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Sobre María Lara Martínez

María Lara Martínez

Doctora Europea en Filosofía. Profesora de la Universidad a Distancia de Madrid, UDIMA. Escritora, Premio Algaba Ver Perfil

María Lara Martínez

El gran capitán en su V centenario

Toda la Historia se me antoja compararla con un gran humano, tendencia a la caracterización fisonómica que puede revelar tintes de los intereses de los tiempos pretéritos y de las inquietudes de los presentes. Ya lo he expuesto en más de una ocasión. Y hoy se presenta ante los ojos de la imaginación un “gran humano” precisamente de la época dorada de los Tercios, la Edad Moderna. Porque, a diferencia de Leviatán, el monstruo bíblico, o el Estado tiránico de Hobbes, estoy convencida de que la grandeza no reside en el tamaño del gigante, sino en la humildad y el sentimiento sincero de los pies de barro.
En este 2015, terriblemente sacudido por amenazas fanáticas y atentados terroristas, hay una silueta que alienta a continuar impulsando, a partes iguales, la firmeza y el diálogo, la contundencia en la seguridad y el respeto a todos los ciudadanos de buena voluntad, con independencia de esas diferencias que crean la riqueza intangible pero visible de la sociedad intercultural.
El título con el que se conoce a este sujeto es el de Gran Capitán, no fue pretencioso, sino merecido, el adjetivo que se le aplicó. Hijo segundo del V señor de Aguilar de la Frontera y de Priego de Córdoba, tuvo que contentarse al presenciar cómo la princesa Isabel, la mujer de sus sueños, a la que había servido con donaire de mocedad y fidelidad extrema, era desposada por el aragonés, primo de ambos.

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No fue fácil liderar las tropas en los últimos años de la guerra de Granada, la familia de Boabil era un avispero de conjuras y, en paralelo, la corte castellana no paraba quieta, ya fuera por la rivalidad con el hermanastro Enrique IV, la disputa abierta contra la supuesta sobrina de Isabel, Juana la Beltraneja, o las extensas cabalgadas apaciguando las maniobras del marqués de Villena, unas veces a favor de los duques del Infantado, otras dorando la píldora al arzobispo Carrillo, mas de cualquier modo siempre espiando a través de la celosía de Belmonte para colocar a los suyos en buen sitial.
Tampoco resultó cómodo para el Gran Capitán el dar la cara y afrontar los motines por el retraso de las soldadas. Y, menos, soportar la humillación de las famosas “cuentas” tras la campaña de Nápoles de 1506. La respuesta del vasallo cordobés a Fernando fue desafiarlo con una enumeración de gastos exorbitantes en conceptos absurdos: en picos, palas y azadones, cien millones…, aludiendo al heroísmo de sus efectivos que había supuesto la derrota francesa.
Si por algo destacó Gonzalo Fernández de Córdoba fue por su talante negociador. Así lo demuestran las cartas cruzadas con el soberano aragonés. En una de ellas, éste se desahoga con el más fiel caballero, comentándole la indignación que siente por el trato que el archiduque Felipe le da a su hija Juana: “que no se ha contentado con publicar por loca a la reina, mi hija, su mujer, y enviar acá sobre ello escrituras firmadas de su mano, e más he sabido que la tienen en Flandes como presa e fuera de toda su libertad. E que no consienten que la sirva ni vea ni hable ninguno de sus naturales, e que lo que come es por mano de flamencos, y así su vida no está sin mucho peligro”.

