Internet llegó para cambiarnos la vida. Lo que nos permitía hacer en sus primeros años de su existencia (intercambiar palabras o ver formas básicas) apenas era el comienzo de un invento que ha revolucionado todo cuanto hacemos: comunicarnos, informarnos, entretenernos… Pero eso nos ha llevado a una parte de los más de 5.300 millones de usuarios del mundo a hacer un uso poco sano o problemático (en torno al 14% según estudios recientes). Pero ¿se puede hablar de ‘adictos’ a internet?

A esta y otras cuestiones trató de dar respuesta el profesor del Grado en Psicología de la UDIMA, Sergio Hidalgo, en una nueva sesión del ciclo de conferencias que organiza la universidad. La OMS ya reconoció hace casi una década que el uso indebido de la red (y otras tecnologías) conllevaba tantos problemas asociados que lo declaró cuestión de salud pública mundial. Pero ¿existe realmente la adicción a Internet?

Como investigador interesado en las llamadas adicciones comportamentales (y dentro de estas, las adicciones digitales), Hidalgo ya aclaró que sí, es la forma «más empleada» para hablar de estos problemas. Pero «no hay nada en los manuales» internacionales de diagnóstico y criterios de tratamiento. Ya a finales de los años 90 la pionera Kimberly Young lo presentó como tal, una adicción diferente a las que provoca el consumo de sustancias. Y que coincidía con los criterios iniciales que había para hablar de estas adicciones del comportamiento: recompensa inmediata, cambios de humor, tolerancia (necesidad de cada vez más), abstinencia, conflictos y regresiones o recaídas recurrentes.

No obstante, este tipo de adicciones no se reconocieron hasta el año 2015, momento en que se incluyó en el DSM-5 el «juego patológico». Según el profesor, desde entonces no se han registrado más conductas como adictivas, no sólo por la falta de evidencia científica al respecto, sino también porque eso implicaría empezar a meter en el mismo saco a otras que, a priori, sólo son «potencialmente» adictivas (por su baja incidencia en la población).

Cosas tan curiosas como bailar el tango argentino, leer Harry Potter, estudiar, ponerse moreno, coleccionar cromos… «Todas pueden tener repercusiones negativas (económicas) y sus ‘pacientes’ se ven como ‘enfermos’, pero es cierto que no hay evidencias suficientes». Ahora bien ¿qué pasa con Internet?

Internet: ¿6 horas diarias no es adicción?

El 66% de la población mundial usa Internet, pasando en su ‘red’ unas 6 horas y 40 minutos de media. «Y la cifra sigue escalando desde inicio del s. XXI», subraya Hidalgo. Sin apenas diferencias entre sexos (en cantidad, sí en patrones), el uso más mayoritario está entre los más jóvenes (15-24 años), que son quienes tienden a cambiar más actividades de la vida real por su equivalente virtual. «No sólo son los más propensos a terminar desarrollando esas conductas adictivas», comenta el docente, sino que al hacerlo desde tan jóvenes, «tienen por ello más capacidad de hacer que perdure en la adultez».

Y, sin embargo, los cambios generacionales abren una brecha en la perspectiva sobre la propia tecnología. Los nativos digitales quizás no ven ese riesgo con tanta claridad, pero porque también hacen quizás otro uso, más selectivo y adaptado. Lo que está claro es que los problemas, al igual que sus ventajas, están ahí: ansiedad, depresión, mal sueño, dolores musculares… Todos los que hicieron saltar las alarmas en la OMS. Pero Hidalgo aclaró que «más tiempo de uso no es igual a adicción».

Primero porque todo depende del «tiempo percibido» de uso, que puede variar en función del momento en que se emplea, así como la función y la edad. Y aunque la pionera Young lo presentó como una adicción, numerosos investigadores consideran que «no es lo más preciso» tildarlo así.

¿Por qué? Tres razones: Internet no es el problema, sino el uso de la herramienta para acceder a contenidos específicos (juego, pornografía…) que sí son adictivos; no existe suficiente investigación para asemejar estas adicciones con las del consumo de sustancias (sólo estudios transversales); y por último porque corren el riesgo de «patologizar» a las nuevas generaciones (que nacieron y viven con Internet) por hacer cosas que son «completamente normales» en su entorno.

Así que no, usar 8 horas Internet no puede ser más que un factor de riesgo para acabar desarrollando un UPI (Uso Problemático de Internet); no únicamente por usarlo mucho se es adicto (y más en el entorno laboral actual, absolutamente digitalizado). Pero tendrá que haber unos criterios para determinar ese UPI.

Rasgos, tipos y prevalencia

Ya con las bases que sentó Young en el año 1996 (que se apoyó en los criterios del juego patológico) se han ido estableciendo guías que recogen al menos 8 criterios generales, que no oficiales: preocuparse si no se conecta, tener necesidad de hacerlo constantemente, intentar no hacerlo sin éxito, presentar síntomas de fatiga, mal humor o depresivos; mantenerse conectado más tiempo del previsto… Según Young, si se daban estos cinco primeros ya se podía hablar de adicción. Pero esto generó críticas, porque algunas de estas conductas «no tienen por qué ser adictivas» (una madre pendiente de su hijo recién nacido).

Tenía que haber un criterio diagnóstico más fino, «definitivamente» que se diera al menos una de las tres últimas, vinculadas a la integridad personal y social: poner en peligro relaciones importantes (pareja, trabajo); mentir a familiares, amigos o terapeutas para ocultar su grado de implicación; o usar Internet para evadirse de problemas o aliviar estados de ánimo disfórico (impotencia, culpa, ansiedad…).

Por ahí van los tiros de la prevalencia del uso problemático de Internet, que algunos autores apostillan como «generalizada», pues hay otros subtipos de uso de la red (y sus factores de riesgo) que habría que atender de forma específica: juego por Internet, apuestas, compras online, pornografía/cibersexo, cibercondría (hipocondría cibernética, búsqueda compulsiva de síntomas y enfermedades online), ciberacoso, redes sociales, smartphone y acaparamiento digital, principalmente.

Por ahora sólo el primero (juego por Internet) tiene reconocida una definición y unos criterios diagnósticos oficiales, y sólo los videojuegos se consideran un trastorno como tal (CIE 11). Las mujeres parecen verse más afectadas por los problemas con las redes sociales (por la tendencia en su uso hacia este tipo de sitios web y aplicaciones), mientras ellos caen más en apuestas y juego online.

Según diversos estudios hay factores genéticos que pueden hacer que heredemos esa tendencia al UPI, pero todavía no se conoce exactamente cuáles. Entre los demás factores de riesgo, Hidalgo destacó los que recoge el modelo I-PACE (Interacción, persona, afecto, cognición y ejecución), que hablan de rasgos de la personalidad que nos predisponen más a este problema, pero que por sí solos «no son suficientes». Tiene que haber una interacción de esos componentes con otros (déficit en las funciones ejecutivas, control de la inhibición…).

Y además tiene que haber una respuesta o reacción ante estímulos (normalmente estresantes) que es la que inicia y permite que se mantenga ese UPI: «Descontrol emocional (respuestas afectivas), sesgos de atención (cognitivas)…», señaló. Posteriormente facilitó algunos de los instrumentos para evaluación clínica más útiles para los profesionales en activo o los estudiantes interesados en esta materia.