el último trecho en trineo, junto a su fiel cabellizo el duque de Vicenza. Ese itinerario puede ser reconstruido merced a una carta figurativa de valor excepcional.

Todo había empezado en Trafalgar y el subsiguiente bloqueo continental. Años después el emperador, desilusionado con el distanciamiento del zar, decidió estrechar el cedazo a Inglaterra y, tras forzar la única resistencia rusa en Borodino, alcanzó el Kremlin el 15 de septiembre de 1812. Allí aguardó a Alejandro mucho más de lo que un impaciente visceral como él podía aguardar. Poco había aprendido, no obstante, de siete semanas de marcha en que hasta la tierra quemada pregonaba a voces una inmensa sensación de vacío.

Al cumplirse un mes y cuatro días abandonó Moscú. Y la retirada, acosada la expedición por los cosacos y el general Invierno, devino en debacle. La agorafobia se trocó en un infierno de nieve. El regreso al Gran Ducado de Varsovia salpicó miles de cuerpos sobre el blanco inabarcable. La tragedia solo quedó amortiguada por el siempre presente instinto de supervivencia o el heroísmo circunstancial, como el de los cuatrocientos pontoneros, con el agua gélida hasta las axilas, que facilitaron la otra orilla del Beresina. Ney, «el más bravo de entre los bravos», cruzó el último.

Geoffrey Parker analiza ese monumental repliegue a partir del mapa figurativo-estadístico de Minard. Un gráfico de valor excepcional para comprender aquel acontecimiento que el propio corso definió parafraseando a Voltaire: «¡De lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso!».