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En junio de 1515 Gonzalo recae en un tipo de fiebre llamada “cuartanas”. A principios del mes siguiente deja Loja y, como por intuición, se dirige a Granada. En otoño, enfermo en cama, es informado del desastre papal frente a las tropas galas en Marignano, cerca de Milán. No obstante, el éxito de Carlos V en Pavía diez años después se fundamentaría en las reformas militares emprendidas bajo su criterio. De hecho, las innovaciones en el ejército llevadas a cabo por Fernández de Córdoba en el transcurso de las guerras de Italia desembocaron en el Tercio. Había terminado el Medievo, la época de los castillos donde la caballería ejercía de reina de las batallas, ¡qué bien lo sabría don Quijote! En la era de los Estados nacionales el predominio vendría a recaer en la infantería, de ahí que se sustituyera el choque medieval por la táctica de defensa. ¡El valor reside en el término medio entre la cobardía y la temeridad!, arengaba el de la triste figura.
El 30 de noviembre de 1515 redactó el último testamento, introduciendo dos cambios: la incorporación en su identificación del rango de Gran Capitán, y el anhelo de ser enterrado en el monasterio granadino de San Jerónimo. Rubricó el documento el 1 de diciembre. En la siguiente jornada dejaba finalmente este mundo, rodeado de su segunda mujer, María Manrique de Lara, duquesa de Sessa, y de su hija, Elvira. Con 62 años, 3 meses y 1 día moría el hombre, nacía el mito. En su honor, el cuartel de la Legión Española en Melilla lleva su nombre.

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Entre las cartas de condolencia, llegaron la del rey Fernando y la de Carlos de Hasburgo, quien lamentaba verdaderamente la pérdida. Curiosamente, el dueño de tantos reinos fallecería sólo un mes después, el 23 de enero, en Madrigalejo (Cáceres), dicen las malas lenguas que debido a los brebajes para tener descendencia con la joven Germana de Foix. En 2016 será su V Centenario.

En la vida y en la muerte, la misión del escudero es ejercer de sombra, resguardo de la luz, que prepara fastos, calla palabras o, entre las murallas, utiliza su propio cuerpo como baluarte para proteger y, a un tiempo, por sujetar las riendas, abrir paso.

María Lara

Gestación de Reconquista

No es que quiera hablar de mi libro, mas declaro la expectación que abriga el ánimo cada vez que una de las obras sale de la imprenta. Y, en este caso, le toca el turno a Reconquista (editorial EDAF), que en estos últimos días de mayo parte hacia las librerías.

Accedo al blog de la universidad como se aposenta el sujeto en el diván del psicoanalista o se acerca el fiel a la celosía del confesionario.

Maquetaci—n 1La Historia es una suma de decisiones y, una tarde, en el año 2007, me sedujo la epopeya de Uclés, una lucha librada contra los almorávides en 1108 por el séquito de un adolescente, Sancho Alfónsez, el único varón de Alfonso VI, a la sazón nacido de los amoríos con la princesa Zaida. Dos sangres corrían por sus venas mientras los tambores de leopardo sembraban el pánico en las taifas que reclamaron la presencia de Yusuf ben Tasufin.

Buscaban al-Mutamid y sus colegas salvaguardar la esencia de un Al-Ándalus zarandeado por las parias y se toparon con la guadaña a manos de sus correligionarios.

Al perder a su vástago Fath-al-Mamun, soberano de Córdoba, optó el rey poeta de Sevilla por enviar a Toledo a su nuera, para que El Bravo la cuidara, despertando su belleza la inspiración de los juglares.

Por la dedicación que supone al escritor, todo libro constituye una historia personal, no sólo profesional, en su trayectoria. En este caso, así comenzó la pesquisa que me ha llevado a rastrear el mestizaje en 8 siglos de batallas, buscando desde el presente el equilibrio entre el rigor y la expresión literaria.

El punto de partida no podía ser otro que la reivindicación de la paz en el siglo XXI, aportando como argumento el reconocimiento, tanto del heroísmo en la vertebración de los reinos, como del brillo que el Islam aportó a la ciencia y filosofía.

El elenco de personajes del libreto a todos traerá recuerdos: Rodrigo, el conde don Julián, la Cava, Pelayo, Almanzor, Yusuf ben Tasufin, el Cid y Jimena, los Alfonsos (hasta el XI), las Urracas, María de Molina, Boabdil, Isabel…

Desde Covadonga a la Alhambra, la Reconquista parece un mito plagado de historias de las mil y una noches pero, como toda fábula, encierra verdades que revelan, en la sociedad tecnológica, o en la del arado y la flecha, el sempiterno pulso con la supervivencia.

