Hay una aspiración utópica que todo ser humano siente alguna vez en su vida. Es la de viajar en el tiempo y situarse por instantes en la época de sus personajes favoritos. Por muchos adelantos técnicos que haya, este deseo, casi inconfesable a causa de sus altas miras, nunca podrá verse consumado en otro ruedo escénico más que en el de la imaginación porque conseguirlo sería estar convencido de que los mundos paralelos conviven con la atmósfera presente sin que nosotros nos percatemos de ello. Y tampoco es cuestión ni de empeñarse en inventar las calendas griegas ni de forzar a las ranas a criar pelo.

Pero de sueños también se vive…, y si la meta es realmente ambiciosa el caminante no puede desfallecer, no debe permitir que el calor de la senda le arrebate la ilusión, antes bien el tesón y la astucia han de ir asidos a su cayado, andando siempre de frente y  con la vista fija en el anhelo de atisbar luz entre el vellón del tiempo. Es en este orden de cosas en el que me atrevo a asegurar que, en el siglo XXI, las experiencias del recreacionismo histórico nos ofrecen un pasaporte franco de regreso  a los años pretéritos.

Sin ir más lejos este fin de semana he tenido ocasión de comprobarlo en las XII Jornadas de la Lana, organizadas por el Excmo. Ayuntamiento de Fuentes. Con la presencia de D. Benjamín Prieto, Presidente de la Diputación de Cuenca, y de D. Abel Mellado, Alcalde, en nuestra conferencia inaugural “La trashumancia como forma de vida” la Profesora Laura Lara y yo ahondamos en la trascendencia de nobles oficios que, como el del tratante, el del mayoral, el del pastor o el del esquilador, han dinamizado social, económica y culturalmente las regiones mediante la compraventa de caballerías y el desplazamiento de los rebaños por cordeles y veredas.

Al magnífico enclave serrano acudieron desde Madrid, Albacete y Alicante las mesnadas y los pastores del Medievo, capitaneados por el Grupo Recreacionista Conca. Pronto instalaron el campamento y desfilaron luciendo sus vistosas cotas de malla, eso sí protegiendo del sol las cabezas unos con yelmos, otros con crespinas y ellas con turbantes y velos. A espada lucharon en tierra llana los caballeros mientras que, en la tienda del botiquín, los hermanos hospitalarios maceraban los ungüentos.

Luego tuvo lugar la cena medieval, que encontró su prolongación en el desfile de antorchas y en la ceremonia del fuego, pues con la purificación de la hoguera y  el ritual de la queimada se dio la bienvenida al solsticio veraniego. Las jornadas etnográficas se cerraron con el nombramiento de pastores de honor y el recuerdo de los encantamientos en la Noche de San Juan. Fue un placer presentar mi libro Brujas, magos e incrédulos en la España del Siglo de Oro al atardecer del 23 de junio, por lo que desde estas líneas agradezco al Consistorio, la convocatoria, y a los numerosos lectores que acudieron a la cita, su presencia.

Un retorno al pasado que se actualiza precisamente en estas madrugadas en las que las vacas y los toros procedentes de Andalucía transitan con sus caporales y rabadanes por las cañadas conquenses en busca de los frescos pastos de la Serranía.

En vez de pedirle al tiempo que vuelva, empapémonos de los tónicos de los siglos- por supuesto de los aciertos-, para contemplar con optimismo los muchos avatares del nuestro.

María Lara Martínez