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EMDR psicoterapia Anabel González

EMDR, más que estimulación ocular para superar el trauma

Es un tratamiento orientado al trauma, avalado por numerosos estudios científicos y reconocido en múltiples clínicas internacionales para tratar el TEPT. Tiene cada vez más estudios en otras poblaciones y patologías, y es una terapia estructurada y protocolizada. Un abordaje psicoterapéutico que trabaja sobre el pasado, pero también sobre el presente y el futuro: la terapia EMDR (Eye Movement Desensitization and Reprocessing).

La UDIMA organizó con la doctora Anabel González una sesión didáctica y divulgativa sobre las claves del funcionamiento de esta técnica para superar experiencias traumáticas. González es psiquiatra y psicoterapeuta, con formación en diversas orientaciones como terapia de grupo, sistémica, cognitivo-analítica y EMDR y terapias de trauma. Además, es entrenadora acreditada de terapia EMDR y presidenta de la Asociación EMDR España.

Entre las principales cuestiones que quiso subrayar la psicoterapeuta, no pudo evitar empezar aclarando con qué trabaja este planteamiento psicoterapéutico: el trauma. Y es que resulta que, más allá de lo que las clasificaciones internacionales entienden como trauma (agresiones, maltrato, abusos…), la EMDR trabaja también con las llamadas «memorias patogénicas», comentó González. Es decir, toda experiencia que el sistema nervioso «no consigue procesar adecuadamente y queda ahí, influyendo», «conectándose» con problemas del presente.

La EMDR trabaja con los traumas interpersonales (más graves) y no interpersonales y, por supuesto, con aquello presenciado. «No sólo es traumático lo que nos sucede», aclaró González. Los trabajos con «alta carga traumática» como los de policías, bomberos o sanitarios (Covid-19) son buena prueba de ello, y también pueden tener repercusiones. «A veces vienen las emociones, las imágenes, una canción…. esa es la «memoria implícita», ilustró.

El mapa traumático del EMDR

También es una técnica que aborda el TEPT de inicio demorado (síntomas mínimo a los seis meses del suceso, pero que se pueden demorar durante años). Una variante que de hecho puede no estallar a raíz de recuerdos, sino también desde «emociones, impulsos, memorias somáticas…». La clave, y es lo que centra la técnica EMDR, es ahondar en las experiencias pasadas para «localizar las relevantes», matiza González. Es decir, ver qué experiencias o creencias se asocian al estado actual del paciente: establecer un «mapa traumático».

Se trata de dibujar los posibles traumas previos que se conectan con el actual. Y, aunque la EMDR se conozca más por emplear la técnica de estimulación bilateral u ocular, este trabajo con los recuerdos es un aspecto «central» para entender por qué está así el paciente. «Hay una parte de eso, sí, pero la mayor parte de la sesión están ocurriendo otras cosas, más relacionadas con la R (reprocessing) de recuerdos. Va a haber un proceso asociativo muy amplio», aclara González. Todo pasa por encontrar los denominados aprendizajes disfuncionales.

Y es que, la teoría que estableció la psicóloga americana Francine Shapiro hace más de 20 años, se centra en cómo nuestro cerebro procesa la información. Según lo haga completamente o no, dará lugar a una salud mental adecuada o a patologías, respectivamente, explicó la psiquiatra. «Mis recursos y capacidades para afrontar la vida vienen de esa experiencia», la que he podido metabolizar, elaborar e integrar. Y si no ha sido elaborada al completo, se puede seguir adelante, pero esos recuerdos «dejan un poso», que se convertirá en un problema.

Una conexión, abunda González, que «no siempre es obvia». Estructurada en tres grandes bloques temporales, la fase 1 de la EMDR sería establecer ese mapa o conceptualización del problema, así como establecer un plan de trabajo. Es la parte más difícil, sobre todo al venir de otros modelos, que también tratan un recuerdo concreto, pero sin darle la importancia al contexto de ese recuerdo. La segunda fase busca la estabilización y preparación del paciente, y la tercera (fases tres a ocho) aborda el reprocesamiento y la desensibilización del trauma.

Más que estimulación bilateral

Hasta que se llega a esa fase final, las sesiones deben apuntar siempre a mantener unos principios de «seguridad, eficacia, efectividad, estabilidad» del paciente, sostiene González. Esto dependerá del caso, (desconectados emocionales, extremadamente fóbicos…) para poder procesar de forma segura y eficaz los recuerdos. Reprocesar recuerdos implica múltiples efectos, ya que se trabajan imágenes pasadas, presentes y futuras.

