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Sobre alberto.orellana

Periodista y miembro del equipo de comunicación del Grupo Educativo CEF.- UDIMA

alberto.orellana
Terapia DBT caso real UDIMA

Terapia DBT: llevar al paciente de la ideación suicida a la plenitud emocional

La técnica se puso en marcha allá por los años ochenta. La doctora estadounidense Marsha Linehan empezó a trabajar con pacientes con ideación suicida crónica. Un perfil que coincidía en muchos casos con los criterios de los trastornos límites de la personalidad, y que tenía un eje común: el descontrol emocional. Cuarenta años después el enfoque sigue muy vigente, y la UDIMA ha ofrecido una clase práctica para explicar cómo funciona la Terapia Dialéctica Conductual (DBT por sus siglas en inglés). ¿Cómo? A través de un caso real.

Para ello, la coordinadora del Máster Universitario en Psicología General Sanitaria de la UDIMA, María Rueda, ha acompañado a las psicólogas y cofundadoras de DBT Madrid, Manon Moreno y Carla Palafox. A través de un caso real de la terapeuta Moreno, ambas han explicado cómo esta técnica trata de buscar un equilibrio entre: validar la situación del paciente, que se acepte como persona y establezca cambios y metas a lograr.

Una visión dialéctica con cuatro fases jerarquizadas: primero reducir los intentos e ideas suicidas; después ayudar a gestionar las emociones en momentos de tensión; explorar el entorno social para lograr borrar esas conductas que «atentan contra la vida» del paciente. Todo para que pueda así aumentar sus «sentimientos de plenitud». Esas son las fases. ¿Cómo aplicamos la DBT a una chica de 19 años con intentos suicidas previos?

El ‘contrato’ DBT

Como ya decían las psicólogas, la teoría es una cosa, pero las fases en la realidad «se solapan» e «intercalan». Son importantes para no perder el foco: ante todo mantener con vida al paciente. Sobre todo en casos más graves donde este atraviesa situaciones de tensión con frecuencia, desencadenando esas crisis, provocadas por su incapacidad para regular sus emociones. El paciente debe percibir que se le acepta, se entiende su situación, pero también que debe haber cambios, aunque sea poco a poco, lo antes posible. Es decir, debe haber un «compromiso».

El terapeuta deberá validar su forma de pensar y de actuar: entender cómo actúa (que no compartirlo) y después plantear el llamado ‘contrato terapéutico DBT’. Un pacto anti-suicidio que debe ser firmado por el paciente para demostrar su verdadera implicación. «No se puede obligar a hacer terapia», asevera Manon. Y si se inicia el proceso tiene que quedar claro que «esto es un compromiso de dos».

Después de identificar los comportamientos que atentan contra la vida, se pasa a elaborar un plan de crisis para enseñar habilidades alternativas para manejar situaciones intensas o problemáticas. Dependiendo de la gravedad del caso (intención inminente de suicidio) se puede comenzar analizando directamente la última ideación suicida que no terminó en intento de quitarse la vida. Así se intenta «ir rascando» las habilidades que ya tiene el paciente para controlar el comportamiento autolítico.

Son habilidades desligadas de la propia terapia DBT (están pensadas para ponerse en práctica en los momentos de crisis) y que se complementan, como último recurso, con la atención o coaching telefónico con el terapeuta. Respiración, distracción puntual con juegos, paseos, etc. A través de una escala de tensión, el paciente irá anotando en una tarjeta diaria cómo ha experimentado esas ideas suicidas y qué ha ocurrido justo antes para identificar las situaciones disparadoras de la crisis emocional, explican las psicólogas.

«Escuchar antes de sugerir»

¿El contrato siempre funciona? ¿Qué hacemos si el paciente lo viola (es decir, hay intento suicida)? Evidentemente el proceso no es lineal y puede haber retrocesos: todo depende de la situación, pero en una persona con una conducta disfuncional tendente al suicidio, son situaciones «que se van a dar», insiste Manon. Por ello el plan de crisis es un documento cambiante según las necesidades del paciente, y por ello conviene también erradicar ciertos mitos entorno al comportamiento suicida.

