El 16 de octubre de 2014 Oscar Fingal O’Flahertie Wills Wilde habría cumplido 160 años. El artífice de títulos universales emerge ante nuestra mirada literaria como un personaje valiente que se atrevió a nadar contracorriente en una Europa que, desde el punto de vista cultural, se despertaba al Realismo desde las raíces románticas.

«Lo menos frecuente en este mundo es vivir. La mayoría de la gente existe, eso es todo».

Nacido en Dublín en 1854, cuando todavía la isla de Irlanda pertenecía al completo a Reino Unido, llegaría a ser estudiante de Oxford, donde llamó la atención por su larga cabellera y por sus extravagantes atuendos. Libertino, inteligente e intrépido, pero también marido y padre de familia, se atrevió a luchar desde las letras contra los imperativos marcados por la conservadora sociedad victoriana. Viajó, conoció mundo, sufrió reclusión al más puro estilo socrático al ser acusado de indecencia por el padre de su amante-amigo. Y en ese alejamiento forzoso del mundo lee los Evangelios en griego y se encuentra con otro personaje clásico: Jesús de Nazaret. En suma, un escritor aguerrido que luchó contra la hipocresía en aras de su propia felicidad y que consiguió esculpir literariamente sus sentimientos. La importancia de llamarse Ernesto, o mejor dicho, The importance of being «earnest» (serio), y El retrato de Dorian Gray en el anhelo de eterna juventud no pudieron impedir su ocaso bohemio en París el 30 de noviembre de 1900.

Laura Lara Martínez