La población mundial en la actualidad está atravesando un período de transformación a largo plazo hacia una estructura de población más longeva. Este proceso ya se ha iniciado y va avanzando a distintas velocidades en los diferentes países, dependiendo, sobre todo, de su estructura socio-económica y del ritmo de disminución de la fecundidad que, tras un descenso sostenido, las proporciones relativas de adultos en edad de trabajar y personas mayores jubiladas se incrementan, sobre todo de las últimas, afectando a la estructura de la pirámide poblacional, que se va invirtiendo poco a poco, generando una población cada vez más envejecida (Gráfico dinámico de la pirámide de población española por sexo y edad 1971-2049).
Más concretamente, en el último informe de la ONU del año 2016 sobre las tendencias demográficas en el mundo, en todas las regiones del mundo, la proporción de personas en edad de trabajar (15 a 64 años), con respecto a la población total era más elevada en 2015 que en 1970. En 2015, una de cada ocho personas en todo el mundo tenía 60 años o más, y se prevé que para 2030 esa proporción ascienda a una de cada seis personas. El envejecimiento de la población es más pronunciado en Europa y en América del Norte, donde en 2015 más de una de cada cinco personas tenía 60 años o más, siendo Japón el país del mundo con la mayor proporción de personas de edad, puesto que el 33% de su población tenía 60 años o más en 2015, seguido por Italia (29%), Alemania (28%) y Finlandia (27%). En 2015, había 901 millones de personas de 60 años o más en el mundo. Se prevé que ese número aumente a 1.400 millones en 2030 y a 2.100 millones en 2050 (ONU, 2016).
Ante esta realidad social actual y, en previsión de un futuro próximo, los diferentes profesionales encargados de planificar e implantar los servicios y programas de atención, de prevención de enfermedades y de promoción de la salud, tendrán un papel destacado para abordar de forma eficiente este fenómeno poblacional.
Para el desarrollo de programas de promoción de un envejecimiento exitoso tenemos que tomar en perspectiva cómo ha evolucionado la visión de la vejez y el envejecimiento en la sociedad, sobre todo en la perspectiva científica enfocada al envejecimiento. Veamos brevemente cómo ha evolucionado socialmente la perspectiva para entender el envejecimiento.
Las definiciones al uso sobre el envejecimiento, por ejemplo la que nos ofrece la RAE sobre el envejecimiento, que lo define como:“la acción o efecto de envejecer”, la vejez se entiende como “la cualidad de viejo, edad senil, senectud”; y por viejo se entiende “dicho de un ser vivo: de edad avanzada”. Generalmente utilizar el adjetivo “viejo” lleva asociado la connotación de debilitado, decaído, decadente; conlleva un significado biológico, es decir, se asocia a una pérdida de eficiencia progresiva de un sistema biológico hasta llegar a la muerte. Esta visión sobre la vejez ha prevalecido de forma explícita e implícita en la cultura social, incluyendo a los profesionales de la salud, hasta mediados del siglo XX. Una de las teorías dominantes de esta época, la teoría de la desvinculación de Cummings y Henry, (1961), ofrecía una perspectiva nihilista sobre el envejecimiento, que planteaba que la mejor forma de envejecer era desvinculándose, poco a poco, de la sociedad, pues a cierta edad, las persona han cumplido su compromiso con la sociedad y se han ganado el derecho a esperar, de forma sosegada y tranquila, la muerte.
Ante esta perspectiva paternalista y pasiva, aparecieron nuevas teorías psicosociales que planteaban una visión más positiva del envejecimiento. Teorías como la teoría de la actividad de Havighurst, (1961, 1963) o la teoría de la continuidad de Atchley, (1989), y autores como Carol Ryff (1982), que ofrecieron una visión científica con estudios empíricos que sirvieron para conceptualizar y ofrecer una guía de desarrollo de un nuevo modelo de envejecimiento. Estos son los ejemplos más destacados de esta nueva visión más positiva del envejecimiento, ofreciendo un compromiso personal de las personas mayores con la sociedad y promulgando la participación social de forma activa mientras seguían envejeciendo. Esta nueva perspectiva dio un giro de 180º en la visión del proceso de envejecer de las personas.