María Lara.

Antropología en la cocina

20150204_163227, 2Siempre he pensado que la poesía es eso: una mezcla de realidad y sueño, de frenesí y calma, de naturaleza y artificio con la que endulzar los hechos o hacer visibles los sentimientos que permanecen ocultos.

Algo así se experimenta al compartir costumbres de antaño, remozadas por las oportunidades tecnológicas del presente.
La persona que tiene ocasión de asistir a uno de estos eventos etnográficos refrenda, como observador y como participante, que la antropología es realmente una ciencia que construimos entre todos día a día, como la medicina es una renovación continua o a la informática le resulta ajeno el freno.

La gastronomía es inseparable de la naturaleza y de la cultura, podríamos hablar de antropología de la alimentación, de antropología de los sabores, incluso de antropología del hambre. También de los ritos, de los hábitos ancestrales y de los lazos invisibles estrechados en torno a las viandas. No hay más que recordar el repertorio musical de los años de penurias, donde se «adoraba» al cocidito madrileño, a la ovejita lucera, al pavo o a la vaca lechera.

La cocina tiene mucho de magia… Y, como toda ciencia, opera por el método del ensayo. Una de estas prácticas aconteció hace unas horas, en este febrero que, en Andalucía, transmuta las nevadas por ráfagas de sol y viento. Era nuestro primer acto en Sevilla como académicas de la Academia Andaluza de la Historia, correspondientes por Madrid, donde tuvimos ocasión de disertar sobre la Sevilla moderna y contemporánea.

Desde el obrador de Granada, hace 7 años ha que llega a la vera del Guadalquivir, en concreto a Abades Triana, un acto social que estimula el aroma hispalense. Con tintes solidarios, la terraza sobre el primer puerto a América hermana paladares en torno a la olla de San Antón. El patrón de los animales es festejado con bendiciones de cabalgaduras y mascotas y, por supuesto, con el remojón de entremeses, la pringá del cerdo y el vino gran reserva.

Poesía, sí, entre los pucheros, por los que Dios avanza según la mística de Ávila, que visitó Sevilla con los primeros calores de 1576 y que, en este 2015, es quincuacentenaria.

María Lara Martínez

La emperatriz Helena y los etíopes

Una noche del último otoño, era sábado para más señas, viendo un reportaje en televisión me encontré con Helena en el lugar maś insospechado. En Europa se caían las hojas a golpe de melancolía, un poco más al sur se apreciaba radiante júbilo. Había población de color danzando en torno a una hoguera y la noticia llegaba a propósito de que la UNESCO había declarado Patrimonio Inmaterial la fiesta de la Cruz en Etiopía, que conmemora a Santa Elena, madre del emperador Constantino y patrona de la arqueología.

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Nos situamos en el siglo IV d.C. y, de Drepanum (Bitinia) donde nació la tabernera Flavia Iulia Helena, nos desplazamos a África. Helena no estuvo nunca en Etiopía mas, según una leyenda, recibió en sueños la orden de prender una gran hoguera para descubrir la Cruz de Cristo. Las fuentes primarias, grecolatinas, y las iconográficas nos hablan, sin embargo, de que una vez que tuvo la visión mística se encaminó a la Ciudad Santa. Pero en Etiopía barren para su terreno, afecto que debe de complacer a la santa. Ordenó construir una enorme pila de madera e incienso que hizo arder y cuyo humo, tras subir al cielo, descendió al lugar exacto de la tierra donde se encontraba el Madero. En honor a esta tradición, para celebrar el Meskel, se organiza a finales de septiembre la llamada procesión Demera.

Antes de que salga el cortejo, los fieles preparan la choza de madera decorada con margaritas amarillas y rematada con una cruz, que es quemada por la autoridad religiosa. Durante el acto, los sacerdotes cantan y rezan oraciones alrededor de las llamas. Portan cruces procesionales y van ataviados con trajes vistosos, grandes sombrillas con brocados, coronas, diademas labradas en oro y bastones mientras se escucha el latido del tambor. Finalizada la ceremonia, las cenizas son empleadas para trazar la señal de la Cruz en la frente de los laicos.