Lo primero es «escuchar antes de sugerir». Preguntar abiertamente ‘‘¿qué te ayudaría en un momento de crisis?’ para intentar establecer una serie de puntos a seguir (a quién contactar, cómo reaccionar, qué usar y qué no) antes de ponerse en la última ficha y contactar con el terapeuta, «siempre antes» de cometer la autolesión.

De poco sirve plantear que el paciente dice que se quiere matar «para manipularme», explican las psicólogas. Creer que quien se quiere suicidar de verdad se lo calla es uno de los mitos más extendidos. “Los intentos de suicidio son, en la mayoría de los casos, ensayos para resolver problemas; pero desde la desregulación emocional”, apunta Manon. El l paciente ha aprehendido, por diversos factores, que es una opción.

Terapia DBT plan crisis

Pero incluso aunque así sea, y el paciente expresa su ideación suicida para reclamar algo, ¿de qué me sirve desconfiar de él? ¿En qué ayuda para lograr un tratamiento eficaz?. «Cada intento se debe tratar con la seriedad que merece; quizás sea la manera que tiene el paciente de pedir ayuda», desgrana la psicóloga.

También es clave para esa validación inicial entender que las ideas suicidas son, de alguna manera, normales para alguien que atraviesa una desregulación emocional en momentos de tensión muy grandes. Y, por tanto, hablar de ello es lo que ayuda a aceptarlo como algo que existe y que queremos abandonar. No incita a hacerlo, como se piensa, sino que, de hecho, «reduce la ansiedad sobre el tema». Debe haber confianza y un pacto serio.

Porque «si después de una sesión dura aquí yo no sé si te vas a suicidar, ¿cómo crees que me voy a sentir como terapeuta?», aclaran. Ambas recomiendan también compartir con el equipo clínico de consulta los posibles errores durante la terapia. «Nos ha pasado a todos y es importante que no lo tapemos, porque esas experiencias son las que nos van a hacer ser mejores terapeutas», defiende Palafox.

investigación piscología doctorado

¿Cómo empiezo mi investigación en psicología?

Suele aparecer por primera vez en alguna asignatura de grado universitario. El TFG puede empezar a abrirnos las puertas, pero quizás siga siendo «un poco desconocida». En realidad, según la doctora en psicología Lorena Lobo, la investigación no comienza hasta que no se llega al máster. Primero descubriremos conceptos y temáticas que nos interesan, pero será a partir del Trabajo Final de Máster (TFM) cuando podremos empezar a «aportar nuestros propios resultados». ¿Cuál es el siguiente paso para ser investigador?

La profesora del Departamento de Psicología y Salud de la UDIMA cogía las riendas para responder a esta pregunta en una nueva sesión del ciclo de conferencias de Y después de graduarme en psicología qué. Acompañada por Pablo Santamaría (departamento de I+D+i en TEA Ediciones), ofreció una clase de cómo funciona el camino investigador que se abre para los egresados a través del programa de Doctorado.

De primeras, Lobo recuerda que el propio TFM puede servir ya como «carta de presentación» en busca del necesario contrato para iniciar el Doctorado. Ahí podría decirse que empieza la etapa predoctoral, y que incluye otras actividades más allá del propio trabajo de investigación. Cursos específicos, escuelas de verano, congresos sobre el tema de la tesis, sociedades científicas… todo suma para tener un currículum «competitivo», señala.

Ya durante el desarrollo de la tesis, Lobo destaca especialmente las estancias de investigación. Trabajos bastante paralelos al nuestro o que pueden aportar, y que descubrimos durante la investigación. «Merece la pena hacer la visita» o «formarse» con sus autores, dentro o fuera del país, abriendo la posibilidad de hacer una estancia y colaboración de investigación internacional, comenta.