Henry Sigerist, médico de origen francés, fue uno de los pioneros de la promoción de la salud en el siglo XX. En una de sus publicaciones de principios de los años cuarenta, fue el primero en hablar de la prevención de la enfermedad, la restauración del enfermo, y la rehabilitación (Sigerist, 1941). Entre las principales novedades producidas por el cambio de perspectiva a la hora de entender y estudiar el proceso de envejecimiento, nos encontramos con las diferencias individuales y la plasticidad cognitiva, que inciden particularmente en este proceso. Hoy sabemos que factores de riesgo físicos, sumado a factores de personalidad, como un “patrón cerrado ante la vida” (antisocial, pasivo, derrotista, asténico, etc.), puede precipitar el proceso de envejecimiento patológico. Sin embargo, conductas o factores protectores como la adopción de hábitos saludables y factores psicosociales, como una personalidad “abierta ante la vida”, sumado a factores relacionados con el entorno social de la persona, son fundamentales para fomentar el éxito a la hora de envejecer.
Con esta y otras iniciativas posteriores sobre la promoción de la salud, en la Primera Conferencia Internacional de Promoción de la Salud, celebrada en Ginebra (OMS, 1986) y, posteriormente, en la Cuarta Conferencia sobre Promoción de la Salud, celebrada en Yakarta en 1997, se constituyó el futuro de la educación para la salud del siglo XXI. Desde entonces se estableció, como una de las principales evidencias que: “aprender acerca de la salud fomenta la participación. El acceso a la información y educación es esencial para lograr la participación efectiva y el empoderamiento de las personas y la comunidad”. Por tanto la Organización Mundial de la Salud (OMS), implantó como una de sus prioridades “promover la responsabilidad social para la salud”. Para ello había que tener en cuenta los efectos nocivos de diferentes hábitos poco saludables relacionados con la salud: hábitos como el de fumar, una alimentación inadecuada, no realización de ejercicio físico, el estrés, etc. Para eliminar estos hábitos nada saludables, se desarrollaron programas para promover comportamientos saludables a través de modelos socioculturales favorables, facilitando la adquisición de nuevos hábitos más saludables sencillos de poner en práctica (OMS, 1997).
Ya desde la perspectiva de la psicología del envejecimiento, se proponen unos factores implicados a la hora de desarrollar una perspectiva de envejecimiento óptimo y saludable: estos factores se dividen en conductuales, como el desarrollo de hábitos saludables, y psicosociales (Aldwin, Spiro y Park, 2006).
Si comenzamos a analizar los factores conductuales, son muchos los hábitos y conductas que incrementan el riesgo de padecer enfermedades en general y, cardiovasculares en particular (factores de riesgo), durante la mediana edad y, especialmente, durante la vejez. Se sabe, que a lo largo del ciclo vital decrecen hábitos poco saludables, como fumar y el consumo de alcohol, sin embargo otras conductas relacionadas con la salud integral de la persona, como las que se asocian al sobrepeso y a la obesidad se incrementan. Además, la práctica regular de actividad física, tan importante a cualquier edad para mantener una buena salud, también se ve reducida con la edad.
Para favorecer y establecer nuevos hábitos más saludables (factores protectores), sobre todo los que suelen decrecer con la edad, como una alimentación inadecuada y la poca actividad física y social, es importante desarrollar nuevos programas adaptados que promuevan nuevas conductas que fortalezcan el proceso de envejecer saludablemente desde edades tempranas.
