Ermua es una localidad encajonada entre montañas arboladas. No es distinta de cualquier población del País Vasco, muy propia de la orografía que caracteriza esta comunidad. Mondragón le sigue a la zaga. Ambas localidades están relacionadas por dos de los sucesos más macabros de la historia reciente española: el secuestro en Mondragón durante casi dos años de un funcionario de prisiones bajo tierra, José Ortega Lara, y el asesinato a sangre fría con fecha de caducidad de un joven concejal del PP, Miguel Ángel Blanco, en las inmediaciones de Ermua.

Julio de 1997, que parece tan lejano, hace ya 25 años, le parecen a este periodista que fue ayer. Entonces acababa de cumplir 33 años y cubría para una agencia de noticias el área de Interior. Un año antes, en 1996 enfrentaba el asesinato de Francisco Tomás y Valiente. Con el tiempo llegué a conocer a su hijo, incluso le entrevisté en nuestra universidad.

Con Baltasar Garzón

Yo era por entonces lo que se conoce como un periodista de provincias, aterrizaba de Mallorca, y mi experiencia en este ámbito se limitaba al frustrado intento de asesinato del Rey Juan Carlos por parte de un terrorista de ETA, un caso que instruyó el juez Baltasar Garzón, a quien vi en Palma para la ocasión y, lo que son las cosas, conocí después en Madrid, ya siendo él solo abogado y yo profesor de Periodismo Judicial en la UDIMA.

Como ciudadano, siempre seguí los brutales crímenes de ETA; como periodista, mi bautismo a lo grande se produjo ya en Madrid. Y fue en 1997, en ese mes de julio que ahora conmemora su primer cuarto de siglo, cuando para ese periodista de provincias se produjo un antes y un después. En muy pocos días hube de subir dos veces al País Vasco, primero a Mondragón, donde tuve ocasión de bajar al zulo en el que moría lentamente Ortega Lara, y, unos días más tarde, a Ermua, donde asistí por primera vez a una escena inaudita en aquella comunidad: el asalto (aunque solo fuera a la fachada) de una sede de Herri Batasuna. La indignación por el asesinato pocas horas antes de Miguel Ángel Blanco hizo perder el miedo a unas calles tomadas hasta entonces por los clientes de las herriko tabernas y por el silencio de todos los demás. Lo vemos muy bien en la magistral descripción que hace Fernando Aramburu en ‘Patria’.

(AP Photo/El Mundo, Tono Gallego)

ETA no tardó en vengarse tras la liberación de Ortega Lara. Ya lo avisó entre líneas un dirigente de HB, hoy en la directiva de la coalición que apoya al Gobierno de Pedro Sánchez en su recién anunciada nueva memoria histórica. Una tarde calurosa de Julio intentó sin éxito secuestrarle, pero esa noche, Blanco durmió tranquilo. Al día siguiente sí salió bien la operación y, atado de pies y manos, se mantuvo en el maletero de un vehículo durante las horas previas a su asesinato. ETA daba un plazo para que el Gobierno trasladara a todos los terroristas de ETA al País Vasco. Pedía la luna, la que ya no vería jamás el concejal del PP a quien se homenajea estos días.

El Ayuntamiento de Ermua se convirtió para los periodistas en la sede de trabajo, desde donde enviar las crónicas. Recuerdo bien que la Agencia EFE ya disponía de portátiles por medio de los cuales enviaba directamente sus noticias. Nosotros aún usábamos la clásica llamada telefónica y un compañero nos grababa en la redacción para luego transcribir el texto. ¡Cómo ha cambiado la tecnología nuestro trabajo!

Siendo como era el único corresponsal por mi agencia en el lugar, hube de elegir dónde posicionarme. Todo el mundo esperaba ver qué pasaba cuando concluyera el plazo. Entre el Ayuntamiento de Ermua o frente a la casa de los padres de Miguel Ángel, elegí lo segundo. Jamás olvidaré cómo nos enteramos muchos del fatal desenlace: En la espera vimos salir por la puerta de la vivienda familiar a los padres de Miguel Ángel, que se subieron a un vehículo y se marcharon a la carrera. Alguna emisora de radio ya daba la noticia de que se había encontrado el cuerpo, aún con vida en ese momento, de Miguel Ángel Blanco. Pero los fatales proyectiles cumplían al poco su misión. Al presunto autor o al menos presunto responsable de aquello se le arrestó cuatro años después tomándose un aperitivo en una terraza en Francia. Hoy está en la cárcel, en absoluto arrepentido y esperando su salida de la misma para retomar su vida.

RTVE

A mis alumnos de Periodismo Judicial les sugiero que observen en su trabajo la mayor objetividad posible, pero sin olvidar que lo que les hace realmente humanos es su subjetividad. En el equilibrio entre objetividad y subjetividad está el periodismo más cierto, y mi equilibrio como profesional lo alcancé aquel día que vi a los padres de un moribundo correr para despedirse de su hijo de 29 años, los mismos años que seguramente no cumplirá su asesino en prisión.