Archivos por Etiqueta: psicología

psicología educativa UDIMA

Psicología educativa: del orientador a la educación no formal

Tras la última sesión del ciclo de conferencias de Y después de graduarme en psicología qué, la UDIMA ofreció a los egresados una mirada a la rama educativa de la psicología. Las profesoras María Luna y Ana Huertes dibujaron una «panorámica» de la psicología educativa en España. Es decir, qué salidas profesionales existen y dónde podemos encontrar psicólogos trabajando en este campo, según el contexto educativo. Un área «variada y cada vez más valorada para contribuir al aprendizaje y la calidad de vida de las personas», comentó Luna.

La profesora de Psicología del Aprendizaje y de la Educación de la UDIMA detalló primero cuáles son las funciones principales del psicólogo en esta especialidad. Y que incluyen tanto la investigación (generar conocimiento teórico), como la intervención y ayuda en actividades educativas. En qué grado pesará una más que la otra dependerá del contexto de acción. Si e us un contexto de educación formal (colegios y academias) o informal (desde familias o editoriales hasta asociaciones y organizaciones específicas).

No obstante, su trabajo sigue encaminado a mejorar la salud psicológica de las personas en los procesos de enseñanza-aprendizaje (psicología del desarrollo, aprendizaje, educación…). Áreas en las que el psicólogo «ya tiene herramientas de base», comentó Luna. En este sentido, entre las primeras opciones que aparecen está la de seguir formándose con másteres oficiales o no, entre los que destaca el Máster de Profesorado de Secundaria en la especialidad de Orientación Educativa.

Orientador académico y apoyo del aprendizaje

El título es obligatorio para acceder a una de las áreas «más relevantes» de la psicología educativa: la orientación; tanto en centros privados como públicos. Además es «muy valorado» (aunque no sea obligatorio) en las instituciones del contexto no formal (editoriales, empresas, gabinetes…). La profesora Ana Huertes de Psicología del Desarrollo y orientadora, explicó los entresijos del título (que entre otras cosas requiere un mínimo de B1 en inglés) que consta de 60 créditos ECTS y 1.600 horas de formación.

El máster (de dos o tres trimestres) cuenta con la especialidad de orientación entre sus 20 opciones. En esta, busca aumentar los conocimientos sobre las necesidades educativas especiales del alumnado en Infantil, Primaria y Secundaria. Y es que, aunque se ejerza como profesor/a de Secundaria, el título permite «prestar servicio» a las demás etapas. Un curso con un programa «bastante completo» de asignaturas sobre el proceso de enseñanza-aprendizaje, la acción tutorial o las necesidades especiales del alumno, defendió Huertes.

En el día a día del orientador, la profesora desgranó los tres pilares fundamentales de su trabajo: la orientación académica profesional (sobre todo en Secundaria, cuando escogen el itinerario e intentan «identificar su vocación» para elegir su rama y su Grado); el plan de acción tutorial, y el apoyo al proceso de enseñanza-aprendizaje. Todas ellas, en definitiva, tareas enfocadas a evaluar y mejorar la estancia y evolución educativa de los estudiantes. De ferias educativas a sesiones grupales o individuales con profesores y/o familiares, o pruebas y actividades psicopedagógicas y de convivencia (necesidades específicas, igualdad, prevención del acoso…).

«El orientador tiene una labor muy importante en los centros, y su trabajo es muy dinámico pues siempre está relacionado con las necesidades que van surgiendo en el centro», defendió la profesora de la UDIMA.

Visión no formal, también psicológica

La profesora Luna apuntó que estos profesionales no siempre trabajan dentro del centro escolar, sino que pueden formar parte de equipos «multidisciplinares» de atención temprana. Equipos que se vinculan y apoyan tanto al centro como a las familias. Así como equipos «de referencia» para tratar temas específicos como las discapacidades severas o las altas capacidades.

No obstante, las docentes trataron de «abrir un poco el foco» y salir de la educación formal. Así, también hay empresas e instituciones de muchos tipos donde la mirada educativa del psicólogo «tiene mucho que decir». Trabajando además de forma habitual con esos equipos multidisciplinares (pedagogos, maestros, sociólogos, trabajadores y educadores sociales…).

El abanico de puestos abarca lugares como editoriales, empresas de educación extraescolar (deportes, artes), museos, ludotecas, programas de televisión o videojuegos. También se mueve en Centros de Atención a las Familias (CAF), gabinetes de autoempleo o asociaciones y ONGs. Son ámbitos de trabajo que ofrecen productos o servicios donde podemos encontrar psicólogos apoyando procesos educativos (aunque no sea para conseguir un título oficial, pero donde «sí que se aprende», comentaba Luna).