Financiación, contrato y méritos

Antes de detallar el sistema de baremos y las opciones de financiación para costear la investigación, Lobo explicó a los estudiantes interesados algunas características importantes del Doctorado. Además del grado (240 ECTS) y el máster oficial universitario (60 ECTS), hay que contar con que esta etapa de nuestra vida implica tres o cuatro años mínimo, de media. «Es habitual necesitar prórrogas en función de la dedicación», recuerda la doctora.

Ya sea a tiempo completo o a tiempo parcial, el Doctorado requiere, sí o sí, una financiación. Este aspecto tan importante varía en función de las entidades que la conceden. La Unión Europea es la de mayor rango para investigaciones en España, seguida por los ministerios de Educación y Ciencia, y los contratos con universidades (públicas y privadas), fundaciones y asociaciones.

La FECYT (Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología -del Ministerio de Ciencia-), la Agencia Española de Investigación (con programa propio de formación de doctores) o el Instituto de Salud Carlos III (también con programa propio), son algunos ejemplos. Quizás el programa «más conocido» entre los que inician su carrera de investigación es la FPU (Formación de Profesorado Universitario) del Ministerio de Universidades, pues para los docentes universitarios el Doctorado se convierte en requisito en algún momento, desgranó Lobo.

En cualquier caso la mayoría de universidades y comunidades autónomas tiene su propio programa. Por ejemplo, Lobo recordó que Madrid ha restablecido el suyo este año, para públicas y privadas. En ese primer momento de búsqueda del contrato se mirará con más lupa casi siempre lo mismo: la nota media de grado y máster del doctorando, su currículum y el de su director doctoral, así como el impacto y la proyección de la tesis, entre otros.

Posdoctorado y vía metodológica

Una vez defendemos la tesis y obtenemos el título de doctores, no sólo no dejaremos de aprender, sino que concretamente podremos optar por una de estas cuatro opciones principales: más investigación, docencia, gestión investigadora, consultoría… Si seguimos investigando debemos saber que en esta etapa posdoctoral se valoran sobre todo las redes internacionales de colaboración (estancias fuera, entidades colaboradoras previas…) así como los méritos clásicos (impacto, CV, historial científico-técnico del grupo…).

Pero, además, se tienen en cuenta otros aspectos como el proyecto a desarrollar en el futuro, ser editor o revisor de artículos, pertenecer a consejos editoriales, sociedades científicas… «Es un campo atractivo, pero largo y exigente», advierte Lobo. El doctor estará siempre en contacto con lo último de su campo, pero debe contar con el impacto habitual de los desplazamientos (congresos, estancias…) y cómo puede afectar toda esa exigencia a su salud mental: «No es raro ver problemas de ansiedad; pidamos ayuda».

También la temporalidad y el cierto sexismo que todavía planea por el camino investigador son elementos a tener valorar. Y es que para investigar «no siempre se produce esa -necesaria- coordinación entre la matrícula del Doctorado y el contrato de investigación. A veces pasa un año matriculados cuando llega ese contrato», matiza Lobo. Respecto al seximo, cree que en el área de psicología van «mejor» que en otras como las STEM «típicas».

Por su parte, Santamaría desarrolló la cuarta opción: la metodología. Para aquellos acostumbrados a manejar la burocracia investigadora puede ser una buena alternativa. Especialmente si «nos gusta la psicología, pero no tanto el trato directo con la persona», sino que tenemos «un patrón más analítico y de pensamiento lógico».

