Desde el 3 de diciembre de 2010 hasta el 3 de mayo de 2011, está abierta al público en la Sala de arte de los Depósitos del Canal de Isabel II, de Madrid, la exposición Alejandro Magno. Encuentro con Oriente.

La figura de Alejandro Magno trae a mi memoria la importancia que han tenido los personajes mitológicos, históricos o literarios en la denominación de determinados complejos.

La «Psicología de los complejos» surgió oficialmente en 1913, cuando el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung (1875-1961) la utilizó para designar una ampliación del psicoanálisis de Freud.

Conceptualmente, un complejo es la imagen de cierta situación psíquica que tiene una fuerte carga emocional y que es incompatible con la actitud normal de la conciencia. Los complejos interfieren las intenciones y la voluntad consciente y su origen se halla, frecuentemente, en los traumas emocionales, provocando un conflicto moral entre el yo y el inconsciente personal.

Para Freud, el complejo era una cantidad de energía vinculada a un deseo inconsciente (por ejemplo, el complejo de Electra, o el de Edipo). Jung aceptó lo expuesto por Freud pero fue aún más lejos, ya que les otorgó vida autónoma dentro del inconsciente personal.

Uno de los complejos definidos es el de Alejandro, que hace referencia al resentimiento del hijo contra el padre. Hay que tener presente la fama adquirida por Filipo II, padre de Alejandro, que pudo, lógicamente, desencadenar en el héroe macedonio un cierto temor ante las escasas posibilidades de superación de su antecesor. Se cuenta la anécdota de que Alejandro Magno, al enterarse de los triunfos de su padre en las campañas militares, exclamó con ira: “Mi padre no me deja ya nada por conquistar”.