El psicólogo participará en el diseño de contenidos educativos formales y no formales, en la formación docente y extraescolar (niños y adultos), así como en la transmisión de información pedagógica al público general (museos). Ahí la adaptación y evaluación de los contenidos será clave (TV, videojuegos), y prestará servicios fundamentales para familias y juzgados (donde «se podría aumentar» el número de puestos). También se coordinará con los servicios sociales, e instituciones que buscan atajar necesidades de ciertas zonas y comunidades concretas.

psicología sanitaria UDIMA

La rama de la salud en Psicología: entre el PIR y la Psicología General Sanitaria

Días después de la primera conferencia del ciclo Y después de graduarme en psicología qué, la UDIMA retomaba el programa con las dos titulaciones oficiales a seguir para trabajar, tras el Grado en Psicología, en el ámbito sanitario. Por un lado, la profesión de psicólogo general sanitario, y por otro el famoso PIR que, en realidad, es el título de Especialista en Psicología Clínica (la única especialidad sanitaria de la psicología hoy por hoy). Es necesario cursar alguna de las dos para trabajar con pacientes, evaluar o intervenir en el ámbito sanitario (salud y/o enfermedad) y para acogerse a los regímenes económicos propios de las actividades de este sector.

La coordinadora del Máster Universitario en Psicología General Sanitaria de la UDIMA, María Rueda, explicaba desde el campus vía streaming en qué consiste la primera vía: el máster. Se trata de un título oficial obligatorio para ejercer como psicólogo general sanitario. Su trabajo se centra principalmente en investigar, evaluar e intervenir en la mejora psicológica y de la salud en general de las personas, siempre que que no requieran una atención especializada por otros profesionales sanitarios, explicaba Rueda.

Es un máster profesional y habilitante, que tiene que cumplir con los requisitos mínimos dictados por ley (90 créditos ECTS: 6 básicos, 42 específicos, 30 prácticas, 12 TFM), y que cada universidad puede adaptar en su propio plan de estudios. Eso sí, primero tienen que aprobarlo el Ministerio de Educación y las agencias de calidad. También se obliga a desarrollar las prácticas en centros sanitarios registrados.

En el caso del máster de la UDIMA, Rueda detalló los tres bloques o semestres planteados en el programa docente, con 30 créditos ECTS cada uno. En el segundo además se incluye una optativa a escoger entre tres (a saber: Neuropsicología, Psicofarmacología Clínica y Programas preventivos y de promoción de la salud). Las práctica se inician en el segundo semestre (12 créditos) y se finalizan durante el tercero junto con el Trabajo Final de Máster.

Para acceder al título la preinscripción (en marzo) tiene que se aprobada por la UDIMA, en función de la formación y la experiencia profesional en el sector. Hay dos promociones por curso (septiembre y febrero), por lo que dependiendo del puesto en que quede el alumno, podrá acceder al máster en la primera (desde septiembre hasta enero del tercer año) o en la segunda (desde febrero hasta julio del tercer año).

PIR o especialista clínico

Irene Caro, directora del Departamento de Psicología, ambas en la universidad UDIMA, expuso por su parte lo que supone apostar por la única especialidad sanitaria de la psicología, que depende del Ministerio de Sanidad. El Especialista en Psicología Clínica aspira a trabajar en los procesos y fenómenos psicológicos relacionados con los procedimientos de enfermedad y salud de los seres humanos. Es decir, investigar, explicar, prevenir, diagnosticar, tratar y rehabilitar los trastornos mentales y procesos psicológicos vinculados a la salud y enfermedad humanas.

«Siempre con una visión holística», matizaba Caro, como recoge la regulación sobre la formación de este especialista. Lo que comúnmente se conoce como PIR o Psicólogo Interno Residente es en realidad el proceso de rotaciones por el que se obtiene el título. Una formación superior de posgrado de unas 6.000 horas, de las cuales entre el 15-20% es formación teórica.

En otras palabras, un día de cada cinco a la semana, que es lo que implica la residencia: acudir a diario como parte del equipo de trabajo de un hospital o alguno de sus servicios asociados. No es sólo en centro principal, también hay centros de atención socio-comunitarios, de atención a la drogodependencia, o de rehabilitación psicosocial, entre otros. Todos dependen de un área hospitalaria.