Desde un punto de vista «más alejado de la trinchera», la vía de la metodología sirve para determinar el diseño óptimo para responder a una pregunta de tesis. «Es una habilidad transversal para casi cualquier cuestión de investigación», valora Santamaría, por lo que puede ser buena opción. Sobre todo si contamos con la «alta» calidad de la formación en España al respecto, y que hay «muy pocos» que entren en este campo de la investigación «realista». «Para mí es como dominar el inglés», comenta; «una lengua franca» como margen diferenciador».

psicología educativa UDIMA

Psicología educativa: del orientador a la educación no formal

Tras la última sesión del ciclo de conferencias de Y después de graduarme en psicología qué, la UDIMA ofreció a los egresados una mirada a la rama educativa de la psicología. Las profesoras María Luna y Ana Huertes dibujaron una «panorámica» de la psicología educativa en España. Es decir, qué salidas profesionales existen y dónde podemos encontrar psicólogos trabajando en este campo, según el contexto educativo. Un área «variada y cada vez más valorada para contribuir al aprendizaje y la calidad de vida de las personas», comentó Luna.

La profesora de Psicología del Aprendizaje y de la Educación de la UDIMA detalló primero cuáles son las funciones principales del psicólogo en esta especialidad. Y que incluyen tanto la investigación (generar conocimiento teórico), como la intervención y ayuda en actividades educativas. En qué grado pesará una más que la otra dependerá del contexto de acción. Si e us un contexto de educación formal (colegios y academias) o informal (desde familias o editoriales hasta asociaciones y organizaciones específicas).

No obstante, su trabajo sigue encaminado a mejorar la salud psicológica de las personas en los procesos de enseñanza-aprendizaje (psicología del desarrollo, aprendizaje, educación…). Áreas en las que el psicólogo «ya tiene herramientas de base», comentó Luna. En este sentido, entre las primeras opciones que aparecen está la de seguir formándose con másteres oficiales o no, entre los que destaca el Máster de Profesorado de Secundaria en la especialidad de Orientación Educativa.

Orientador académico y apoyo del aprendizaje

El título es obligatorio para acceder a una de las áreas «más relevantes» de la psicología educativa: la orientación; tanto en centros privados como públicos. Además es «muy valorado» (aunque no sea obligatorio) en las instituciones del contexto no formal (editoriales, empresas, gabinetes…). La profesora Ana Huertes de Psicología del Desarrollo y orientadora, explicó los entresijos del título (que entre otras cosas requiere un mínimo de B1 en inglés) que consta de 60 créditos ECTS y 1.600 horas de formación.

El máster (de dos o tres trimestres) cuenta con la especialidad de orientación entre sus 20 opciones. En esta, busca aumentar los conocimientos sobre las necesidades educativas especiales del alumnado en Infantil, Primaria y Secundaria. Y es que, aunque se ejerza como profesor/a de Secundaria, el título permite «prestar servicio» a las demás etapas. Un curso con un programa «bastante completo» de asignaturas sobre el proceso de enseñanza-aprendizaje, la acción tutorial o las necesidades especiales del alumno, defendió Huertes.

En el día a día del orientador, la profesora desgranó los tres pilares fundamentales de su trabajo: la orientación académica profesional (sobre todo en Secundaria, cuando escogen el itinerario e intentan «identificar su vocación» para elegir su rama y su Grado); el plan de acción tutorial, y el apoyo al proceso de enseñanza-aprendizaje. Todas ellas, en definitiva, tareas enfocadas a evaluar y mejorar la estancia y evolución educativa de los estudiantes. De ferias educativas a sesiones grupales o individuales con profesores y/o familiares, o pruebas y actividades psicopedagógicas y de convivencia (necesidades específicas, igualdad, prevención del acoso…).

«El orientador tiene una labor muy importante en los centros, y su trabajo es muy dinámico pues siempre está relacionado con las necesidades que van surgiendo en el centro», defendió la profesora de la UDIMA.

Visión no formal, también psicológica

La profesora Luna apuntó que estos profesionales no siempre trabajan dentro del centro escolar, sino que pueden formar parte de equipos «multidisciplinares» de atención temprana. Equipos que se vinculan y apoyan tanto al centro como a las familias. Así como equipos «de referencia» para tratar temas específicos como las discapacidades severas o las altas capacidades.

