El archivo privado de los Pontífices romanos, en Latín el Archivum Secretum Apostolicum Vaticanum o Archivio segreto vaticano, en italiano, está de moda ya que, entre marzo y septiembre de este año, se va a inaugurar la exposición Lux in Arcana (“Luz en lo Oculto”), una presentación de más de 100 documentos históricos de los fondos del archivo en los museos capitolinos de la ciudad de Roma. La importancia de este archivo no reside en el estereotipo que ha dado material a tanta novela de intriga y asesinato, que sin duda abunda en casuística para ello, sino en la cantidad y calidad de unos fondos inmensos que todavía son desconocidos.
El archivo que existe hoy data del siglo XVII, pero acumula documentos muy anteriores. Los cristianos romanos guardaron sus primeros documentos en la basílica donde ejercieron los primeros papas, San Juan de Letrán, y donde estuvieron hasta el siglo XII. En este siglo, el siglo del auge de las monarquías feudales y de sus cortes y oficiales, el siglo de la producción de documentación escrita que desplazó definitivamente al mundo oral, se fueron depositando también documentos en Castel Sant Angelo, donde los papas tuvieron que refugiarse en tantas ocasiones, debido a revueltas urbanas como la de Arnaldo de Brecia que proclamó una república en la ciudad, debido a luchas entre partidarios de facciones políticas nobiliarias, como los Frangipanis a favor de mantener las alianzas con la monarquía normando-siciliana y los Pierleoni proclives a los imperiales alemanes o entre güelfos y gibelinos o debido a asedios y entradas de los emperadores Hohenstaufen en la ciudad. Un siglo revuelto, en el que la mayoría de los pergaminos se perdieron acompañando a los papas en sus huidas y estancias en las comunas de Viterbo, Ostia, Perugia, etc… Cómo no iba a ser el papa Inocencio III, Lotario de Segni, de la poderosa familia romana de los Conti, el papa que convocó el IV Concilio de Letrán 1215 en el que cristalizó la gran ortodoxia y organización institucional de la Iglesia romana, el papa que creó la Inquisición, que determinó la segregación de judíos y musulmanes, el papa que aceptó a Francisco de Asis pero prohibió que más reformadores crearan nuevas órdenes, quien creara los Registra Vaticana. Las otras cortes de Europa acumulaban documentos, nombraban escribas y cancilleres y fijaban sede para sus archivos que defendían sus argumentos en las querellas políticas, económicas y religiosas de toda índole que recorrían Europa. Desde su contemporáneo Alfonso VIII de Castilla a Jaime I de Aragón, desde Felipe I Augusto de Francia a Juan I sin Tierra de Inglaterra; pero, sobre todo, su gran enemigo político, el emperador Federico II, el Anticristo, con quien se iba a jugar el dominium mundi.
Durante la estancia de los papas en la ciudad de Avignon desde 1309, fruto del ascendiente del poder de la dinastía francesa que sucedía a la alemana en su control y lucha con el Pontificado, en este período suntuoso de vida de lujo principesco en la curia, cuando en Europa la peste negra arrasaba un tercio de la población y el resto sufría la Guerra de los Cien años, se crearon los Registra Avignonensis que no se trasladaron al Vaticano hasta 1783. De nuevo, otro período de marasmo documental se produjo debido al subsiguiente Gran Cisma de Occidente, en el siglo XIV. En 1798, se unieron al archivo los legajos que quedaban en Castel Sant Angelo. La continuidad de este archivo y su conservación es efectivamente un gran logro de la institución que lo creó.
El número de documentos que se guardan en estos archivos (se cree que aproximadamente 150.000, clasificados en 630 fondos) demuestra la posición central de la Iglesia durante siglos en todos los asuntos políticos, sociales, científicos y religiosos internacionales, nacionales y locales hasta el presente. La exposición actual se presenta como un acto de valentía, de transparencia y un regalo para la ciudad de Roma. Sin duda lo es, pero la muestra de estos 100 documentos pone en evidencia, no tanto la naturaleza de sus fondos, como la naturaleza de la institución que los guarda. Hasta 1881, los archivos vaticanos fueron totalmente secretos. Desde entonces recibieron algunas visitas y sólo en 1922 se abrieron de manera parcial a las visitas de historiadores e investigadores. La accesibilidad a unos fondos u otros ha dependido de la imagen que la curia pontificia ha querido arrojar, como en el caso de la relación del Pontificado con la Alemania nazi. En el presente funciona como un archivo normal, eso sí con secciones cerradas y en horario exclusivo de mañana. Los medios de comunicación destacan en sus crónicas, los documentos más extraordinarios, pero realmente el material desclasificado y exhibido no es relevante para la imagen en el presente de la Santa Sede. Son todos documentos conocidos, reliquias del pasado. Sin duda maravillas paleográficas, diplomáticas y artísticas, que no pueden ocultar la cantidad de documentos que, al estilo del siglo XIX, están todavía por descubrir para iluminar o cambiar la historia que nos han contado.
Doctora en Filosofía. Profesora de Historia Contemporánea.
Udima, Universidad a Distancia de Madrid