DSC_00031Kilimanjaro

El pasado verano pasado tuve la suerte de pasar algún tiempo en Tanzania, un país africano de innumerables recursos naturales que basa su desarrollo turístico en dos modalidades principales: el turismo de safaris y el turismo de naturaleza.

El turismo de naturaleza se centra principalmente en la ascensión al monte Kilimanjaro, un macizo volcánico cuyo pico más alto, el Kibo, alcanza los 5.892 metros de altitud. El Kibo es la montaña más alta de África y forma parte de una de las «siete cumbres» más altas del planeta, una por continente. Esta maravilla natural se localiza dentro del Parque Natural del Kilimanjaro, declarado espacio natural protegido en 1973 y Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1987 bajo el criterio número 7: «contener fenómenos naturales superlativos o áreas de excepcional belleza natural e importancia estética». Esta belleza natural se multiplica al entrar en contacto con los habitantes de la zona que, convertidos en guías de montañas, resultan indispensables para alcanzar cima. Su amabilidad y su profundo conocimiento de la montaña, transmitido de generación en generación, ayudan al turista-montañero a pisar con éxito las últimas nieves del Kilimanjaro.

Si hasta aquí recojo recojo lo que podría ser unas vacaciones ideales en un espacio natural protegido, me gustaría denunciar algunos hechos que me llevan a radicalizar mi postura respecto a estos espacios y apostar por un conservacionismo agresivo que limite cualquier tipo de actividad turística en este parque natural. Me explico a continuación. El Kilimanjaro es uno de lo «casi 6 miles» más más asequibles del mundo. Este hecho junto con la globalización del turismo implica que entre 20.000-25.000 personas (fuentes no oficiales) intenten alcanzar la cima cada año.  Este flujo no se distribuye de una forma homogénea a lo largo del año sino que se concentra fundamentalmente en la estación seca. Esto genera la ruptura de la capacidad de carga que se traduce en masificación, alta generación de residuos orgánicos e inorgánicos, suciedad generalizada… que generan desequilibrios evidentes en ecosistemas de alta montaña extremadamente frágiles.

DSC_00591 ¿Campamento de montaña o campamento de un macro festival?

A la ruptura de la capacidad de carga hay que sumarle otro hecho igualmente preocupante que es la inconsciencia de la gente que intenta alcanzar la cima. Os explico. El denominado mal del altura, es la falta de adaptación del organismo a la altitud donde la cantidad de oxígeno es menor. A partir de los 2.500 metros de altitud el mal de altura puede aparecer con síntomas como mareos, cefaleas, cansancio, trastorno del apetito, etc. Las manifestaciones más graves (edema pulmonar y edema cerebral) pueden producir la muerte. Normalmente el mal de altura se supera desciendo en altura y se suele combatir entrenando en altura y realizando una buena aclimatación. Cuando subí al Kilimanjaro me encontré situaciones tan disparatadas como las siguientes: personas que iban fumando, que llevaban botellas de alcohol en las mochilas, que no hacían ejercicio habitualmente o que subían por ver qué tal. Carnes cañón para sufrir los efectos del mal de altura como de hecho experimentaron el último día de ascenso a la cumbre cuando se alcanzan casi los 6.000 metros.

DSC_00951Haciendo cola en la cima para sacar la foto de cumbre

A pesar de todo ello, ascender el Kilimanjaro es una experiencia única. Animo a todos aquellos que les gusten las montañas que, con una buena preparación, suban a uno de los siete techos del mundo.