No obstante, las docentes trataron de «abrir un poco el foco» y salir de la educación formal. Así, también hay empresas e instituciones de muchos tipos donde la mirada educativa del psicólogo «tiene mucho que decir». Trabajando además de forma habitual con esos equipos multidisciplinares (pedagogos, maestros, sociólogos, trabajadores y educadores sociales…).

El abanico de puestos abarca lugares como editoriales, empresas de educación extraescolar (deportes, artes), museos, ludotecas, programas de televisión o videojuegos. También se mueve en Centros de Atención a las Familias (CAF), gabinetes de autoempleo o asociaciones y ONGs. Son ámbitos de trabajo que ofrecen productos o servicios donde podemos encontrar psicólogos apoyando procesos educativos (aunque no sea para conseguir un título oficial, pero donde «sí que se aprende», comentaba Luna).

El psicólogo participará en el diseño de contenidos educativos formales y no formales, en la formación docente y extraescolar (niños y adultos), así como en la transmisión de información pedagógica al público general (museos). Ahí la adaptación y evaluación de los contenidos será clave (TV, videojuegos), y prestará servicios fundamentales para familias y juzgados (donde «se podría aumentar» el número de puestos). También se coordinará con los servicios sociales, e instituciones que buscan atajar necesidades de ciertas zonas y comunidades concretas.

psicología sanitaria UDIMA

La rama de la salud en Psicología: entre el PIR y la Psicología General Sanitaria

Días después de la primera conferencia del ciclo Y después de graduarme en psicología qué, la UDIMA retomaba el programa con las dos titulaciones oficiales a seguir para trabajar, tras el Grado en Psicología, en el ámbito sanitario. Por un lado, la profesión de psicólogo general sanitario, y por otro el famoso PIR que, en realidad, es el título de Especialista en Psicología Clínica (la única especialidad sanitaria de la psicología hoy por hoy). Es necesario cursar alguna de las dos para trabajar con pacientes, evaluar o intervenir en el ámbito sanitario (salud y/o enfermedad) y para acogerse a los regímenes económicos propios de las actividades de este sector.

La coordinadora del Máster Universitario en Psicología General Sanitaria de la UDIMA, María Rueda, explicaba desde el campus vía streaming en qué consiste la primera vía: el máster. Se trata de un título oficial obligatorio para ejercer como psicólogo general sanitario. Su trabajo se centra principalmente en investigar, evaluar e intervenir en la mejora psicológica y de la salud en general de las personas, siempre que que no requieran una atención especializada por otros profesionales sanitarios, explicaba Rueda.

Es un máster profesional y habilitante, que tiene que cumplir con los requisitos mínimos dictados por ley (90 créditos ECTS: 6 básicos, 42 específicos, 30 prácticas, 12 TFM), y que cada universidad puede adaptar en su propio plan de estudios. Eso sí, primero tienen que aprobarlo el Ministerio de Educación y las agencias de calidad. También se obliga a desarrollar las prácticas en centros sanitarios registrados.

En el caso del máster de la UDIMA, Rueda detalló los tres bloques o semestres planteados en el programa docente, con 30 créditos ECTS cada uno. En el segundo además se incluye una optativa a escoger entre tres (a saber: Neuropsicología, Psicofarmacología Clínica y Programas preventivos y de promoción de la salud). Las práctica se inician en el segundo semestre (12 créditos) y se finalizan durante el tercero junto con el Trabajo Final de Máster.

Para acceder al título la preinscripción (en marzo) tiene que se aprobada por la UDIMA, en función de la formación y la experiencia profesional en el sector. Hay dos promociones por curso (septiembre y febrero), por lo que dependiendo del puesto en que quede el alumno, podrá acceder al máster en la primera (desde septiembre hasta enero del tercer año) o en la segunda (desde febrero hasta julio del tercer año).

PIR o especialista clínico

Irene Caro, directora del Departamento de Psicología, ambas en la universidad UDIMA, expuso por su parte lo que supone apostar por la única especialidad sanitaria de la psicología, que depende del Ministerio de Sanidad. El Especialista en Psicología Clínica aspira a trabajar en los procesos y fenómenos psicológicos relacionados con los procedimientos de enfermedad y salud de los seres humanos. Es decir, investigar, explicar, prevenir, diagnosticar, tratar y rehabilitar los trastornos mentales y procesos psicológicos vinculados a la salud y enfermedad humanas.