En este aspecto, la estimulación ocular (seguimiento con la mano y tapping con los dedos) son muy útiles, y hay evidencias que afirman que sin esta parte «la terapia funciona peor». No obstante, es una parte mínima de la sesión, aclara González. Además de preparar con suficiente tiempo al paciente para llegar a ese punto, la EMDR no busca que este aguante «metido completamente en el recuerdo» demasiado. Se busca una atención dual (conexión con la experiencia pero con un pie en el presente) para que aproveche mejor la terapia.

Es una de las posibles teorías que explicarían por qué funciona la EMDR. La otra es que ese movimiento ocular sobrecarga la memoria de trabajo. En otras palabras: cuando el recuerdo pasa a la memoria de trabajo está «lábil, la memoria está frágil». Al sobrecargarla, esa memoria «no puede volver a guardarse de la misma manera. Por tanto, se guardará de otro modo», desgrana la doctora. «Vemos que el recuerdo pierde viveza, fuerza en su imagen», que es precisamente lo que busca la técnica, como explica González:

«Al trabajar con recuerdos sin procesar, se parte del hecho de que son aquellos sobre los que hay una carga emocional, un apego emocional, independientemente de su gravedad, una vez ha pasado el tiempo. No hay justificación para que las emociones se queden pegadas a los recuerdos. Después de EMDR quedarán neutros, sin carga emocional, para poder mirarlos de otra manera: sin malestar, con más distancia, con una visión más positiva de nosotros mismos, sin emociones perturbadoras ni sensaciones corporales residuales».

Terapia DBT caso real UDIMA

Terapia DBT: llevar al paciente de la ideación suicida a la plenitud emocional

La técnica se puso en marcha allá por los años ochenta. La doctora estadounidense Marsha Linehan empezó a trabajar con pacientes con ideación suicida crónica. Un perfil que coincidía en muchos casos con los criterios de los trastornos límites de la personalidad, y que tenía un eje común: el descontrol emocional. Cuarenta años después el enfoque sigue muy vigente, y la UDIMA ha ofrecido una clase práctica para explicar cómo funciona la Terapia Dialéctica Conductual (DBT por sus siglas en inglés). ¿Cómo? A través de un caso real.

Para ello, la coordinadora del Máster Universitario en Psicología General Sanitaria de la UDIMA, María Rueda, ha acompañado a las psicólogas y cofundadoras de DBT Madrid, Manon Moreno y Carla Palafox. A través de un caso real de la terapeuta Moreno, ambas han explicado cómo esta técnica trata de buscar un equilibrio entre: validar la situación del paciente, que se acepte como persona y establezca cambios y metas a lograr.

Una visión dialéctica con cuatro fases jerarquizadas: primero reducir los intentos e ideas suicidas; después ayudar a gestionar las emociones en momentos de tensión; explorar el entorno social para lograr borrar esas conductas que «atentan contra la vida» del paciente. Todo para que pueda así aumentar sus «sentimientos de plenitud». Esas son las fases. ¿Cómo aplicamos la DBT a una chica de 19 años con intentos suicidas previos?

El ‘contrato’ DBT

Como ya decían las psicólogas, la teoría es una cosa, pero las fases en la realidad «se solapan» e «intercalan». Son importantes para no perder el foco: ante todo mantener con vida al paciente. Sobre todo en casos más graves donde este atraviesa situaciones de tensión con frecuencia, desencadenando esas crisis, provocadas por su incapacidad para regular sus emociones. El paciente debe percibir que se le acepta, se entiende su situación, pero también que debe haber cambios, aunque sea poco a poco, lo antes posible. Es decir, debe haber un «compromiso».

El terapeuta deberá validar su forma de pensar y de actuar: entender cómo actúa (que no compartirlo) y después plantear el llamado ‘contrato terapéutico DBT’. Un pacto anti-suicidio que debe ser firmado por el paciente para demostrar su verdadera implicación. «No se puede obligar a hacer terapia», asevera Manon. Y si se inicia el proceso tiene que quedar claro que «esto es un compromiso de dos».

Después de identificar los comportamientos que atentan contra la vida, se pasa a elaborar un plan de crisis para enseñar habilidades alternativas para manejar situaciones intensas o problemáticas. Dependiendo de la gravedad del caso (intención inminente de suicidio) se puede comenzar analizando directamente la última ideación suicida que no terminó en intento de quitarse la vida. Así se intenta «ir rascando» las habilidades que ya tiene el paciente para controlar el comportamiento autolítico.

