Frecuentes son los momentos en que el historiador se siente como aquel don Félix de Montemar que Espronceda inmortalizara en El estudiante de Salamanca presenciando su propio entierro. Y es que, a veces, los profesionales de la ciencia de Clío detectamos demasiadas intromisiones de quienes, con apenas propiedad, se permiten enarbolar argumentos carentes de bandera. O lo que es más peligroso, la instrumentalización de la Historia con fines políticos, algo muy característico en grado extremo de los regímenes dictatoriales, capricho del que los gobiernos democráticos no están exentos.
Pero nos referimos a la banalidad con que el marketing, parte de la clase política y ciertos organismos e instituciones deciden desperezar de su letargo a seres convertidos en sus manos casi en juguetes o marionetas. Tal día como hoy, 7 de abril, fallecía en la ciudad del Tajo en 1614 El Greco. En 2014 celebramos su año, ¿por qué no se prolongó hasta el presente? No debía interesar, la literatura del Siglo de Oro arreciaba el paso con la conmemoración del V Centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús y del IV de la edición de la segunda parte de El Quijote. A veces, las efemérides priorizan una opción frente a otras posibles, como le sucedió a Zurbarán, quien en su tiempo fue eclipsado por la fama de Velázquez y en 2014, en que se cumplían los 350 años de su muerte, por el griego de Toledo. Si el objetivo fuera que la ciudadanía se elevara hacia la cultura en aras de ese ideal ilustrado, todo sería perfecto, pero en la mayoría de las ocasiones detectamos demasiadas ansias de protagonismo de quienes necesitan hacerse la foto con Doménico Theotocópuli, con Teresa de Cepeda y Ahumada o con nuestro amigo Miguel para que se hable de ellos, aunque apenas sepan quiénes fueron estos constructores del legado hispánico. Un rey, Felipe II, despreció al pintor cretense, y en otro tiempo el mismo artista sirvió de festejo para la proclamación de otro monarca, Alfonso XIII.
La mística santa de Ávila, que en su juventud disfrutó con los libros de caballerías, y el escritor que fue capaz de hacer crítica de los gustos literarios de su propio tiempo y crear la novela como nuevo género, han sido hermanados en 2015 en una efeméride mutua. – ¿Hoy se habla de ti o de mí? – Pues hoy ha venido x a inaugurar mi exposición; – ya, pero la semana pasada x asistió a la mía. Podríamos imaginar escuchar esa conversación entre ambos, pero no, estamos hablando de dos españoles de categoría, que lejos de la política y de las ansias de poder (esferas que en su tiempo no les facilitaron la vida), hicieron bajo sus pies su propio camino al andar, y muchos fueron los kilómetros o leguas, en el argot de la época, que recorrieron. Su sangre no les dio un puesto en la Historia, más bien tuvieron que justificar que estaban «limpios», paradojas absurdas cuando se contemplan desde la perspectiva de que sólo la salud o la enfermedad pueden corroborar tal apreciación.
El mismo Miguel de Cervantes no podía esperarse que en este año con el que anhelaba cerrar por siempre la boca de su enemigo Avellaneda, el autor del Quijote espurio, iban a encontrar su cuerpo en las Trinitarias de la Villa y Corte. Su hermana, yacente en el convento de las Carmelitas Descalzas de Alcalá de Henares, y sus abuelos maternos en Arganda confirmarían su genealogía en caso de ser despertados con un análisis de ADN que seguramente ellos todavía atribuirán a la alquimia. La Montiela, la Cañizares y la Camacha, esas tres brujas cervantinas que tan magistralmente ha investigado la Dra. María Lara Martínez en su libro Brujas, magos e incrédulos en la España del Siglo de Oro, seguro que con sus acertijos y vuelos por la Mancha y Castilla ya han respondido a todas las hipótesis sobre el cuerpo de su interlocutor. Y es que en 2016 hará 400 años que Cervantes cerró el libro de su vida dejando bastantes páginas en blanco, para que los historiadores sigamos escribiendo sobre él.
Laura Lara Martínez.
Doctora en Filosofía. Profesora de Historia Contemporánea.
Udima, Universidad a Distancia de Madrid