Etiopía es el país más antiguo de África, fue cristiano antes que Europa y se halla rodeado de Estados musulmanes. Conserva usos del Antiguo Testamento, como la circuncisión y las normas levíticas alimentarias y de pureza ritual. Su comunidad, marcada por la vida monástica, se encuentra vinculada con Jerusalén desde el siglo IV y, en 1283, tuvo su primer obispo, demostrando durante la Edad Media que también ostentaba derechos en la basílica del Santo Sepulcro, los cuales perdería bajo el dominio otomano.

Durante la Pascua llegan a Jerusalén numerosos hombres y mujeres etíopes envueltos en ligeras estolas blancas para celebrar el sábado por la noche el ritual de la “búsqueda del cuerpo de Cristo”.

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En esta nación, antes llamada Abisinia, a finales del XIX se repelió a las tropas italianas en la batalla de Adua, fue el pretexto de Mussolini para una nueva invasión en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Se trataba de la primera vez que un ejército romano era derrotado en África después de Aníbal. Habían transcurrido 2.000 años desde la destrucción de Cartago.

Algo tiene Etiopía pues atesora páginas misteriosas de la Historia universal. Su semidiosa local, la reina de Saba, obnubiló a Salomón. Del idilio entre ambos, en el siglo X a.C., nació una dinastía de reyes semi-guerreros y semi-monjes, la de los Lebna Dengel. Supuestamente su último miembro fue Haile Selassie, muerto en 1975.

En el siglo XV a.C. la reina Hatshepsut organizó desde el Nilo, que significa vida, una expedición para conseguir mirra, indispensable en los embalsamamientos. Y, al poco de la Pasión de Jesús, uno de los apóstoles, Felipe, tuvo ocasión de subir a la carroza del eunuco etíope, funcionario de la reina Candace, para explicarle con detenimiento las Escrituras.

Desde el comienzo de la era cristiana hasta el siglo VII fue centro del tráfico de mercancías entre el valle del alto Nilo y los puertos del mar Rojo. En el XVI el país se asimilaba a cualquier estado feudal europeo: un tercio de la tierra pertenecía a la nobleza, otro a la Iglesia y el resto al pueblo llano. En el XVII un jesuita español, Pedro Páez, se anticipaba a Livingstone al descubrir las fuentes del Nilo azul. De esta época es el palacio de Fasilidas, suntuoso castillo cuyas tierras siguen labrando los campesinos.

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En la actualidad si Etiopía es uno de los países más pobres del mundo es debido a tres hechos principalmente: las guerras internas (especialmente con su vecina Eritrea), la sequía persistente y la caída del precio internacional de su principal producto de exportación, el café.

Pero no siempre el dinero lo puede todo. Como su ciudad Axum, que parece una dama venida a menos aunque dio albergue mítico al Arca de la Alianza, Etiopía conserva el porte altivo de la dignidad, inaplastable por el saqueo más recurrente.

A través de su desierto continúa danzando Helena. Lo hace entre ecos de címbalo mientras busca huellas de los Reyes Magos pues, según el jesuita mentado, si un emperador quiere garantizar la solera de su linaje debe acudir a este país a desposar a una dama. Sólo le queda al caballero pensar cuál linaje escoge de las tres parentelas sabias.

 

María Lara Martínez

Profesora de Ciencia histórica y Antropología de la UDIMA

Autora de El velo de la promesa y Memorias de Helena, novelas protagonizadas por Santa Elena.