«Experiencia vital»

Por tanto, el PIR es una «experiencia vital» que Caro recomienda «encarecidamente». No es sólo un proceso formativo, explicaba, sino que se adquiere experiencia profesional tras haber superado la evaluación de acceso a la plaza. Es un contrato laboral (por tanto, remunerado y con garantías sociales) con el Instituto Nacional de Salud (INSALUD). Además, se puede «compensar un poco» el sueldo con prolongaciones de jornada como las guardias.

Y, lo más importante, es una «vivencia de aprendizaje multidisciplinar», proseguía Caro, en la que el alumno trabajará con diferentes profesionales de áreas no sólo médicas, sino también psicosociales, entre otras. Un periodo vital en que se genera una «segunda familia» con los compañeros residentes y en la que progresivamente se pasa de acompañar al profesional adjunto hasta terminar siendo autónomo y responsable de sus propios pacientes. Siempre en un contexto «de supervisión y tutorización», abunda la coordinadora.

Además, Caro recuerda que, además del cambio cada cierto tiempo entre especialidades, la residencia contempla una parte de rotación externa de entre tres y cuatro meses; es decir, fuera del hospital que hemos elegido (en función de nuestra plaza y puesto). Esto significa que, «muy fácilmente puedas rotar durante ese periodo en cualquier lugar del mundo». Con un bagaje como este, Caro defiende que el alumno construye una «caja de herramientas» con aprendizajes que le permiten «desarrollarse como profesional».

Y después de graduarme en psicología… ¿qué?

Con objeto de iluminar el sendero que plantea esta pregunta a quienes optan por el Grado en Psicología, la UDIMA ha iniciado este mes de noviembre el ciclo de conferencias mensuales Y después de graduarme en piscología qué. Una serie de sesiones que trata de facilitar la toma de decisiones a los matriculados (optativas, menciones…) y también a los que estén pensando en hacerlo, así como a los egresados. La primera conferencia se celebraba este pasado 22 de noviembre a cargo de Eva Izquierdo, vicedecana del área de Salud, e Irene Caro, directora del Departamento de Psicología, ambas en la universidad UDIMA.

Las conferencias buscan, en definitiva, combatir la «cierta confusión» que hay en esta rama profesional, debido a las «amplias» posibilidades que tienen los alumnos al terminar el Grado. «Muchas que ni a nosotras se nos ocurrirían», reconocía Izquierdo. Desde psicología clínica (PIR), igualdad, investigación y doctorado, o profesorado, hasta psicología del consumo, deporte o la neuropsicología, entre otras.

Por ello el fin último de las sesiones organizadas por la universidad es «conocer las inquietudes» de los actuales y futuros egresados, para poder contar con especialistas en los ámbitos que más les interesen, y poder orientarlos con ellos en los diferentes itinerario formativos del Grado en Psicología, explicaban las profesoras de la UDIMA.

Durante la primera conferencia, las docentes detallaron lo más esencial del Grado, empezando por dónde encontrar información pública del título (en qué consiste, asignaturas, sistema de evaluación, itinerarios, etc.) que se publica en el BOE una vez se aprueba oficialmente. Un proceso que, una vez es presentado al Ministerio de Educación, tienen que aprobar y auditar la ANECA (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación) o los organismos propios de cada comunidad autónoma (la Fundación Madri+D en el caso de la UDIMA).

Dos menciones, un camino propio

Izquierdo comentó las diferencias a tener en cuenta primero entre los títulos regulados y las cualificaciones profesionales. Entre los regulados, recordó las dos opciones existentes: los títulos habilitantes (necesarios por ley para ejercer en un determinado ámbito, como el Máster en Psicología General Sanitaria en el que imparte clase), y los no habilitantes. También hay casos como el del Máster de Formación del Profesorado, que es habilitante, aunque requiere hacer una oposición», aclara Izquierdo. Este título requiere opositar para trabajar en colegios públicos, y como orientador (aunque no es necesario en centros privados).

Por otro lado estarían los títulos de cualificación profesional que son titulaciones o certificados que sirven para demostrar una experiencia profesional concreta. Son títulos aparte de los oficiales que «sirven para ejercer en otros ámbitos, pero sin que sea imprescindible», para ejercer, pero «si buscáis trabajo en ese ámbito es mucho más difícil lograrlo sin esa formación específica», matizaba.

