En este artículo pretendo explicar cómo las fronteras son construciones mentales y las barreras geográficas son perfectamente salvables, pues la única limitación es la que el propio ser humano establezca para otros o se imponga a sí mismo.
En el debate filosófico, de amplia trayectoria, desde los presocráticos hasta nosotros, acerca del binomio naturaleza/cultura, Melilla se presenta ante nuestra particular aplicación de la mayéutica, como un paraíso natural exultante de vida. Desde los inicios de su Historia que se remontan al siglo VII a.C., cuando comerciantes fenicios se instalaron a uno y a otro lado de las costas mediterráneas (la almeriense Adra está justo enfrente en el solar de la piel de toro), Rusadir ha destacado como enclave destacado y puente entre dos continentes: Europa y África.
Con la llegada de los árabes a partir del año 680, la península de Guelaya es atravesada para cruzar el Mare Nostrum e instalarse en la Hispania visigoda, maltrecha por las disputas internas. El paso del Estrecho por Tariq en el 711 va acompañado, aún sin pretenderlo, por un conflicto entre las ciudades de Fez y Tremecén, provocando el éxodo demográfico de Rusadir, quedando el territorio despoblado hasta que Abderramán III mandara una flota desde Málaga en el año 927 y creara la taifa de Melilla, integrada en el califato de Córdoba.
La expansión de las Coronas de Castilla y Portugal en el reino de Fez durante el siglo XV culminó con la entrada de Pedro de Estopiñán, contable jerezano (aunque de estirpe aragonesa), a la sazón comandante en jefe del ejército del duque de Medina Sidonia, Juan Pérez de Guzmán, que conquistó en 1497 una Melilla destruida por las disputas musulmanas internas, siendo intercambiada por unos terrenos en Málaga. En virtud del liderazgo de la campaña, Melilla primero dependería del omnipotente noble andaluz y después de la Corona española, desde 1556.
La cruzada medieval y las guerras de religión, tanto contra el Turco (Lepanto) como centroeuropeas con el mundo protestante como rival (Guerra de los Treinta Años y el esplendor de los Tercios, v.g.), propias de la Modernidad, parecían estar superadas en el Siglo de las Luces, con la razón como brújula. Sin embargo, emisarios del sultán Mohamed ben Abdallah se presentaron en Ceuta y declararon la ruptura del tratado el 19 de septiembre de 1774, amenazando con desalojar a los cristianos. Como contrapartida, Carlos III declaró la guerra el 23 de octubre y, mes y medio después, el 9 de diciembre, las primeras tropas comenzaron el sitio de Melilla, que se prolongaría hasta el 19 de marzo de 1775. La ciudad sería defendida por el mariscal de campo Juan Sherlock.
Desde 1864 España permitió el libre asentamiento de habitantes en la ciudad, si bien la inmigración peninsular no cobraría fuerza hasta el fin de la Guerra de Margallo en 1893. La actividad de la pesca y la explotación de las minas del Rif que incentivaría el desarrollo de la industria, así como el comercio, propiciaron el despegue económico de Melilla, debiéndose destacar el impulso conferido por la instalación del Ejército y su necesidad de aprovisionamiento. Diversos episodios bélicos en el tránsito del siglo XIX al XX acabaron desembocando en la Guerra de Marruecos, paralela a la instalación del Protectorado: el incidente de Barranco del Lobo vinculado con la Semana Trágica en 1909, el Desastre de Annual en julio de 1921 (y el consiguiente avance de la Legión salvando Melilla), el asesinato de tres mil españoles en Monte Arruit un mes después y el Desembarco de Alhucemas en 1925, que pondría fin a dicha contienda, tratándose de la primera acción de desembarco aeronaval de la Historia.
Con este periplo histórico en la mente, memorables han resultado las jornadas que la Doctora María Lara Martínez y yo hemos vivido en la Ciudad Autónoma de Melilla con motivo de la celebración del Día de las Fuerzas Armadas 2016, donde hemos tenido ocasión de transmitir nuestro magisterio a distintos colectivos y generaciones, desde adolescentes hasta militares.