«Siempre con una visión holística», matizaba Caro, como recoge la regulación sobre la formación de este especialista. Lo que comúnmente se conoce como PIR o Psicólogo Interno Residente es en realidad el proceso de rotaciones por el que se obtiene el título. Una formación superior de posgrado de unas 6.000 horas, de las cuales entre el 15-20% es formación teórica.

En otras palabras, un día de cada cinco a la semana, que es lo que implica la residencia: acudir a diario como parte del equipo de trabajo de un hospital o alguno de sus servicios asociados. No es sólo en centro principal, también hay centros de atención socio-comunitarios, de atención a la drogodependencia, o de rehabilitación psicosocial, entre otros. Todos dependen de un área hospitalaria.

«Experiencia vital»

Por tanto, el PIR es una «experiencia vital» que Caro recomienda «encarecidamente». No es sólo un proceso formativo, explicaba, sino que se adquiere experiencia profesional tras haber superado la evaluación de acceso a la plaza. Es un contrato laboral (por tanto, remunerado y con garantías sociales) con el Instituto Nacional de Salud (INSALUD). Además, se puede «compensar un poco» el sueldo con prolongaciones de jornada como las guardias.

Y, lo más importante, es una «vivencia de aprendizaje multidisciplinar», proseguía Caro, en la que el alumno trabajará con diferentes profesionales de áreas no sólo médicas, sino también psicosociales, entre otras. Un periodo vital en que se genera una «segunda familia» con los compañeros residentes y en la que progresivamente se pasa de acompañar al profesional adjunto hasta terminar siendo autónomo y responsable de sus propios pacientes. Siempre en un contexto «de supervisión y tutorización», abunda la coordinadora.

Además, Caro recuerda que, además del cambio cada cierto tiempo entre especialidades, la residencia contempla una parte de rotación externa de entre tres y cuatro meses; es decir, fuera del hospital que hemos elegido (en función de nuestra plaza y puesto). Esto significa que, «muy fácilmente puedas rotar durante ese periodo en cualquier lugar del mundo». Con un bagaje como este, Caro defiende que el alumno construye una «caja de herramientas» con aprendizajes que le permiten «desarrollarse como profesional».

José Luis Marín trauma psíquico

El trauma psíquico y «la silla de Marañón»

«Voy a comenzar con una provocación: el 100% de mis pacientes en la consulta psiquiátrica en psicoterapia presentan una experiencia traumática, directamente relacionada con su sintomatología». La frase, que luego matizó a «la mayoría», es del psiquiatra y pscoterapeuta José Luis Marín. Fundador y presidente de honor de la Sociedad Española de Medicina Psicosomática y Psicoterapia, el doctor Marín impartía hace pocas semanas una didáctica ponencia sobre la realidad clínica del trauma psíquico en la UDIMA. Una sesión en la que puso de manifiesto cómo tratar la experiencia traumática para mejorar la terapia: preguntando ‘¿qué has vivido?’.

Marín fue muy claro: da igual la naturaleza del trastorno (trastorno alimentario, trastorno de la personalidad, ansiedad, úlcera de estómago, dermatitis, psoriasis…). En la mayoría de los casos está relacionado «con una vivencia del sistema nervioso central», probablemente en los «primeros momentos de la vida”. Periodo en que ese cerebro está en plena construcción y en el que, por tanto, aún no se tienen los recursos necesarios para afrontar una situación que, de por sí, «supera emocionalmente».