Por su parte, Caro (coordinadora del Grado en Psicología) ofreció «visión general» de por qué la profesión de psicología necesita un título oficial para trabajar en este ámbito, así como las distintas áreas específicas en las que pueden especializarse los alumnos, y con las que complementar la experiencia y formación. Empezando por recordar que, con UDIMA, además de la mención en Psicología de la Salud, los egresados saldrán con otra (e elegir entre tres: Intervención clínica, psicología educativa, y psicología organizacional y de RRHH).

expresión facial lenguaje emocional

La relación entre emoción y expresión facial: ¿qué nos dice la investigación?

En mi anterior entrada en este blog traje una teoría nacida de la psicología académica, la teoría de las emociones básicas, que plantea una aproximación a la función comunicativa del comportamiento no verbal. Desde esta teoría se propone la existencia de un vínculo estrecho entre experimentar una emoción y la exhibición de patrones de comportamiento no verbal específicos o «expresiones faciales». Si bien esta idea es popular e intuitiva, una aproximación científica al comportamiento humano requiere recoger evidencias que sirvan de apoyo -o de falsación- a las teorías.

Durante las últimas décadas se han ido realizando estudios que aportan información sobre el grado en el que experimentar una emoción viene acompañado de las expresiones faciales predichas por la teoría de las emociones básicas. La progresiva acumulación de evidencias aportadas por estos estudios ha abierto la puerta a hacer síntesis con las que llegar a una conclusión más sólida de la que podría aportar un único estudio.

Técnicamente, esto es posible gracias al desarrollo de la metodología del metaanálisis, propuesta originalmente desde la psicología, pero muy popular en otros ámbitos como el de la medicina. Con frecuencia recurre a esta herramienta para valorar, por ejemplo, el impacto del consumo de un determinado tipo de alimentos en el riesgo de desarrollar cáncer o patologías cardiovasculares.

¿’Leemos’ correctamente la expresión facial?

Una investigación recientemente publicada ha aplicado esta metodología para estimar el grado en el que podemos confiar en que las expresiones faciales acompañan a determinadas emociones atendiendo a la evidencia recogida en estudios científicos. En ella se encontró que al elicitar o promover una emoción básica, únicamente se puede esperar que aparezca la expresión facial correspondiente entre un 9% y un 23% de los casos.

O, lo que es equivalente, que si confiamos sólo en la expresión facial de una persona para “leer” la emoción que está experimentando fallaríamos en un porcentaje de casos entre un 77% y un 91%. Si en vez de fijarnos en la expresión facial completa atendemos a la acción de músculos faciales específicos “el porcentaje de aciertos” esperado aumentaría a un 29%.

Estos resultados implican que la noción intuitiva de que las emociones “se expresan a partir del rostro” no se ve apoyada por la evidencia científica de la que disponemos actualmente. Del mismo modo, invitan tomar con cautela propuestas como las de programas con los que conocer las emociones que oculta un individuo a través del análisis de su comportamiento facial.

Sin embargo, esto no quiere decir que el comportamiento no verbal no tenga ningún valor informativo. Probablemente el rostro sea una herramienta que el ser humano utiliza de forma natural para comunicarse, pero los resultados de las investigaciones realizadas hasta el momento invitan a considerar la posibilidad de que las expresiones no constituyan un “lenguaje emocional”.

De acuerdo con esta idea, la información que se transmite de forma no verbal podría no ser exclusivamente de naturaleza emocional; del mismo modo, las expresiones podrían no funcionar como las palabras del lenguaje escrito convencional, en el sentido de que no contarían con referentes independientes del contexto en el que se usan. Esta noción alternativa ofrece una mayor flexibilidad a los investigadores, ayudándoles a plantear nuevas teorías sobre el papel que cumple el rostro en un fenómeno tan complejo y fascinante como es el de la comunicación humana.

¿A partir de qué edad se puede…?

La psicología es una ciencia con carácter aplicado que pretende que los resultados de sus investigaciones tengan utilidad para ayudar a dar respuesta y tomar decisiones en relación a temas de relevancia en nuestra vida diaria. Tanto desde el punto de vista individual como social. En los últimos meses, por ejemplo, hemos visto en la prensa debates abiertos sobre la edad, que requerían del conocimiento construido por los psicólogos evolutivos para argumentar las posturas.

¿Es recomendable bajar la edad para votar a los 16 años? ¿Puede una chica de 16 años decidir si quiere abortar o no de manera autónoma? ¿A partir de qué edad pueden los menores constituirse como una asociación? No obstante, la psicología no es una ciencia exacta pues en su objeto de estudio, la persona, existe por suerte una gran diversidad. Por ello, no siempre es posible dar una respuesta cerrada y unívoca a la sociedad.

