Archivos de Autor: Laura Lara Martínez

Sobre Laura Lara Martínez

Laura Lara Martínez

Doctora en Filosofía. Profesora de Historia Contemporánea. Udima, Universidad a Distancia de Madrid

Laura Lara Martínez

La batalla de Vitoria doscientos años después

Dentro de pocos días, se conmemorará el bicentenario de la Batalla de Vitoria, uno de los grandes episodios bélicos de la Guerra de la Independencia española. El ejército bonapartista, en huida con José I a la cabeza, sería derrotado en la Llanada Alavesa el 21 de junio de 1813. Nuestro país se convirtió así en escenario de una «protoguerra» europea contemporánea, al enfrentarse la alianza hispano-luso-británica dirigida por Arthur Wellesley, Duque de Wellington, con el invasor francés que escoltaba al denostado «Pepe Botella».

Tras fuertes enfrentamientos, la 3ª División al mando de Thomas Picton rompió el frente central francés, destrozando las defensas napoleónicas. En huida desesperada hacia la frontera gala, los usurpadores de la soberanía española dejaron tras de sí 15.300 bajas entre muertos y heridos, a los que hay que añadir los dos mil prisioneros y la pérdida de 152 de los 153 cañones que llevaban. Por su parte, el balance de los aliados sería más favorable, al sufrir la mitad de bajas, en torno a 4.500.

El General Álava sería el encargado de entrar en su ciudad natal, evitando los habituales saqueos de vencedores y vencidos. De este modo, la victoria aliada en Vitoria confirmaría la retirada definitiva de las tropas napoleónicas de España (con la excepción de Cataluña), si bien es cierto que las operaciones militares proseguirían, siendo prueba de ello la Batalla de San Marcial acaecida el 31 de agosto de 1813 y otras que aún habrían de producirse en 1814, incluso después de que el corso se viera forzado a devolver la corona a Fernando VII por el tratado de Valençay de 11 de diciembre de 1813.

Laura Lara Martínez.

Señores del paisaje…

Perdonadme la inmodestia de presentar una publicación mía que acaba de ver la luz (Señores del paisaje. Ganadería y recursos naturales en Aragón, siglos XIII-XVII, PUV, Valencia, 2013). El libro pretende revisar los planteamientos que tenemos sobre los efectos destructivos que se derivan de la práctica de la ganadería sobre el paisaje mediterráneo. La investigación justifica  y pone el acento en las formas organizativas de las comunidades ganaderas y en los marcos institucionales en los que se desarrollaba la actividad, como las claves para historizar las consecuencias que estas prácticas tuvieron y tienen sobre la utilización de los recursos ganaderos.

La referencia, sin embargo, la hago como excusa para introducir una vertiente de la historia que se desarrolla a pasos agigantados en el panorama historiográfico mundial: la historia medioambiental. Sus antecedentes se remontan a los años sesenta, con la apertura de la historia social de la agenda tradicional de la disciplina hacia nuevos temas. Con ellos llegaron el interés de algunos historiadores por rescatar las menciones de las fuentes hacia las «señales del cielo», los cambios en el curso de los ríos, las lluvias torrenciales, las sequías, pero también el avance del bosque, la lucha por los pastos, las menciones a roturaciones excesivas, etc…. Pero no ha sido hasta los años noventa, cuando desde otro lugar, las ciencias paleoambientales y la arqueología se ha aplicado todo nuestro potencial investigador a conocer los cambios ambientales del pasado. Estas ciencias son: la palinología o estudio del polen, la carpología o estudio de las semillas, la zooarqueología o estudio de los restos óseos de animales, la dendrocronología o estudio de los anillos de los árboles (indicador privilegiado de los índices de pluviosidad) y muchas más (algunas casi de ciencia ficción, como el estudio de las algas diatomeas que nos permiten conocer la calidad medioambiental en el agua en siglos y milenios pasados). Lo interesante es que actualmente se puede establecer, mejor que nunca, el diálogo entre todas estas disciplinas científicas, la historia y la arqueología, pues han acercado sus problemas de investigación, sus escalas cronológicas e incluso los fines para los que desarrollan sus estudios, como las políticas públicas que se deben desarrollar. La historia medioambiental, como todas las preguntas que el presente hace sobre el pasado, se desarrolla por nuestras preocupaciones ecológicas actuales, pero ha traído conclusiones sorprendentes sobre los profundos cambios que ha sufrido el medioambiente en períodos históricos, sobre la ambivalente acción de los seres humanos sobre el mismo dependiendo de los sistemas socio-económicos en los que han vivido y sobre los futuros potenciales que se abren, dependiendo de las opciones que tomemos.