Más allá de explicar el trauma en sí y cómo la evolución de la psicoterapia ha permitido ver la forma en que este afecta al ser humano, el doctor trató de ilustrar la importancia de trabajar en la terapia desde una nueva perspectiva. Preguntando no desde el ‘qué te pasa’, sino desde el ‘qué te ha pasado’. Porque, como dijo: «La mayoría de pacientes, en cualquier ámbito y cualquier motivo de consulta, son capaces de referir, si se les da la oportunidad, una experiencia traumática de gran contenido emocional.»

Incluso en la depresión, que «no todo lo es» para él, por mucho que ahora «a casi todo» se le llame depresión. La fibromialgia no es más que cuando el cuerpo manifiesta «el dolor del alma, de la vida (el abandono o la agresión)», expresaba Marín. Las nuevas técnicas de exploración neurobiológica y clínica muestran cómo estas experiencias traumáticas afectan al funcionamiento cerebral; y se manifiestan como síntomas «psíquicos, corporales o relacionales». Ahora bien, ¿cómo se tratan en la clínica?

Tratar «biografías»

En los años 80 del siglo pasado se decía que la depresión era la ausencia de dopamina. Afortunadamente eso quedó como trabajo «de marketing», señalaba el psiquiatra. «Ni la depresión, ni la esquizofrenia o la fibromialgia están en tu cuerpo, sino en tu vida». Y ¿dónde empieza esa vida? Pues en el momento en que se conocen los padres, y en esos primeros años de configuración del «apego seguro». Las experiencias traumáticas impiden esa construcción que se basa en el «vínculo».

La realidad es que el enfoque en clínica no ha cambiado mucho respecto al trauma. Se ha puesto de manifiesto que la sociedad occidental vive a base de psicofármacos, pero estos «no curan los trastornos mentales; eso es falso, ya está». Como alternativa a esa «medicalización de la vida» que promueve la industria farmacéutica, con personas que viven en «estados mentales alterados», Marín defendió reenfocar la psicoterapia.

No tratar síntomas, sino «biografías». Porque en su experiencia, al final, el motivo de consulta nunca es ‘el problema’ (en psicoterapia), aunque sí ‘un problema’ o uno de ellos, arguyó. El fondo del asunto tiene que ver, «en la inmensa mayoría de casos, con una dificultad en la regulación de las emociones. Algo que se aprende en esos primeros años de vida y con el vínculo de apego», insistía. Los psicofármacos tapan los síntomas, que aunque se subsanen, terminan generando otros nuevos, dando lugar a pacientes que «emigran» de un servicio hospitalario/psicoterapéutico a otro.

Romper el silencio

Ahora sabemos que una experiencia traumática como un abuso sexual puede mantenerse estable durante mucho tiempo, manifestándose «20, 30 o 40 años después», abundaba Marín. Pero el dolor no lo produce sólo el abusador, sino el no poder contarlo. Ese, indicó, es un daño «difícilmente recuperable», pues no se puede integrar en la vida y dejarlo cicatrizar. Por eso instó a los terapeutas a combatir el silencio. «Podemos evitarlo», pero para eso es necesario preguntar en la clínica.


«Hace 20 años decían que sólo veíamos traumas», pero el Abuso Sexual en la Infancia (ASI) tiene una frecuencia entre la población general del 20% (20-25 en niñas y 18-20), nada que ver con el 10-15 registrado como prevalencia hospitalaria. ¿Por qué? «Es que sólo se pregunta a ese porcentaje». Este tip de abuso sexual es una «pandemia silenciada», criticaba Marín, «sobre la que se sigue sin actuar». En muchos casos la primera vez que se les pregunta, y que lo cuentan, es en la terapia; tras 30 años. «Una de cada cuatro mujeres la ha sufrido en España».

En lugar de acarrear con el tremendo coste de recursos y de sufrimiento de la población, Marín defiende una terapia más breve pero enfocada, que pregunte al paciente, «porque quiere contarlo». Aunque le cueste y llegue incluso a no poder expresarlo con palabras (alexitimia). Pensar que no quiere hablar de ello es «una racionalización». Preguntar desde la empatía, sosteniendo el dolor del otro «siempre es terapéutico», subrayó.

