TRAS LA ESTELA DE HUMBOLDT
por Daniel Casado Rigalt

Han pasado casi sesenta años y el número 159 de la madrileña calle Serrano sigue irradiando actividad. Desde que se instaló aquí el Instituto Arqueológico Alemán en 1954, la contribución germana a nuestra arqueología ha sido una constante. El Instituto ha ejercido de hervidero científico con dinámica de embajada cultural y los vínculos entre investigadores germanos y españoles se han estrechado tanto que cada vez es más habitual la participación en proyectos comunes. La institución lucirá ahora nueva cara tras un paréntesis de dos años, en el que se han reformado las instalaciones. La anhelada reinauguración, el próximo 7 de marzo, merece un balance, un recorrido en el tiempo que desvele las claves de esa inercia integradora entre españoles y alemanes.
Hasta el siglo XVIII la mayoría de “abducidos por la cultura española” debían sus tendencias hispanófilas a la fascinación que les producía el Quijote o las excelencias literarias del Siglo de Oro. Johann Andreas Dieze, Friedrich Bowterwek o Ludwig Tieck son buenos ejemplos. El primer hispanófilo germano al que las enciclopedias reconocen por sus inquietudes antropológico-arqueológicas fue Alexander Von Humboldt, que abrió un surco de tradición filohispánica entre sus compatriotas tras un quijotesco viaje por España en 1799. Humboldt no era arqueólogo. Más bien era un naturalista polivalente adelantado a su tiempo, un geógrafo con ínfulas de explorador que se dio a la aventura sobre la grupa de un mulo cargado de instrumentos científicos. Una prestigiosa beca alemana, todavía vigente, lleva su nombre en homenaje al sabio prusiano.
Corrían las primeras décadas del siglo XIX cuando comenzó a despertarse entre los arqueólogos alemanes un interés creciente por la arqueología española. Uno de los primeros alemanes en sucumbir a los encantos hispanos fue Adolf Friedrich Von Schack, un fervoroso hispanista, de ascendencia aristocrática, que recorrió los restos arqueológicos árabes de la Península Ibérica en 1852. Más profunda aún fue la huella dejada por el historiador Emil Hübner, hijo del pintor Julius Hübner. Emil pisó tierras españolas por primera vez en 1860 y tras tres décadas escudriñando inscripciones y recopilando información logró confeccionar el Corpus Inscriptionum Latinarum, ese gran cerebro colectivo de la epigrafía latina que había apadrinado en sus inicios otro ilustre alemán del XIX: Theodor Mommsen. Hübner echó raíces en España, donde se interesó por todo el remanente arqueológico que había sido pasto del olvido y la indiferencia. Además, contagió su entusiasmo por la Antigüedad a colegas españoles de la talla de Manuel Gómez Moreno, Eduardo Saavedra, Fidel Fita o Aureliano Fernández Guerra. Fue entonces cuando se consolidaron las relaciones hispano-alemanas, con el krausismo como telón de fondo y en una suerte de simbiosis arqueológico-cultural de la que todos sacaron provecho, los españoles aprendiendo técnicas de investigación y los alemanes ampliando horizontes de estudio inexplorados hasta ese momento. Algunos han advertido visos de “colonialismo científico” en el interés alemán por nuestra arqueología y nuestro patrimonio histórico. Otros prefieren llamarlo patrocinio, intercambio cultural, proyección cultural… Lo que es indudable es que parte de nuestro legado arqueológico y epigráfico sobrevivió gracias al celo y la vocación de Hübner.
Mucho más discutidos han sido los juicios sobre Adolf Schulten, el arqueólogo alemán que aterrizó en Soria en 1905 dispuesto a emular a su compatriota Schliemann, el célebre descubridor de Troya. Gracias a las subvenciones del Kaiser Guillermo, Schulten comenzó desenterrando Numancia con el rigor propio de un profesional competente, pero su insolencia y falta de tacto con las autoridades culturales sorianas y madrileñas le privaron de culminar la excavación. Desautorizó a Eduardo Saavedra (su predecesor) y sus desplantes provocaron que se viera relegado por una comisión de la Real Academia de la Historia. El germano acabó conformándose con excavar los campamentos militares romanos desde los que se dirigió el principio del fin de Numancia en el 133 antes de Cristo. Salir tarifando de España no ayudó en absoluto a su reputación, que se deterioró aún más cuando su convicción de que la capital de Tartessos yacía en algún punto indeterminado del Valle del Guadalquivir se desmoronó. La obsesiva búsqueda de Schulten se saldó con el hallazgo de una villa romana allá por los años 20’ del siglo XX.
El contexto cultural de las dos primeras décadas del siglo vino condicionado por el escenario geopolítico. La Primera Guerra Mundial había extremado la rivalidad entre franceses y alemanes por extender su influencia en el resto de Europa, hasta el punto de que unos y otros se vieron envueltos en una silenciosa toma de posiciones. Es difícil valorar objetivamente las motivaciones culturales de las dos potencias europeas del momento. Lo único cierto es que los franceses fundaron en Madrid el Instituto Francés y la Escuela de Estudios Superiores Hispánicos poco antes de la Primera Guerra Mundial. Y entre 1918 y 1924, los alemanes respondieron creando el Centro de Intercambio Intelectual Germano-Español de Madrid. La política cultural exterior de Alemania en España se vio favorecida por el arraigo del hispanismo alemán y la progresiva orientación cultural española hacia Alemania. Buena muestra es la formación de jóvenes arqueólogos españoles (como Pedro Bosch Gimpera) en Alemania gracias a las becas de la Junta de Ampliación de Estudios.
Los felices años 20’ parecían el momento propicio para la consolidación de la arqueología alemana en España. Y entonces ocurrió. En 1929 tuvo lugar en Madrid la apertura de una nueva sede del Instituto Arqueológico Alemán. Nueva “sucursal”, aprovechando el tirón de la efemérides: primer centenario del Instituto. A partir de ese momento, se han sucedido los proyectos de colaboración entre españoles y alemanes. Especialmente sonados han sido los trabajos llevados a cabo en los yacimientos fenicios de la costa andaluza, la ciudad cordobesa de Medina Azahara y los estudios artísticos de la Casa Pilatos en Sevilla.