La vida cotidiana de la mujer a la luz de la Historia del Arte Moderno y Contemporáneo

Recientemente, he visitado una exposición en el Museo Thyssen de Madrid que me ha sorprendido gratamente, pues el tema central de todas las obras es la mujer. Estamos acostumbrados a que la Historia, durante muchos siglos, haya sido escrita por y sobre hombres, ya que la esfera privada y doméstica a la que secularmente se relegó a la mujer en el tradicional reparto de roles, privó a la mitad de la sociedad de la participación en asuntos políticos, económicos, artísticos (al menos desde la primera línea), ámbitos que la historiografía ha privilegiado en sus páginas. Afortunadamente, los tiempos han cambiado en materia de género, tornando la discriminación en igualdad, un camino en el que nos encontramos y en el que, aún quedando mucho por hacer, podemos mirar al futuro con optimismo.

Pero por mucho silencio y hermetismo que haya dominado en torno a la cuestión femenina, la mujer siempre ha estado ahí, en la esfera privada o en la pública, pudiendo o no firmar sus obras literarias, pictóricas, escultóricas o musicales, viviendo a la sombra de hombres que se atribuían sus méritos o que las respetaban y valoraban: de cualquier forma, trabajando con voluntad firme de compromiso con la sociedad o con su entorno doméstico inmediato.

Por ello, las diez obras que integran la exposición ‘Juego de interiores. La mujer y lo cotidiano’ constituyen un buen reflejo de la presencia femenina en la Historia Moderna y Contemporánea, desde el siglo XVII hasta principios del XX, gracias a los pinceles de los pintores de diferentes nacionalidades (danesa, holandesa, francesa, italiana y estadounidense) cuyas obras se exhiben en estos días, haciéndonos esbozar una sonrisa alguna de ellas, como El tamborilero desobediente, del holandés Nicolaes Maes, alumno de Rembrandt y uno de los mayores exponentes de este género, junto a Vermeer.

Nicolaes Maes: "El tamborilero desobediente", Museo Thyssen-Bornemisza

De este modo, la pintura holandesa de interiores que adquirió entidad como género propio en la Holanda del siglo XVII convive, en la misma sala, con las escenas domésticas y con los retratos de mujeres en sus estancias privadas, típicos del siglo XVIII. La sensación de sosiego y naturalidad que transmiten estas instantáneas de cuadros familiares y domésticos, la luz envolvente que preserva la intimidad del hogar del bullicio exterior y la introspección de la mayoría de las protagonistas de las obras son otro buen aliciente para visitar esta exposición que estará abierta hasta el 2 de junio de 2013.

Laura Lara Martínez

In memoriam papae

La memoria colectiva a veces no pasa de unos breves siglos. Nos sorprende la decisión del papa Benedicto XVI de dejar la mitra pontificia el 28 de febrero. Se repite en los medios que es un hecho casi inédito y se buscan paralelos históricos de manera superficial. Se afirma que tradicionalmente los papas han muerto en cama o “en la cruz”. Pero no es tan cierto. Pocos papas han muerto tranquilamente en su cama; menos han tenido pontificados sin sobresaltos. La historia de los papas de Roma es una de las más difíciles de reconstruir y de interpretar debido al constante cambio de sus titulares y a las fuertes encrucijadas de intereses en las que se encontraban. La expresión “abdicación” o “dimisión” es una gran eufemismo de nuestro tiempo, tan “religiosamente correcto”. En Roma, un centro neurálgico del poder político, los papas no solían dimitir, más bien eran apartados o retirados por otros poderes.