Tanto en el ASI como en otros «más interesantes» porque «no tienen voz» (como el TRT o Trastorno Relacional Temprano de padres emocionalmente ausentes), la clave es conseguir que se hable: que el paciente piense, diga y sueñe el trauma para integrarlo. «Decirle ‘pasa página’ es como mínimo un insulto», aseguraba. Se trata de buscar esa clave de humanizar, de ver a la otra persona, escucharla y mirarla. «Hemos perdido la silla de Gregorio Marañón». «Mirar al trauma a la cara es la única forma de vencerlo».

Y después de graduarme en psicología… ¿qué?

Con objeto de iluminar el sendero que plantea esta pregunta a quienes optan por el Grado en Psicología, la UDIMA ha iniciado este mes de noviembre el ciclo de conferencias mensuales Y después de graduarme en piscología qué. Una serie de sesiones que trata de facilitar la toma de decisiones a los matriculados (optativas, menciones…) y también a los que estén pensando en hacerlo, así como a los egresados. La primera conferencia se celebraba este pasado 22 de noviembre a cargo de Eva Izquierdo, vicedecana del área de Salud, e Irene Caro, directora del Departamento de Psicología, ambas en la universidad UDIMA.

Las conferencias buscan, en definitiva, combatir la «cierta confusión» que hay en esta rama profesional, debido a las «amplias» posibilidades que tienen los alumnos al terminar el Grado. «Muchas que ni a nosotras se nos ocurrirían», reconocía Izquierdo. Desde psicología clínica (PIR), igualdad, investigación y doctorado, o profesorado, hasta psicología del consumo, deporte o la neuropsicología, entre otras.

Por ello el fin último de las sesiones organizadas por la universidad es «conocer las inquietudes» de los actuales y futuros egresados, para poder contar con especialistas en los ámbitos que más les interesen, y poder orientarlos con ellos en los diferentes itinerario formativos del Grado en Psicología, explicaban las profesoras de la UDIMA.

Durante la primera conferencia, las docentes detallaron lo más esencial del Grado, empezando por dónde encontrar información pública del título (en qué consiste, asignaturas, sistema de evaluación, itinerarios, etc.) que se publica en el BOE una vez se aprueba oficialmente. Un proceso que, una vez es presentado al Ministerio de Educación, tienen que aprobar y auditar la ANECA (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación) o los organismos propios de cada comunidad autónoma (la Fundación Madri+D en el caso de la UDIMA).

Dos menciones, un camino propio

Izquierdo comentó las diferencias a tener en cuenta primero entre los títulos regulados y las cualificaciones profesionales. Entre los regulados, recordó las dos opciones existentes: los títulos habilitantes (necesarios por ley para ejercer en un determinado ámbito, como el Máster en Psicología General Sanitaria en el que imparte clase), y los no habilitantes. También hay casos como el del Máster de Formación del Profesorado, que es habilitante, aunque requiere hacer una oposición», aclara Izquierdo. Este título requiere opositar para trabajar en colegios públicos, y como orientador (aunque no es necesario en centros privados).

Por otro lado estarían los títulos de cualificación profesional que son titulaciones o certificados que sirven para demostrar una experiencia profesional concreta. Son títulos aparte de los oficiales que «sirven para ejercer en otros ámbitos, pero sin que sea imprescindible», para ejercer, pero «si buscáis trabajo en ese ámbito es mucho más difícil lograrlo sin esa formación específica», matizaba.

Por su parte, Caro (coordinadora del Grado en Psicología) ofreció «visión general» de por qué la profesión de psicología necesita un título oficial para trabajar en este ámbito, así como las distintas áreas específicas en las que pueden especializarse los alumnos, y con las que complementar la experiencia y formación. Empezando por recordar que, con UDIMA, además de la mención en Psicología de la Salud, los egresados saldrán con otra (e elegir entre tres: Intervención clínica, psicología educativa, y psicología organizacional y de RRHH).