Son habilidades desligadas de la propia terapia DBT (están pensadas para ponerse en práctica en los momentos de crisis) y que se complementan, como último recurso, con la atención o coaching telefónico con el terapeuta. Respiración, distracción puntual con juegos, paseos, etc. A través de una escala de tensión, el paciente irá anotando en una tarjeta diaria cómo ha experimentado esas ideas suicidas y qué ha ocurrido justo antes para identificar las situaciones disparadoras de la crisis emocional, explican las psicólogas.

«Escuchar antes de sugerir»

¿El contrato siempre funciona? ¿Qué hacemos si el paciente lo viola (es decir, hay intento suicida)? Evidentemente el proceso no es lineal y puede haber retrocesos: todo depende de la situación, pero en una persona con una conducta disfuncional tendente al suicidio, son situaciones «que se van a dar», insiste Manon. Por ello el plan de crisis es un documento cambiante según las necesidades del paciente, y por ello conviene también erradicar ciertos mitos entorno al comportamiento suicida.

Lo primero es «escuchar antes de sugerir». Preguntar abiertamente ‘‘¿qué te ayudaría en un momento de crisis?’ para intentar establecer una serie de puntos a seguir (a quién contactar, cómo reaccionar, qué usar y qué no) antes de ponerse en la última ficha y contactar con el terapeuta, «siempre antes» de cometer la autolesión.

De poco sirve plantear que el paciente dice que se quiere matar «para manipularme», explican las psicólogas. Creer que quien se quiere suicidar de verdad se lo calla es uno de los mitos más extendidos. “Los intentos de suicidio son, en la mayoría de los casos, ensayos para resolver problemas; pero desde la desregulación emocional”, apunta Manon. El l paciente ha aprehendido, por diversos factores, que es una opción.

Terapia DBT plan crisis

Pero incluso aunque así sea, y el paciente expresa su ideación suicida para reclamar algo, ¿de qué me sirve desconfiar de él? ¿En qué ayuda para lograr un tratamiento eficaz?. «Cada intento se debe tratar con la seriedad que merece; quizás sea la manera que tiene el paciente de pedir ayuda», desgrana la psicóloga.

También es clave para esa validación inicial entender que las ideas suicidas son, de alguna manera, normales para alguien que atraviesa una desregulación emocional en momentos de tensión muy grandes. Y, por tanto, hablar de ello es lo que ayuda a aceptarlo como algo que existe y que queremos abandonar. No incita a hacerlo, como se piensa, sino que, de hecho, «reduce la ansiedad sobre el tema». Debe haber confianza y un pacto serio.

Porque «si después de una sesión dura aquí yo no sé si te vas a suicidar, ¿cómo crees que me voy a sentir como terapeuta?», aclaran. Ambas recomiendan también compartir con el equipo clínico de consulta los posibles errores durante la terapia. «Nos ha pasado a todos y es importante que no lo tapemos, porque esas experiencias son las que nos van a hacer ser mejores terapeutas», defiende Palafox.

investigación piscología doctorado

¿Cómo empiezo mi investigación en psicología?

Suele aparecer por primera vez en alguna asignatura de grado universitario. El TFG puede empezar a abrirnos las puertas, pero quizás siga siendo «un poco desconocida». En realidad, según la doctora en psicología Lorena Lobo, la investigación no comienza hasta que no se llega al máster. Primero descubriremos conceptos y temáticas que nos interesan, pero será a partir del Trabajo Final de Máster (TFM) cuando podremos empezar a «aportar nuestros propios resultados». ¿Cuál es el siguiente paso para ser investigador?

La profesora del Departamento de Psicología y Salud de la UDIMA cogía las riendas para responder a esta pregunta en una nueva sesión del ciclo de conferencias de Y después de graduarme en psicología qué. Acompañada por Pablo Santamaría (departamento de I+D+i en TEA Ediciones), ofreció una clase de cómo funciona el camino investigador que se abre para los egresados a través del programa de Doctorado.

De primeras, Lobo recuerda que el propio TFM puede servir ya como «carta de presentación» en busca del necesario contrato para iniciar el Doctorado. Ahí podría decirse que empieza la etapa predoctoral, y que incluye otras actividades más allá del propio trabajo de investigación. Cursos específicos, escuelas de verano, congresos sobre el tema de la tesis, sociedades científicas… todo suma para tener un currículum «competitivo», señala.