Desde el siglo I hasta el papa emérito presente se han sucedido entre 263 o 265 papas, una frecuencia de reemplazo muy superior que las de las dinastías regias. Esto sin contar los aproximadamente 38 antipapas, concepto este resbaladizo, pues un antipapa es un miembro de la jerarquía católica con los mismos principios doctrinales que el papa, que suele ser el verdadero papa para la facción que le apoya en la curia, sólo que la parte que perdió la batalla por ganar el reconocimiento de más poderes del orbe católico. Los papas tocan a una media de 7 años por titular aproximadamente, lo que denota la alta siniestralidad del oficio. Esto demuestra que lo curioso es lo contrario: que siempre ha sido difícil sobrevivir siendo papa, no solo por su elevada edad media. Las historias de los papas son rocambolescas: huidas disfrazadas de alabarderos, escapatorias de torres, muertes en el acto sexual, papisas mujeres, etc…. y los escenarios de sus elecciones, lugares en los que se han dado todo tipo de anécdotas. Desde 1271, se estipuló que los cardenales electores se reunieran en cónclave, es decir, bajo llave (cum clave). Esto demuestra lo peligrosas que eran dichas reuniones en las que podía asonar cualquier facción o partido o las fuertes presiones que había sobre los cardenales, cuando se comunicaban con el exterior para recibir órdenes o para comentar las tensiones y estrategias que se iban planteando en la reunión. Tras la vacante más larga de la sede romana (de 1268 a 1271), se vio la necesidad de sistematizar y reglamentar la elección de los papas para evitar que las tensiones políticas se descarnaran tan vivamente. El nuevo papa, Gregorio X, instauró el procedimiento para ello con la bula: Ubi periculum maius. Entre otras medidas menos anecdóticas, que obligaban a seguir un protocolo, votar y alcanzar los dos tercios (el debate entre si la elección debía de ser por cantidad de votos o por la “calidad de los votantes” fue largo, maior pars vs. melior pars), se decidió que a partir del cuarto día de deliberación, las raciones de los cardenales electores se fueran acortando para que acabaran antes.

La Edad Media fue el momento de máximo poder del Papado de Roma, pues en ese período la identidad social colectiva estaba principalmente marcada por el hecho religioso, los argumentos y posiciones políticas se expresaban en términos religiosos y la Iglesia era la gran legitimadora o desligitimadora tanto de los cabezas de la pirámide del poder feudal, como de los campesinos de cualquier aldea perdida. La Iglesia podía intervenir en todos los territorios de la cristiandad. Su cabeza era una voz que tronaba en las cortes regias. Con su palabra, podía levantar facciones contra un rey, desbaratar proyectos dinásticos, descalificar herederos, poner en entredicho una región entera acusada de herejía. Pero este gran poder estaba atravesado por una doble paradoja: la Iglesia se fue conformando durante los siglos medievales como una institución que no se reproducía biológicamente, dado el celibato de sus miembros y que no tenía un ejercito a su servicio. Por eso, el Pontificado tuvo que especializarse en el difícil juego de buscar fuerzas aliadas, defensores de Roma, que no pretendieran ser sus dueños. Los papas se mantuvieron y se defendieron, gracias a la alianza de sus amigos carolingios, de los emperadores alemanes, de los normandos sicilianos, de los angevinos francos y de los españoles, por este orden. Pero, igualmente, muchos papas medievales se vieron arriados del solio, porque no podía haber asunto más “político” que los asuntos del Pontificado de Roma.

