20150204_163227, 2Siempre he pensado que la poesía es eso: una mezcla de realidad y sueño, de frenesí y calma, de naturaleza y artificio con la que endulzar los hechos o hacer visibles los sentimientos que permanecen ocultos.

Algo así se experimenta al compartir costumbres de antaño, remozadas por las oportunidades tecnológicas del presente.
La persona que tiene ocasión de asistir a uno de estos eventos etnográficos refrenda, como observador y como participante, que la antropología es realmente una ciencia que construimos entre todos día a día, como la medicina es una renovación continua o a la informática le resulta ajeno el freno.

La gastronomía es inseparable de la naturaleza y de la cultura, podríamos hablar de antropología de la alimentación, de antropología de los sabores, incluso de antropología del hambre. También de los ritos, de los hábitos ancestrales y de los lazos invisibles estrechados en torno a las viandas. No hay más que recordar el repertorio musical de los años de penurias, donde se «adoraba» al cocidito madrileño, a la ovejita lucera, al pavo o a la vaca lechera.

La cocina tiene mucho de magia… Y, como toda ciencia, opera por el método del ensayo. Una de estas prácticas aconteció hace unas horas, en este febrero que, en Andalucía, transmuta las nevadas por ráfagas de sol y viento. Era nuestro primer acto en Sevilla como académicas de la Academia Andaluza de la Historia, correspondientes por Madrid, donde tuvimos ocasión de disertar sobre la Sevilla moderna y contemporánea.

Desde el obrador de Granada, hace 7 años ha que llega a la vera del Guadalquivir, en concreto a Abades Triana, un acto social que estimula el aroma hispalense. Con tintes solidarios, la terraza sobre el primer puerto a América hermana paladares en torno a la olla de San Antón. El patrón de los animales es festejado con bendiciones de cabalgaduras y mascotas y, por supuesto, con el remojón de entremeses, la pringá del cerdo y el vino gran reserva.

Poesía, sí, entre los pucheros, por los que Dios avanza según la mística de Ávila, que visitó Sevilla con los primeros calores de 1576 y que, en este 2015, es quincuacentenaria.

María Lara Martínez