¿Está tan mal dicha y escrita una expresión como ‘prostitución infantil’? ¿Es inadecuado que como periodistas nos refiramos a ‘dueño de un burdel’, ‘trabajo sexual’, ‘persona menor’ o ‘cliente de prostitución’? El debate sobre la corrección política en el lenguaje es un melón abierto hace unos cuantos años. Los periodistas estamos más o menos de acuerdo en que determinadas voces no son hoy la más acertadas para informar de hechos noticiosos relacionados con la prostitución.

Pero también es verdad que, probablemente -o así lo pensamos no pocos-, lo sustancial en el ejercicio del periodismo relacionado con un fenómeno social tan lamentable como este debe ser el tratamiento que hagamos del contenido y no tanto el continente.

El continente es si en el contar noticias relacionadas con este tema daña tanto como se cree referirse a una mujer prostituida como ‘prostituta’ sin más, y a quien paga por un servicio sexual como ‘cliente’, en vez de, por ejemplo, ‘persona prostituidora’ o persona ‘prostituyente’, mientras que el contenido sería que en nuestras informaciones abordáramos esta materia con evidente desprecio por la que, sin duda, es la víctima en este proceso; aunque siempre que no entremos en otra cuestión en paralelo, que es si la mujer, o el hombre, ejercieron de prostituta y prostituto, respectivamente, de forma voluntaria.

Porque si hilamos fino en el lenguaje, al que casi siempre se usa como diana de no pocos males -y a sus usuarios, los periodistas, de rondón- hilemos también finamente en si hubo o no voluntariedad, y hagámoslo saber en nuestra noticia.

El contenido sería el modo en que el periodista expondría su información, y a sus protagonistas, por ejemplo, con frivolidad o con desdén hacia la mujer u hombre protagonistas de aquella. Ahí es donde, personalmente, creo que hemos de poner el acento, en el cómo afrontamos este fenómeno, y no tanto en si es correcto escribir ‘prostitución infantil’, siendo lo correcto hablar de ‘explotación sexual infantil’ o ‘utilización de niños, niñas y adolescentes en o a través de la prostitución’.

Todas estas nuevas expresiones señaladas entre comitas son algunas de las propuestas para sustituir otras de uso habitual en los medios, como ‘cliente’, ‘traficante’ o ‘migración ilegal’, que el ‘Decálogo de buenas prácticas para medios de comunicación’ elaborado por Protejeres, FAPMI, ECPAT y EDUCO, presentado este jueves en Madrid, sugiere su sustitución por ‘persona prostituidora’ o ‘persona prostituyente’, ‘tratante’ y ‘migración irregular’, respectivamente.

El Decálogo subraya la importancia de que el periodista, cuando acometa informativamente este tema, profundice en la trama, empezando por contextualizar y abordar el fenómeno en toda su complejidad social; en su doble rol de formar, sensibilizar y concienciar, también denunciar; en no estigmatizar y cuidar el uso del lenguaje y las imágenes; en respetar la intimidad de las víctimas y evitar su identificación; en enfatizar en las ‘otras personas’ y no en las víctimas; en acudir a fuentes expertas; en incluir el tema de la trata en la agenda periodística; en dar esperanza y positivismo; en dar voz y protagonismo a las personas menores de edad; y, lo esencial, en evitar el morbo, amarillismo y sensacionalismo.

En todo de acuerdo. Claro que sí. El periodista juega un papel fundamental en todo eso que se expone. Escribimos para la sociedad y a ella nos debemos, pero que no se olvide que, en el fondo, somos los transmisores, y los transmisores objetivos de lo que sucede a nuestro alrededor. Por ello, no sería justo derivar en el periodista la responsabilidad de que la sociedad afronte, de un modo u otro, fenómenos como este: para eso están otros agentes. El periodista ayudará, por supuesto, pues, como es el caso, se trata de una causa justa, muy justa, pero que no recaigan sobre nosotros todas las responsabilidades del mundo mundial.

A todo esto, un buen punto de partida para mejorar el contenido (ya dije que el continente me preocupa mucho menos) es formar mejor en valores a nuestros estudiantes del Grado en Periodismo, pues los valores, aun no siendo una asignatura curricular, suponen más créditos de lo que imaginamos en el ejercicio de esta profesión.