Ya durante el desarrollo de la tesis, Lobo destaca especialmente las estancias de investigación. Trabajos bastante paralelos al nuestro o que pueden aportar, y que descubrimos durante la investigación. «Merece la pena hacer la visita» o «formarse» con sus autores, dentro o fuera del país, abriendo la posibilidad de hacer una estancia y colaboración de investigación internacional, comenta.

Financiación, contrato y méritos

Antes de detallar el sistema de baremos y las opciones de financiación para costear la investigación, Lobo explicó a los estudiantes interesados algunas características importantes del Doctorado. Además del grado (240 ECTS) y el máster oficial universitario (60 ECTS), hay que contar con que esta etapa de nuestra vida implica tres o cuatro años mínimo, de media. «Es habitual necesitar prórrogas en función de la dedicación», recuerda la doctora.

Ya sea a tiempo completo o a tiempo parcial, el Doctorado requiere, sí o sí, una financiación. Este aspecto tan importante varía en función de las entidades que la conceden. La Unión Europea es la de mayor rango para investigaciones en España, seguida por los ministerios de Educación y Ciencia, y los contratos con universidades (públicas y privadas), fundaciones y asociaciones.

La FECYT (Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología -del Ministerio de Ciencia-), la Agencia Española de Investigación (con programa propio de formación de doctores) o el Instituto de Salud Carlos III (también con programa propio), son algunos ejemplos. Quizás el programa «más conocido» entre los que inician su carrera de investigación es la FPU (Formación de Profesorado Universitario) del Ministerio de Universidades, pues para los docentes universitarios el Doctorado se convierte en requisito en algún momento, desgranó Lobo.

En cualquier caso la mayoría de universidades y comunidades autónomas tiene su propio programa. Por ejemplo, Lobo recordó que Madrid ha restablecido el suyo este año, para públicas y privadas. En ese primer momento de búsqueda del contrato se mirará con más lupa casi siempre lo mismo: la nota media de grado y máster del doctorando, su currículum y el de su director doctoral, así como el impacto y la proyección de la tesis, entre otros.

Posdoctorado y vía metodológica

Una vez defendemos la tesis y obtenemos el título de doctores, no sólo no dejaremos de aprender, sino que concretamente podremos optar por una de estas cuatro opciones principales: más investigación, docencia, gestión investigadora, consultoría… Si seguimos investigando debemos saber que en esta etapa posdoctoral se valoran sobre todo las redes internacionales de colaboración (estancias fuera, entidades colaboradoras previas…) así como los méritos clásicos (impacto, CV, historial científico-técnico del grupo…).

Pero, además, se tienen en cuenta otros aspectos como el proyecto a desarrollar en el futuro, ser editor o revisor de artículos, pertenecer a consejos editoriales, sociedades científicas… «Es un campo atractivo, pero largo y exigente», advierte Lobo. El doctor estará siempre en contacto con lo último de su campo, pero debe contar con el impacto habitual de los desplazamientos (congresos, estancias…) y cómo puede afectar toda esa exigencia a su salud mental: «No es raro ver problemas de ansiedad; pidamos ayuda».

También la temporalidad y el cierto sexismo que todavía planea por el camino investigador son elementos a tener valorar. Y es que para investigar «no siempre se produce esa -necesaria- coordinación entre la matrícula del Doctorado y el contrato de investigación. A veces pasa un año matriculados cuando llega ese contrato», matiza Lobo. Respecto al seximo, cree que en el área de psicología van «mejor» que en otras como las STEM «típicas».

Por su parte, Santamaría desarrolló la cuarta opción: la metodología. Para aquellos acostumbrados a manejar la burocracia investigadora puede ser una buena alternativa. Especialmente si «nos gusta la psicología, pero no tanto el trato directo con la persona», sino que tenemos «un patrón más analítico y de pensamiento lógico».

Desde un punto de vista «más alejado de la trinchera», la vía de la metodología sirve para determinar el diseño óptimo para responder a una pregunta de tesis. «Es una habilidad transversal para casi cualquier cuestión de investigación», valora Santamaría, por lo que puede ser buena opción. Sobre todo si contamos con la «alta» calidad de la formación en España al respecto, y que hay «muy pocos» que entren en este campo de la investigación «realista». «Para mí es como dominar el inglés», comenta; «una lengua franca» como margen diferenciador».

duelo muerte trauma psicológico

El proceso de duelo: superación o aceptación

La muerte de un hijo puede recibir distintos términos dependiendo de la etapa en la que suceda. La muerte gestacional. por ejemplo, es aquella que se produce cuando el feto cuenta con más de 22 semanas en el vientre de su madre. Si el bebé alcanza las 28 semanas de gestación o nace y supera la primera semana de vida entonces hablamos de muerte perinatal. Son algunas de las pérdidas que conllevan un proceso de duelo más duro.