Los beneficios que posee para la salud la práctica de actividad física está ampliamente documentados, por lo que todo programa comunitario dirigido a incrementar la actividad física de forma regular en las personas mayores, está más que justificado y fundamentado científicamente, como una de las estrategias más importantes para mejorar y mantener la salud integral durante el proceso de envejecimiento (Der Ananian y Prohaska, 2007).
Desarrollar hábitos como mantener una actividad física de intensidad media-alta de unos veinte minutos diarios (por ejemplo caminar a un ritmo alto, sin llegar a tener fatiga), y consumir una dieta rica en verduras y cereales integrales, sin olvidar incluir fruta, aceite de oliva, legumbres, frutos secos crudos, pescado, carne de ave y lácteos desnatados, evitando los azúcares refinados y la grasa saturada e hidrogenada, serían más que suficientes para prevenir los problemas de salud (Der Ananian y Prohaska, 2007; Rolls y Drewnowski, 2007).
En resumen, las políticas y programas para promocionar el envejecimiento plantean numerosos retos para afrontar en la sociedad actual y en sus proyecciones de sociedad para un futuro próximo. Para culminar con éxito todos estos retos, son los políticos y organismos públicos, los primeros implicados en eliminar todas las potenciales barreras y potenciar políticas y recursos comunitarios que promocionen la salud con programas educativos que fomenten hábitos saludables que favorezcan el envejecimiento exitoso. Si comenzamos a promocionar activamente las conductas más implicadas en nuestra salud, eliminando conductas de riesgo y fomentando patrones de hábitos más saludables, ya tenemos un primer paso dado hacia un envejecimiento con éxito.
Bibliografía:
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– Aldwin, C.M., Spiro, A. y Park, C. L. (2006) Health., Behavior, and Optimal Aging: A Life Span Developmental Perspective. En James E. Birren y K. Warner Schaie (Eds.) Handbook of The Psychology of Aging (6ª Ed.). Elsevier Academic Press.
– Atchley, R.C. (1989). A continuity theory of normal aging. The Gerontologist, 29, 183-190.
– Cumming, E., y Henry, W.E. (1961). Growing old: the process of disengagement. Nueva York: Basic Books.
– Der Ananian, C., y Prohaska, T. R. (2010). Exercise and physical activity. En James E. Birren (Ed.) Encyclopedia of Gerontology (2ª Ed.). Elsevier Academic Press.
– Havighurst, R. J. (1961). Successful aging. The Gerontologist, 1, 8−13.
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– Rolls, B.J. y Drewnowski, A. (2007). Diet and Nutrition. En James E. Birren (Ed.) Encyclopedia of Gerontology (2ª Ed.). Elsevier Academic Press.
– Ryff, C.D. (1982). Successful Aging: A Developmental Approach. The Gerontologist Vol. 22, Nº 2.
– Sigerist, H. (1941). Health. En: Sigerist, H. E. “Medicine and Human Welfare”. Yale University Press. Reproducido en: Journal of Public Hcalth Policy. Vol. 17, No. 2, 1996.
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World Health Organization (1986). Carta de Otawa para la Promoción de la Salud. Primera Conferencia Internacional sobre la Promoción de la Salud: Hacia un nuevo concepto de la Salud Pública. Canadá, Asociación Canadiense de Salud Pública.
– World Health Organization (1997). Declaración de Yakarta sobre Promoción de la Salud en el siglo XXI. Cuarta Conferencia Internacional sobre Promoción de la Salud: Nueva era, nuevos actores: Adaptar la Promoción de la Salud al siglo XXI. Organización Mundial de la Salud, Yakarta, República de Indonesia.
– World Health Organization (2001). Health and ageing. A discussion paper. Geneva: World Health Organization
– World Health Organization (2002). Active Aging. A Policy Framework. Geneva: World Health Organization.
– World Health Organization (2015). World report on ageing and health. Luxembourg: World Health Organization.
Doctora en Psicología. Profesora de Evaluación Psicológica, Psicodiagnóstico y Psicogerontología en UDIMA, Universidad a Distancia de Madrid.