Nuestra primera singladura docente en Melilla en la mañana del 27 de mayo fue en el Instituto «Leopoldo Queipo», donde tuvimos el encuentro literario con los alumnos de 3º de ESO sobre uno de los libros de María Lara, Reconquista. Ocho siglos de mestizaje y batallas, en este centro que en el presente curso académico ha cumplido su medio siglo de vida y que es heredero del instituto histórico en el que llegó a ser profesor de árabe Abd el-Krim, tal como consta en una instantánea del claustro.
Por la tarde, tras la rueda de prensa concedida a los medios sobre nuestro Premio Algaba, impartimos sendas conferencias sobre el libro Ignacio y la Compañía. Del castillo a la misión en el Salón Dorado del Palacio de la Asamblea, acto de la Cátedra «General Marina», e introducido por el Profesor D. Fernando Saruel y por el Coronel Echevarría, con la consiguiente entrega de Placas por parte del Comandante General de Melilla, Excmo. Sr. D. Fernando Gutiérrez Díaz de Otazu.
Al día siguiente proseguimos nuestra actividad militar en la Plaza de Armas de Melilla la Vieja, lugar en el que, tras jurar bandera, portamos y depositamos, junto a Adolfo Suárez Illana, la corona de laurel en el Homenaje a los Caídos que precedió al desfile del DIFAS16.
El 29 de mayo sería inaugurado el poema «Veintinueve años» de María Lara, bautizada como la «Poeta del Ejército», en la Sala de Honor del Regimiento de Ingenieros nº 8, donde sirvió y murió el Capitán Arenas. Con ilusión impartimos sendos discursos y recibimos los diplomas de la Jura de Bandera, los guiones del Regimiento y las «insignias ingenieras» impuestas por el Coronel Cabrerizo en un acto solemne celebrado en la víspera de San Fernando, patrón del Arma.
Durante tres días consecutivos, El Faro de Melilla y Melilla Hoy, los dos periódicos en papel de la Ciudad Autónoma, junto a los medios radiofónicos, la Televisión de Melilla y otras cabeceras de prensa digital, han hecho crónica de nuestro viaje; gracias por el entusiasmo. La semana pasada hablábamos con compañeros en la Universidad y les explicábamos que la luz de Melilla no es comparable con la de ningún otro lugar, es la magia del globo terráqueo que nos sorprende por doquier, en este caso con su reflejo sobre África. El espíritu cosmopolita que afortunadamente tenemos nos hace sentirnos de cada lugar donde hay lectores y alumnado esperándonos, ya que nuestras aulas no conocen fronteras y todos sois bienvenidos.
Y aunque Melilla nunca fue una colonia, bien se puede afirmar que hay metrópolis que habrían anhelado tal condición acompañada de la fortuna de una geografía, física y humana, bendecida por los vientos de Poniente y de Levante. Toda Historia de España pasa por Melilla: pronto se cumplirá el ochenta aniversario del inicio de la Guerra Civil, una cruel lucha fratricida que tuvo su prólogo en la Rusadir contemporánea. Sublime la ciudad, cuna de la interculturalidad con solera y segundo conjunto modernista del mundo, después de Barcelona y por delante de Madrid y de Valencia. Y es que esa Melilla, cuyo límite con el reino de Marruecos hoy vemos separado por la triple valla (con puertas de acceso peatonal y de vehículos con constante tráfico, quizás emulando el nombre del cañón que en 1860, en virtud del Tratado de Wad-Ras, fijó los límites con el alcance de sus descargas: «El Caminante»), bien se puede afirmar que ya, desde su génesis, tenía un color especial.
Laura Lara Martínez.
Doctora en Filosofía. Profesora de Historia Contemporánea.
Udima, Universidad a Distancia de Madrid