Este tipo de muertes está relacionada con causas multifactoriales y puede deberse a distintos factores tanto genéticos como medioambientales. También existen los llamados factores de riesgo, que pueden afectar a la madre, al feto o a la placenta.

Si extendemos dicha situación traumática a cualquier edad, la muerte de un hijo o hija representa una de las mayores y dolorosas pérdidas que una familia puede atravesar en su proceso vital. Tanto, que no existe una palabra aceptada que denomine a los padres que han perdido un hijo/a. Recientemente algunas asociaciones, como la Federación Española de Padres de Niños con Cáncer, han solicitado a la RAE que se acepte la palabra huérfilo con el objetivo de dar visibilidad emocional a una situación dolorosa y difícil de asimilar para los padres.

Nuestra naturaleza biológica no parece dotarnos de habilidades para prepararse ante la muerte de un hijo. Se supone que los padres, en circunstancias normales, no van a vivir durante más tiempo que sus hijos. Pero al dolor ante la muerte de un hijo hay que ponerle nombre y hay que escucharlo; poner nombre a las situaciones dolorosas ayuda a transitar por ellas, el dolor no deja de existir ni disminuye porque uno lo evite.

Duelo: transitar ‘el vacío’

Cada menor fallecido, independientemente de la edad del niño, es una experiencia de inmenso dolor y cada pérdida es importante y única. Todas ellas merecen un espacio de escucha, de comprensión y acompañamiento. El acompañamiento, con respeto y amor, es una de las mayores herramientas con las que cuenta el ser humano para ayudar al otro en su dolor. No hay grandes palabras de consuelo ante la muerte de un ser tan querido como un hijo, solo hace falta ESTAR.

Respecto al abordaje psicológico de la pérdida, para elaborar o transitar el duelo es necesario “sentir la pérdida”, aunque cada persona lo expresará a su manera: llorar, gritar, luchar o decidir continuar el legado de su hijo/a son ejemplos de ello. Cualquier expresión puede ser válida si ayuda a sanar el dolor por la pérdida de su hijo/a.

En concreto, el proceso de duelo tras la muerte de un hijo puede suponer una reacción más intensa y larga en el tiempo; tanto es así, que algunas personas pueden experimentar la vivencia de falta o incapacidad de superación de la pérdida de su hijo. Es entonces cuando cobra sentido el significado de la aceptación o, en otras palabras, aprender a convivir con los sentimientos de vacío, dolor y tristeza o desesperanza. Existen algunos procesos o tareas que pueden ayudar a afrontar el luto:

– Experimentar el dolor del duelo alivia y canaliza los sentimientos asociados a la pérdida.

– Intentar adaptarse a vivir sin la presencia del hijo fallecido manteniendo activos los recuerdos con él o ella.

– Explorar nuevas formas de sentirse conectados al hijo/a que ha fallecido.

– Aceptar la realidad de la pérdida.

– Compartir el dolor con otras personas que han vivido una experiencia similar puede suponer un consuelo y una forma de “sentirse comprendidos y acompañados”.

– “Perdonarse” por los actos que generan sentimientos de culpa cuando se evocan determinados recuerdos de la relación con el hijo que se ha perdido.

En definitiva, cualquier afrontamiento que permita el abordaje del sufrimiento de la persona puede ser una buena forma de aceptar, aunque aceptar no nos lleve al difícil camino de la superación. Quisiera acabar con una pequeña reflexión sobre el significado de la pérdida de un ser querido y su lugar en nuestra existencia: la vida, al igual que una rosa, no deja de ser hermosa porque tenga espinas…

 

psicología educativa UDIMA

Psicología educativa: del orientador a la educación no formal

Tras la última sesión del ciclo de conferencias de Y después de graduarme en psicología qué, la UDIMA ofreció a los egresados una mirada a la rama educativa de la psicología. Las profesoras María Luna y Ana Huertes dibujaron una «panorámica» de la psicología educativa en España. Es decir, qué salidas profesionales existen y dónde podemos encontrar psicólogos trabajando en este campo, según el contexto educativo. Un área «variada y cada vez más valorada para contribuir al aprendizaje y la calidad de vida de las personas», comentó Luna.

