Llegar tarde suele resultar un drama, ya sea en una meta profesional, en una relación sentimental, o en una anecdótica cita. Don Juan José Austria, el bastardo de Felipe IV, debía de andar prevenido. Tal vez su madre, María Calderón, alias “La Calderona”, como era actriz de teatro, pudo enseñarle que salir a escena cuando de las tablas se ha bajado el personaje que da el pie del libreto causa la risotada de la audiencia hasta en la obra más seria. Pero cuando quienes lleguen tarde son los verdugos, la satisfacción puede resultar enorme en la víctima del duelo.
El reinado de Carlos II (1665-1700) constituyó el ocaso de la dinastía de los Austrias y desencadenó la lucha internacional tratando de dirimir quién quedaría como heredero del todavía inmenso Imperio español. Durante los primeros 10 años, en su minoría de edad, gobernó su progenitora, Mariana de Austria, asesorada por el jesuita Nithard. A continuación, ejercería su influjo en la regente el primer caballerizo, Fernando de Valenzuela, mientras que el hermanastro Juan José, que gozaba del reconocimiento de Gran Prior de la Religión de San Juan en Castilla y que había sido designado en 1647 como máximo responsable de las Armas marítimas, encabezaba la oposición a Mariana.
Después de la caída de Valenzuela en 1676, Juan José dirigió el gobierno. Lo hizo por petición expresa de Carlos II “el Hechizado”, quien observó pasmado la llegada de Juan José en una marcha triunfal, pues cabalgaba rodeado de lo más granado de la nobleza castellana como si viniera a liberar Madrid del poder nocivo de la reina madre. Mientras, lejos de la frivolidad de la moda y de los cosméticos, en un convento benedictino de Guadalajara, en Valfermoso de las Monjas para más señas, quedaba recuerdo de la Calderona, pues del cenobio había sido erigida devota abadesa antes de fenecer, en la lozana juventud, con tan solo 35 años.
La historiografía ha expuesto que don Juan José fue una mala copia de don Juan de Austria. Mas hemos de reconocer que supo aprovechar esos 3 años (aparte de para ajustar cuentas con la mujer de su padre y con Valenzuela, al que desterró a Filipinas) para cerrar con Francia un nuevo tratado, la Paz de Nimega, y también para aligerar el mastodóntico aparato de administración de la corona. De lo que no cabe la menor duda es de que, con espejo o no, como la Venus velazqueña, su enemiga acérrima fue su madrastra.
En medio de esta vorágine, en un intervalo abierto en la trayectoria descrita, cuando el ambicioso “hijo de la tierra” fue enviado a su cuartel general de Consuegra para después ser detenido, un triángulo salta a la luz con el topónimo de Azuqueca inserto en la carta que la otrora regente enviara al marqués de las Salinas con la maniobra policíaca. El desencadenante del confinamiento fue la comunicación, por parte de don Juan a la reina, el 27 de junio de 1668, de que los médicos le habían recomendado no viajar a Flandes a causa de una destilación al pecho que ponía en peligro su vida. Ante esta renuncia, recibió instrucciones de Mariana de recluirse en Consuegra, su residencia oficial.
Si bien desde la Mancha, no cesaría el pretendiente de fomentar la oposición al Padre Nithard, a quien responsabilizaba de los desastres de Flandes y la pérdida lusitana. El 13 de octubre el capitán Pedro Pinilla declaró a la soberana que, durante la campaña de Portugal, Bernardo Patiño, hermano del secretario de don Juan, Mateo Patiño, le había propuesto conspirar contra el valido. Así las cosas, a los 6 días, la Junta de Gobierno dictó la detención del vástago más litigante del rey planeta.
El marqués de Salinas, capitán de la Guardia Española, asumió el encargo de reunir 80 capitanes de caballos para la madrugada del 21 de octubre. El pliego con las órdenes secretas sólo podía ser abierto el domingo 21, de madrugada, en Azuqueca, villa de la campiña de Guadalajara que ejercía de cabeza del marquesado de Salinas del Río Pisuerga. No en vano sus titulares habían navegado allende los mares, desde la época de Felipe II, como depositarios de los virreinatos de Perú y Nueva España.
Ante el temor de que en cualquier mesón, entre mesas con jarras de vino y naipes, los espías se camuflaran, Mariana debió de refrendar que Azuqueca fuera la localidad donde se debería destapar la trama. Pero en materia de servicios secretos don Juan José no se quedaba atrás y, por algún resquicio, hubo de enterarse de que los esbirros de Mariana se acercaban, por lo que antes de que se le hiciera tarde para salvar la honra, se embozó y huyó de Consuegra. Cuando el esbirro entró en la fortaleza de las tierras que pertenecieron a la Orden de San Juan, sólo pudo constatar que aquél que tenía que capturar y trasladar al alcázar de Segovia había huido, dejando una carta a Mariana de Austria, una epístola con muchos reproches aunque introducida por el solemne encabezamiento de “Señora”.
A pesar de su éxito en las intrigas, Juan José no pudo prolongar la fuga de la guadaña, ya que fenecería en a los 50 años de unas fiebres tifoideas contraídas en oscura coyuntura. Su fecha de óbito sería el 17 de septiembre de 1679, idénticos día y mes al desenlace de su padre.
Fue entonces cuando Carlos II reveló sus nulos sentimientos hacia don Juan, haciendo gala de la máxima indiferencia. El soberano de tez pálida y larga melena ni siquiera acudió a velar el cadáver, quizás por miedo al contagio… De hecho, los rumores en torno al posible envenenamiento del finado corrieron por toda la Península dado el carácter súbito de la enfermedad y azuzados por la circunstancia que Mariana no tardó ni una semana en regresar a la corte una vez desaparecido su rival.
Pese a ello, don Juan José recibió los honores que a su rango le correspondían: fue enterrado en El Escorial y, cumpliendo con lo estipulado en sus últimas voluntades, su corazón viajó a la capilla del Pilar de Zaragoza.
La razón y los sentimientos de los ilegítimos regios, en la Edad Moderna, andaban a distinto ritmo. El tic tac de la Historia parecía hacer doblar pronto la campana en los «pecados» de los Habsburgo… Caído en 1578 casi en la mesa de operaciones, don Juan de Austria, el querido Jeromín de Carlos V, también recibió sepultura en El Escorial, mientras que su corazón reposa en la catedral de Nemur, soñando gestas por Flandes, con emociones irredentas.
Doctora Europea en Filosofía. Profesora de la Universidad a Distancia de Madrid, UDIMA.
Escritora, Premio Algaba