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¿Qué expresan las expresiones faciales?

Hay creencias para las que existe un grado de consenso muy alto en nuestra cultura; tanto, que terminan por parecernos lo bastante obvias como para no merecer una segunda reflexión. Una de ellas es que el comportamiento facial es una suerte de lenguaje específicamente diseñado para transmitir significados emocionales. Expresiones populares como “la cara es el espejo del alma” transmiten precisamente esta idea. Tan fuerte sería el vínculo entre emoción y comportamiento facial que incluso puede “delatarnos” cuando intentamos ocultar lo que estamos sintiendo en una conversación.

Esta noción popular tiene un reflejo bastante fiel dentro de la psicología académica en la teoría de las emociones básicas o BET, por sus siglas en inglés. De acuerdo con esta teoría, experimentar una emoción dispararía un programa afectivo automático que incluiría, entre sus componentes más relevantes, contracciones de la musculatura facial que darían lugar a una expresión distintiva de la emoción experimentada (Ekman, 2017; Keltner, Tracy, Sauter, Cordaro y McNeil, 2016). Además, los seres humanos estaríamos preparados evolutivamente para reconocer esas configuraciones faciales en términos emocionales cuando las vemos en otros individuos.

En este sentido, los investigadores que apoyan la BET defienden que existen expresiones faciales con un referente emocional unívoco (una sonrisa Duchenne tendría asociado el significado “estoy alegre”), de manera similar a lo que ocurre con las palabras del lenguaje verbal humano empleadas para describir este tipo de experiencias.

Ahora bien: ¿existe consenso entre los investigadores sobre la función del comportamiento facial? Si bien existe unanimidad sobre su relevancia como herramienta comunicativa, la BET no cuenta con un respaldo unánime y de hecho se han propuesto alternativas. Una de las más relevantes es la ecología conductual. Para los investigadores que trabajan desde esta segunda perspectiva, el comportamiento facial no tendría la función de comunicar estados afectivos, sino que serviría como una herramienta de negociación e influencia social (Crivelli y Fridlund, 2018; Fridlund, 1994). Además, una misma configuración facial podría ser interpretada de formas variadas según el contexto en el que aparece. Que sea frecuente experimentar emociones en contextos de interacción no supondría que detrás de cada expresión facial haya necesariamente una emoción.

Se trata de una perspectiva más flexible a la hora de explicar situaciones que podrían ser paradójicas para nuestro sentido común, pero que de hecho ocurren con frecuencia. Por ejemplo, cuando sonreímos después de que hayan descubierto que hemos mentido o al confesar a un amigo que hemos invitado a esa persona que ambos sabemos que no le cae demasiado bien. En estos contextos es poco probable que la sonrisa transmita un mensaje emocional (“estoy alegre de haber invitado a alguien que no te gusta”) sino intencional y coherente con el contexto en el que se aparece (“no te enfades”, “no tenía intención de hacer ningún daño”).

Entendidos de esta manera, la sonrisa en particular y el comportamiento facial en general no funcionarían como un lenguaje paralelo e incluso incongruente con el verbal, sino que lo complementarían y enriquecerían con motivaciones e intenciones interpretables de acuerdo al contexto en el que aparecen y la naturaleza de la relación entre los interlocutores.

Los medios de comunicación en ocasiones ofrecen visiones excesivamente uniformes y coherentes sobre los resultados de la investigación. La serie Lie to me o la película de animación Del revés son ejemplos de ello dentro del campo de la comunicación y la emoción. Sin embargo, el debate alrededor de esta cuestión es complejo y todavía no ha dado lugar a consensos amplios a muchos niveles; no solo sobre la función comunicativa del comportamiento facial sino sobre cuestiones tan fascinantes como su origen evolutivo. Ambas, cuestiones que podrían inspirar varias entradas más.

¿Sonrisa sincera o falsa? ¿Podemos distinguirlas?

Cuando te encuentras con tu jefe y estás pendiente de un ascenso o un despido o delante de la persona con la que te gustaría tener una cita, son dos ejemplos de situaciones en las que sería interesante saber si la otra persona está o no fingiendo una emoción o simulando una determinada expresión facial. En el caso de la sonrisa los científicos han comprobado que la esbozamos en muchas más ocasiones de las que creemos, no solo para demostrar felicidad.

En una noticia publicada el mes pasado en abc.es se recogía que la investigación podría allanar el camino para la creación de ordenadores capaces de evaluar los estados emocionales de sus usuarios y entonces responder en consecuencia. También podría ayudar a entrenar a aquellos que tienen dificultades para interpretar las expresiones, como las personas con autismo.

«El objetivo es ayudar a la gente con la comunicación cara a cara», dice Hoque Ehsan, investigador en el Grupo de Computación Afectiva del Media Lab del MIT. En el experimento, se pidió a los voluntarios que realizaran expresiones de alegría y frustración, al tiempo que unas webcams grababan sus gestos. Después, se les pidió que rellenaran un formulario online diseñado a propósito para causar frustración y se les invitó a ver un vídeo divertido en el que sale un bebé, todo mientras seguían siendo grabados.

Cuando se les pidió fingir frustración, el 90% de los sujetos no sonrió. Pero cuando se les presentó una tarea que les causó una verdadera frustración -rellenar un pesado formulario y descubrir que se borraba nada más pulsar el botón enviar- el 90% sonrió. Las imágenes fijas mostraron poca diferencia entre esas sonrisas frustradas y las de felicidad provocadas por el vídeo, pero el análisis de las imágenes demostró que la progresión de los dos tipos de sonrisas fue muy diferente: A menudo, las sonrisas felices se construyen gradualmente, mientras que las hipócritas aparecen velozmente y se desvanecen igual de rápido.

Los investigadores del MIT dicen que las personas no somos tan eficaces a la hora de distinguir el motivo de una sonrisa, y solo somos capaces de dar una buena interpretación la mitad de las veces. Sin embargo, la comprensión de las sutilezas que revelan emociones subyacentes es un objetivo importante. «A las personas con autismo se les enseña que una sonrisa significa que alguien es feliz», dice Hoque, pero la investigación demuestra que esto no es tan simple.

Según el estudio, el tiempo que uno tarda en formar un sonrisa tiene mucho que ver con cómo esta es interpretada. Por ejemplo, al exprimer ministro británico Gordon Brown se le acusó de tener una sonrisa falsa, por el tiempo poco natural que aguantaba con las comisuras estiradas. Del mismo modo, el excandidato a la presidencia de EE.UU. Herman Cain desarrollaba tan lentamente su sonrisa -tardaba nueve segundos en aparecer – que fue ampliamente parodiado.

Estos son sólo unos ejemplos de cómo transmitir o no una sonrisa verdadera tiene impacto en los demás y de cómo la investigación en Psicología nos ayuda a saber más sobre ello.