Pero además de esta dinámica externa que caracterizaba la superviviencia del pontificado, había otra igualmente intrincada y es que el obispado de San Pedro era y sigue siendo, por encima, de todo una cuestión de las luchas de poder internas en la Roma y en Italia. El principal objetivo, era urdir redes infinitas que posicionaran miembros de las familias nobiliarias en partidos y facciones amigas que controlarían, elecciones, concilios y decisiones, ingresos diezmales, las donaciones y las rentas feudales de los estados pontificios. Las familias romanas como los Crecencios frente a Teofilactos en el siglo X, los Frangipanis frente a Pierleonis en el siglo XII, los Orsinis frente a Colonnas en el siglo XIII, que duraban una generación o dos, campaban por sus respetos en guerras constantes colocando a sus miembros en la dirección de la ciudad o reconquistando la ciudad en cuanto los poderes externos, como los emperadores romano-germánicos, la abandonaban.

Sería un error pensar que los papas defendían su independencia frente a amenazas externas (reyes y emperadores) e internas (nobleza romana). El papa existía, era por estas dinámicas. Todo papa romano estaba respaldado por una familia fuerte, todo papa extranjero tenía que llevarse la corte fuera: a Orvieto, a Nápoles, a Avignon, a Peñíscola, etc… El relevo de poder ha sido: facciones nobiliarias romanas durante los siglos IX-X, facción germana o romana durante los siglos XI-XII y facción francesa o romana en los siglos XIII-XIV.

Repite la prensa que 7 papas, desde el 33 dC., son los papas que han “dimitido”, pero los contextos de estas “dimisiones”, desmienten la posibilidad de denominarlo así. La mayoría de los papas tuvieron que dejar la tiara o fueron expulsados, siendo difícil distinguir unas situaciones de otras. Nada ha sido sencillo en la biografía pontificia.

El período que se conoce como “El siglo de hierro del Pontificado”, por la frecuencia de los nombramientos, la ignorancia de los papas y la violencia, provocó el nacimiento de aspiraciones reformistas de la Iglesia, bien alejadas de la ciudad como en Borgoña o Lotaringia. Fueron precisamente los emperadores germanos los que, mediante la intervención en la ciudad y el nombramiento de papas dignos pretendieron liberar el pontificado de la nobleza romana. En este contexto hay que situar al papa Juan XII (940-964) “el Fornicario”. Con 18 años, ninguna formación e implicado en todos los conflictos contra los condes y duques locales, llamó a Otón I en su defensa y lo coronó emperador en el año 962. El emperador lo depuso y, en el concilio de 963, eligió como sucesor a su secretario, un seglar que recibió todas las órdenes en un día, León VIII. Juan XII, que se marchó con los tesoros de Roma, volvió a la ciudad en cuanto se fue el emperador con un ejército, depuso al Papa y se dedicó a vengarse de sus enemigos y volver a su vida licenciosa hasta su muerte.

En 1032, los Teofilacto, familia poderosa en Roma desde finales del siglo X, que tuvieron en su familia ni más ni menos que 6 papas, sobornaron a la curia para nombrar con 14 años de edad, a Benedicto IX, un papa “guadiana” que dominó la sede pontificia en 3 períodos: de 1032 a 1044, en 1045 y de 1047 a 1048. Su supervivencia dependía de su alianza con el emperador Conrado II, que le defendía de las otras familias romanas. El 10 de abril de 1045 vendió la tiara por 1500 libras al futuro papa Gregorio VI para casarse y abdicó. Sin embargo, nunca dejó de luchar por conquistar Roma, siempre que los emperadores estaban ausentes. Consiguió volver dos veces con los ejércitos de su familia. El emperador Enrique III se vio obligado, en el Concilio de Sutri de 1046, a deponer a los tres papas en liza, pero volvió a perder la ciudad en cuanto la abandonó. En 1048, Benedicto IX era expulsado de la ciudad por otras familias y acabó retirado en la abadía de Grottaferrata.