Pensemos en la primera de las preguntas, por ejemplo. Atendiendo al interés social, se publicó el pasado mes de marzo un artículo en El País donde se recogía la opinión de distintos expertos para intentar concluir si era conveniente o no rebajar la edad de acceso al derecho al voto. Psicólogos evolutivos, neuropsicólogos o sociólogos esgrimieron sus argumentos. Y fueron numerosos los lectores que, desde un punto de vista más basado en su experiencia vital o de trato directo con adolescentes, también opinaron.

Quizá es importante señalar en este punto que, muchas veces, los datos de las investigaciones no sustentan nuestras experiencias personales. Pero no olvidemos que las decisiones se deben basar en los resultados de estudios realizados con muestras representativas y diseños de investigación serios y fundamentados. La psicología es una ciencia al fin y al cabo, y sus argumentos no deben tener el mismo valor que los construidos a partir de casos únicos.

Influenciables y egocéntricos

¿Se encontró solución a la pregunta? Como era de esperar, no. Las conclusiones parecen apuntar a que depende de dónde pongamos el foco. Por ejemplo, ¿tienen los adolescentes capacidad de razonamiento suficiente para poder votar? Desde un punto de vista cognitivo, como ya fue apuntado por autores como Piaget, los adolescentes a partir de los 12-13 años se encuentran en la llamada etapa de las operaciones formales. Esta etapa se caracteriza por la posibilidad de usar el pensamiento científico, y así, formular y contrastar hipótesis, por ejemplo.

Por tanto, a la edad de 16 años nuestros y nuestras adolescentes tendrían capacidad suficiente para comprender y analizar los programas electorales de los distintos partidos y tomar una decisión personal. Pero, ¿qué ocurre desde un punto de vista socioemocional?

Los autores en este caso señalan que esta etapa de la vida se caracteriza por ser un periodo de crisis, de construcción de la propia identidad. Son muchos los que aún no han tenido experiencias suficientes o bien no se han comprometido con una decisión acerca de quiénes son o cuáles son sus valores y creencias. Además, los adolescentes tienden a tener un pensamiento más egocéntrico y a ser más influenciables desde un punto de vista emocional. Poniendo el foco en este área del desarrollo, por tanto, parecería sensato no adelantar la edad de voto.

Además, hay un aspecto más a considerar. ¿La respuesta sería la misma si pensamos en chavales y chavales de distintos contextos culturales? ¿Puede influir el nivel educativo? ¿Y el socioeconómico?

¿Edad, genética o cultura?

El problema de este tipo de disyuntiva tiene que ver con las concepciones del desarrollo. Las personas no somos como las frutas, que maduramos por el mero paso del tiempo. No solo dependemos de que vayan cayendo páginas del calendario. ¿Por qué buscar por tanto respuestas en este sentido? La psicología del desarrollo ha ido avanzando desde paradigmas más mecanicistas, que consideraban que los seres humanos somos pasivos y reactivos a lo que pasa en el ambiente, o paradigmas organicistas donde la herencia era primordial.

En la actualidad parecen defenderse paradigmas contextuales que entienden que el desarrollo es multidimensional: parte de aspectos genéticos pero no se limita a ellos. De igual forma, entiende que la diversidad es también personal y no se puede negar nuestra carga genética. Y sobre todo, entiende que el desarrollo es mediado. Así, aunque hay algunas tendencias universales en el desarrollo, la influencia de la cultura es crucial.

Por tanto, en vez de preguntarnos a qué edad sería recomendable votar sería más sensato pensar en qué podemos hacer para que cuando voten nuestros y nuestras adolescentes los hagan de la manera más madura posible. Sabemos que es necesario que cuenten con un contexto que informe (más que desinforme), que genere el debate, la reflexión y el pensamiento crítico. Que parta de la inducción, es decir, de las explicaciones que los adultos significativos (familias y docentes, sobre todo) hagan de su conducta y de las implicaciones de esta para la persona misma y para el resto.

Y sobre todo, es necesario que se parta de una experiencia participativa previa. Debemos potenciar y cuidar el derecho a la participación de nuestros niños y adolescentes. Escuchar su voz en los temas que les incumben de cerca, por ejemplo, en relación a su escuela, su familia o su barrio. Si siempre decidimos por ellos, si no mostramos confianza en su criterio y les permitimos analizar las consecuencias de sus decisiones, ¿podremos conseguir que desarrollen la madurez suficiente para poder votar? La respuesta es no, estén soplando 16 velas o 18 en su tarta de cumpleaños.