El ébola convierte a los niños en brujos

No estamos en Zugarramurdi sino en África. No marca el calendario el año 1610, cuando el famoso auto de fe de Logroño, sino que el almanaque nos sitúa en 2014. Hace unos meses, en la reunión de un grupo de investigación del que formo parte, pudo resultar exagerado que yo reivindicara una campaña contra la brujería en el África subsahariana. Conocía el fenómeno porque desde hace casi una década me sumerjo en los archivos para rescatar el pulso entre el inquisidor y la bruja y, últimamente, rastreo cómo en demasiados poblados se acusa a las mujeres viudas, ancianas y pobres de propagar el SIDA mediante conjuros. En vez de prevención, se las echa a la hoguera y el virus continúa infectando sin remedio. Sé por los misioneros las dos caras de la moneda: el drama que representa estar evangelizando entre prácticas siniestras como el vudú y, por otra parte, las ansias de salvación de los ciudadanos. Así, la devoción católica a San Miguel se muestra, al igual que en el llamado primer mundo, como un eficaz asidero y como una purificadora protección.

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Se han derribado diques de fanatismo y superstición en Occidente, hoy a las hechiceras las asociamos con el tarot o con Halloween, ya no rezamos contra la peste, pero nuestra sociedad padece el ébola. Y, nuevamente, hemos de situar el acento en dos emergencias, la de la salud del cuerpo y la del bienestar de la mente, eso por no hablar ya del alma.

Desde Navarra, el país de las brujas en el siglos XVII, Alonso de Salazar y Frías, uno de los teólogos que supervisó la psicosis que sobrevino a la caza de Zugarramurdi, logró abrir surcos de tolerancia, convenciendo a la Suprema de que no se podía condenar a la pena capital a un individuo por la incultura (el 75% de los habitantes eran analfabetos). También allí había niños brujos, los cuales con el sapo que los ligaba a las pócimas, se dirigían a una peculiar escuela para recibir instrucciones de «vuelo». La frase de Salazar, «no hubo brujos ni embrujados en el lugar hasta que se comenzó a hablar y escribir de ellos», fue mano de santo.

Precisamente, en el libro «Brujas, magos e incrédulos en la España del Siglo de Oro», esquivando la descripción de los tormentos, me permito relatar páginas misteriosas del tiempo de Cervantes y de Murillo. Actualmente, hablar del problema que existe en torno a la brujería en África puede ayudar a que los organismos internacionales se percaten de la imperiosa necesidad de desarrollar programas de racionalización del misterio como garantía del orden social.

En esta línea, las Misiones Salesianas han lanzado en Togo la campaña «Yo no soy bruja», poniendo la alerta en el peligro que corren miles de niños que, por ser gemelos, huérfanos o hijos de viudos vueltos a casar, por nacer de nalgas o por presentar alguna discapacidad física o psíquica son acusados de causar el mal en su entorno. Nada nuevo. En la España moderna la delación estaba a la orden del día y, en ocasiones, pagaban justos por pecadores.

A partir de la denuncia, el futuro es escalofriante: el pequeño o cae en manos de un charlatán que, a cambio de dinero, se ofrece para «curarlo» manteniéndolo en un régimen de semiesclavitud con agresiones físicas incluidas, o soporta ordalías. Esto es lo que le ocurrió a Georgette, una niña de Togo culpada de brujería porque, días después de tener una pelea en el colegio con una compañera, ésta se puso enferma. Su madrastra le quemó las manos al metérselas en agua hirviendo, pues supuestamente si era bruja no notaría el calor. Lo mismo hacían en la Edad Media echando a los ríos a las estrigas por ver si flotaban u obligándoles a coger un hierro candente. Ahora la chica ha rehecho su vida en la casa salesiana de la localidad de Kara. En 2013 casi 1.000 niños de esta región fueron acusados de brujería y las cifras no hacen más que aumentar. En los hogares de acogida Don Bosco se ha pasado de un 20% en 2010 a un 30% en 2014.

A más hambre, más guerra, más enfermedad y, por ende, más muerte, una cifra mayor de chivos expiatorios. Decía Séneca que parte de la curación está en la voluntad de sanar. Por el mero hecho de nacer todos tendríamos que tener acceso a una vida digna. Para que estos niños puedan disfrutar de los derechos inalienables que poseen como seres humanos, repito, son necesarios los hospitales y las despensas, pero también, comprobado está (se tenga religión o no), las iglesias y las bibliotecas.

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María Lara Martínez