Quizá la historia más conmovedora es la de Pietro Angeleri di Murrione, quien antes de ser Celestino V era un monje benedictino de un monasterio perdido del Benevento. Inclinado al ascetismo radical que imperaba en los tiempos, abandonó el cenobio y se retiró a la cueva de Morrone como ermitaño en 1239 y con varios seguidores poco después se situó en otra cueva en los Abruzos donde fundó en 1244 los Celestinos. Cómo se cruzó su destino con el de Roma es un misterio solo explicado por la teoría del caos. Debido a la rivalidad y guerra entre la familia Colonna y Orsini, la sede pontificia llevaba vacante desde 1992 hasta 1994. No es raro que cuando el asceta se vio elegido papa trasladara la sede a Nápoles, dominio de los Anjou franceses y donde contaba con su protección. Nuestro protagonista rigió la sede de agosto a noviembre de 1294. No sabemos si, como se dice, “renunció voluntariamente” para volver de ermitaño, lo que sí sabemos es que vio la necesidad de establecer la bula de abdicación de los papas y que restauró la institución del cónclave papal para elegir papa. Su sucesor el enérgico Bonifacio VIII no iba a dejar semejante tentación suelta por la tierra. Lo llevó con él a Roma donde trasladó la sede inmediatamente. ¡Qué peligros no acecharían al pobre Pietro Angeleri, que escapó durante el viaje e intentó huir a Grecia, pero fue apresado y encerrado en una torre hasta su muerte.

El Gran cisma de la Iglesia se produjo tras la crisis de finales del XIII. El papa Bonifacio VIII conseguía dar brillo al último estertor de la formulación teocrática de la Iglesia.  Frente a Roma, crecía la teoría política y el poder de reyes feudales y las teorías conciliaristas. Reyes como Felipe IV de Francia no estaban dispuestos a tener que lidiar con  papas independientes. Entre 1309 y 1377 se trasladó la sede papal de Roma a Avión. Los 5 papas que siguieron a Bonifacio VIII fueron franceses, 111 de los 134 cardenales creados en ese período eran franceses. A cambio, en Avignon el papado aprendió a organizarse como los poderes temporales más avanzados: organizó sus procedimientos, sus sistemas recaudatorios, los cargos y funciones de la curia, etc… Pero Roma estaba esperando para equilibrar la balanza y durante 40 años, la cristiandad se descarnó en un cisma con dos y hasta tres papas. Cuando Segismundo, emperador de Alemania, en el Concilio de Constanza de 1414 hasta 1418, depuso a los tres papas existentes: a Juan XXIII (el pisano, Angelo Guiseppe Roncalli) en 1415 y a Gregorio XII (el veneciano, Angelo Correr) y a Benedicto XIII (el zaragozano, Pedro Martínez de Luna) en 1417 puso fin al cisma de Occidente. El nombrado fue un Colonna: Martín V.

En este proceso largo y cruento de 4 siglos (desde la Reforma Gregoriana en el siglo XI hasta el final del cisma en el siglo XV), se consumó la divisoria entre lo que nosotros conocemos como poder temporal y poder espiritual, es decir, el reparto de los ámbitos de autoridad entre monarcas y papas. Roma renunció a ser un estado dentro de todos los demás estados y se redujo a sus posesiones temporales en los Estados Pontificios; los reyes dieron coherencia a su poder territorial, pero a cambio de grandes prerrogativas y privilegios al Pontificado.