La profesora de Psicología del Aprendizaje y de la Educación de la UDIMA detalló primero cuáles son las funciones principales del psicólogo en esta especialidad. Y que incluyen tanto la investigación (generar conocimiento teórico), como la intervención y ayuda en actividades educativas. En qué grado pesará una más que la otra dependerá del contexto de acción. Si e us un contexto de educación formal (colegios y academias) o informal (desde familias o editoriales hasta asociaciones y organizaciones específicas).

No obstante, su trabajo sigue encaminado a mejorar la salud psicológica de las personas en los procesos de enseñanza-aprendizaje (psicología del desarrollo, aprendizaje, educación…). Áreas en las que el psicólogo «ya tiene herramientas de base», comentó Luna. En este sentido, entre las primeras opciones que aparecen está la de seguir formándose con másteres oficiales o no, entre los que destaca el Máster de Profesorado de Secundaria en la especialidad de Orientación Educativa.

Orientador académico y apoyo del aprendizaje

El título es obligatorio para acceder a una de las áreas «más relevantes» de la psicología educativa: la orientación; tanto en centros privados como públicos. Además es «muy valorado» (aunque no sea obligatorio) en las instituciones del contexto no formal (editoriales, empresas, gabinetes…). La profesora Ana Huertes de Psicología del Desarrollo y orientadora, explicó los entresijos del título (que entre otras cosas requiere un mínimo de B1 en inglés) que consta de 60 créditos ECTS y 1.600 horas de formación.

El máster (de dos o tres trimestres) cuenta con la especialidad de orientación entre sus 20 opciones. En esta, busca aumentar los conocimientos sobre las necesidades educativas especiales del alumnado en Infantil, Primaria y Secundaria. Y es que, aunque se ejerza como profesor/a de Secundaria, el título permite «prestar servicio» a las demás etapas. Un curso con un programa «bastante completo» de asignaturas sobre el proceso de enseñanza-aprendizaje, la acción tutorial o las necesidades especiales del alumno, defendió Huertes.

En el día a día del orientador, la profesora desgranó los tres pilares fundamentales de su trabajo: la orientación académica profesional (sobre todo en Secundaria, cuando escogen el itinerario e intentan «identificar su vocación» para elegir su rama y su Grado); el plan de acción tutorial, y el apoyo al proceso de enseñanza-aprendizaje. Todas ellas, en definitiva, tareas enfocadas a evaluar y mejorar la estancia y evolución educativa de los estudiantes. De ferias educativas a sesiones grupales o individuales con profesores y/o familiares, o pruebas y actividades psicopedagógicas y de convivencia (necesidades específicas, igualdad, prevención del acoso…).

«El orientador tiene una labor muy importante en los centros, y su trabajo es muy dinámico pues siempre está relacionado con las necesidades que van surgiendo en el centro», defendió la profesora de la UDIMA.

Visión no formal, también psicológica

La profesora Luna apuntó que estos profesionales no siempre trabajan dentro del centro escolar, sino que pueden formar parte de equipos «multidisciplinares» de atención temprana. Equipos que se vinculan y apoyan tanto al centro como a las familias. Así como equipos «de referencia» para tratar temas específicos como las discapacidades severas o las altas capacidades.

No obstante, las docentes trataron de «abrir un poco el foco» y salir de la educación formal. Así, también hay empresas e instituciones de muchos tipos donde la mirada educativa del psicólogo «tiene mucho que decir». Trabajando además de forma habitual con esos equipos multidisciplinares (pedagogos, maestros, sociólogos, trabajadores y educadores sociales…).

El abanico de puestos abarca lugares como editoriales, empresas de educación extraescolar (deportes, artes), museos, ludotecas, programas de televisión o videojuegos. También se mueve en Centros de Atención a las Familias (CAF), gabinetes de autoempleo o asociaciones y ONGs. Son ámbitos de trabajo que ofrecen productos o servicios donde podemos encontrar psicólogos apoyando procesos educativos (aunque no sea para conseguir un título oficial, pero donde «sí que se aprende», comentaba Luna).

El psicólogo participará en el diseño de contenidos educativos formales y no formales, en la formación docente y extraescolar (niños y adultos), así como en la transmisión de información pedagógica al público general (museos). Ahí la adaptación y evaluación de los contenidos será clave (TV, videojuegos), y prestará servicios fundamentales para familias y juzgados (donde «se podría aumentar» el número de puestos). También se coordinará con los servicios sociales, e instituciones que buscan atajar necesidades de ciertas zonas y comunidades concretas.