Exterior de la Casa de Cervantes en Alcalá de Henares, donde sus dos personajes más célebres, Don Quijote y Sancho Panza, dan la bienvenida al visitante.

«Paréceme, Sancho…» podría ser el lema del Siglo de Oro, edad de realidades a medias y de deseos ciertos, desde la gramática de Nebrija al sueño de Calderón; época de cánones humanos para plasmar lo divino; era de trampantojos donde la piedra barroca aspira a ser plata en manos de un san Eloy modernizado. ¿Qué es vivir?, ¿ser o existir? Quizás se corresponda con el albergar una constante duda por la que aventurar la vida para siempre mantener el ánimo.

«Paréceme Sancho que tienes mucho miedo», «paréceme Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero»,  «paréceme, Sancho, que esa luz que nos mira quiere atrapar nuestros cuerpos», «paréceme, oh, Sancho, que esa fíbula en la solapa nos capta por el habla hasta el entendimiento».

Estas dos últimas sentencias debieron de sobrevolar el cerebro de don Alonso Quijano hace una semana. El 23 de abril todo el mundo celebró el IV Centenario del ocaso vital de Cervantes. Enterrado, quién sabe si en las Trinitarias de Madrid, sin boato alguno, en cambio el tránsito a su dimensión eterna ahora en las bibliotecas, instituciones políticas, restaurantes y calles lo festejamos de lujo. Y justo dos días antes se emitió el especial de La aventura del saber realizado desde su «casa» de Alcalá de Henares. Espacio donde la Dra. Laura Lara Martínez y yo fuimos entrevistadas por el director del programa de La 2 de Televisión Española, Salvador Gómez Valdés.

A lo largo de las diferentes estancias del inmueble solariego, Laura Lara y yo revivimos la cotidianeidad del Siglo de Oro, aquél en el que Miguel nació y murió (1547-1616), legándonos, con las numerosas experiencias conocidas en primera persona, después versionadas en multitud de personajes, el testimonio más fidedigno y globalizador de un orbe que se acostaba en el Quinientos y amanecía en el Seiscientos.

Presenció el escritor alcalaíno y, por ende, su ingenioso hidalgo, el trasiego de aguas del feudalismo al mercantilismo, «dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron el nombre de dorados…». Era consciente el contumaz viajero de que ya no se defendían los valores de siempre, intangibles e inmemoriales, sino que empezaba a imponer su dominio el vil dinero, por supuesto que necesario para sobrevivir mas inhábil en la pretenciosa justificación, por mucho que el oro maquille los contextos, del deshonor y del avasallamiento.

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Entramos con el dispositivo de la unidad móvil entre las paredes vibrantes de recuerdos causando, a buen seguro, el asombro de los títeres de Maese Pedro, expectantes en la planta primera entre caballos de cartón, coronas doradas, galas de princesa y espadas de los godos o … de Carlomagno. Espiaban nuestros movimientos de «regidores», que no alcaldes de concejo como conocieran, en sus años mozos, el Caballero del Verde Gabán y el de los Espejos. Y permanecían inertes los muñecos echando vaho tras la vitrina en el momento de grabar los primeros planos. Cables, mesa de audio y  pantallas desplegadas en el siglo XXI en un patio castellano con añoranzas de una romana domus.

La botica, la cocina, el refectorio o comedor, el estrado de las damas o la habitación del caballero fueron objeto de nuestra atención en compañía de esa pupila mágica que constituye el objetivo de la cámara de TVE, capaz de transmitir la imagen a millones de miradas. Presencias femeninas por doquier pues hasta los 4 años allí moró Miguel con dos de sus hermanas, su madre, su abuela, su tía y su prima. Más de un cuento de la Berbería escuchó junto al sillón de Rodrigo de Cervantes, el padre, de profesión barbero, sangrador y sacamuelas. Guadamecíes con los que despistar de la ruina familiar a las visitas, cortinas labradas en adobe polícromo pero pétreo como el hambre y ricas vajillas de Manises, de Talavera o de Villafeliche en aras de agasajar a los huéspedes, además de por las viandas, por la elegancia del mismo plato.

En el estrado de las damas.

En el estrado de las damas.

Todas las vidas entrañan dificultad, no fue fácil por ello la del escritor que daría el impulso a la literatura en castellano. Entre 1605 y 1614, maquinando la historia de Don Quijote a partir de los papeles que un trapero dejara olvidados en el alcaná de Toledo, el soldado de Lepanto, camarada del Tercio Viejo de Sicilia, modela al portavoz de la conciencia popular, mas tiene que presentar como trastornado y loco al enjuto jinete, al hombre de la triste figura pues, por hablar claro, el que huye de la mediocridad y anima a volar más alto a menudo es tenido por un peligro.

Sin embargo, hoy el recaudador de impuestos para la Feliz Armada que en vano presentó carta de viaje a América, Cerbantes en definitiva, con b, como él firmaba, sigue vivo y, con su estela queda abierta la puerta a la ilusión factible porque tal vez en los campos de la Mancha ya hubiera gigantes donde todos veían molinos.

Un umbral que podemos cruzar juntos y así, dentro de la «Pasión por Cervantes» (de RTVE), visitar la morada de su abuelo, el letrado don Juan, prolongando con el programa de La aventura del saber los latidos del más Libresco de los Días.

María Lara Martínez