La historia no nos permite imaginar por qué se va el papa. No podemos imputar intenciones. Pero la historia nos permite imaginar potenciales contextos, los ingredientes que frecuentemente entraron en juego. Benedicto XVI ha vuelto a ser Joseph Ratzinger. Las elecciones pontificias son ya más cortas y menos discutidas porque se juega el poder de las facciones de la Iglesia, no el poder en el mundo. El papa puede seguir vivo, aunque habiendo reconocido ciega obediencia a quien sea su sucesor, porque su figura no es tan amenazante como en el pasado. Sea como fuere, el Papa alega que se va por falta de fuerzas para disponer de las energías que exige la procelosa administración, la dinámica política de la curia Vaticana con sus partidos, facciones y corruptelas. Las facciones se aprestan a tomar posiciones: los italianos, los españoles, los simpatizantes de una organización o figura u otra, los más conservadores y los más liberales. El hervidero papal, que nunca se acalla, muestra que la dificultad para gobernar la barca de Pedro continua, que los problemas son tan oscuros como todos imaginamos, que la figura del papa ha perdido unos grados en cuanto a infalibilidad y sacralidad y que el concilio es más que nunca un asunto de hombres solteros mayores.

Nuevo libro de María Lara Martínez: Brujas, magos e incrédulos en la España del Siglo de Oro. Microhistoria cultural de ciudades encantadas

El 31 de enero de 2013 fue presentado en sociedad el nuevo libro de la Profesora María Lara Martínez en el Ateneo de Sevilla, Docta Casa donde el homenaje a Góngora en 1927 sirvió de acta fundacional de las más importante generación poética de nuestro país.

Al día siguiente, el 1 de febrero, María viajó en compañía de sus Brujas, magos e incrédulos de la España del Siglo de Oro a otra ciudad encantada, Coria del Río, pueblo natal del regionalista andaluz Blas Infante. A orillas del Guadalquivir, estos personajes misteriosos emergieron con fuerza en el Salón de Plenos del Ayuntamiento coriano, igual que lo hicieran la jornada anterior en la atmósfera del hijo de la Luna. Porque ¿qué es sino la vida que esa búsqueda de equilibrio en un mundo cambiante, esa nota de racionalidad en un contexto incierto?

La Escritora María Lara Martínez, en la presentación literaria de su obra celebrada en el Salón de Plenos del Excmo. Ayuntamiento de Coria del Río (Sevilla), acompañada por D. José Suárez Álvarez, Teniente de alcalde y delegado de Cultura del Ayuntamiento de Coria del Río y el abogado D. José Asián Bizcocho, fiscal segundo de la Cofradía de la Vera Cruz.

Las brujas y los magos, esos seres que pululan en el acervo cultural colectivo de todo tiempo y de todo lugar, con la versatilidad que les es propia, son los protagonistas de este libro de María. Goya, en el tránsito del Antiguo al Nuevo Régimen, personifica en la bruja ese mundo que no comprende, donde la esencia de España concentrada en la superstición se contrapone al afrancesado anhelo de progreso. Sin embargo, ambos estereotipos parecen converger en la intransigencia hacia un pueblo ibérico ávido de cultura pero rebosante de patriotismo.

Goya y Feijóo no serían más que dos epílogos que testimonian una amplia tradición esotérica donde brujas y magos, con sus pócimas, adivinaciones y hechizos tuvieron que enfrentarse al temido tribunal del Santo Oficio, cuya documentación ha sido investigada en profundidad por la Dra. María Lara Martínez durante seis años para escribir esta obra que, como contemporaneísta, os recomiendo vivamente leer. En ella, podréis descubrir la vida cotidiana en la Edad Moderna española desde el punto de vista de la Historia de las mentalidades, así como contemplar el modo en que la cultura popular y la literatura del Siglo de Oro se hermanan como la cara y la cruz de una misma moneda, como el haz y el envés de una hoja sobre la que cada día se construye el relato de la vida.

Autora: Lara Martínez, María.
Título: Brujas, magos e incrédulos en la España del Siglo de Oro. Microhistoria cultural de ciudades encantadas.
Editorial Alderabán, 2013.
ISBN: 978-84-95414-97-7.