Hace más de 400 años, el 21 de abril de 1618, Pedro Páez Jaramillo era el primer europeo en contemplar las Fuentes del Niño Azul, mérito que luego se atribuiría el escocés James Bruce. Pero fue este alcarreño, nacido en 1564 en Madrid (Olmeda de las Fuentes, entonces de las Cebollas) o en Guadalajara (Yebes) el pionero, así como también el primer occidental en haber documentado el tomar café. Pero ¿cómo llegó a África habiendo estudiado con la Compañía de Jesús en Belmonte, luego en la Universidad de Alcalá y después en la de Coímbra? Embarcó rumbo a Goa y desde allí, acompañado por Antonio de Montserrat, quiso entrar en Etiopía al enterarse de que habían muerto 3 de los 5 jesuitas que allí había. Sin embargo, los turcos los apresaron y los tuvieron 7 años caminando por desiertos de Yemen y Arabia Saudí con grilletes. Páez contaría que estuvieron en el centro de la Tierra, en zonas de mucho calor. Fueron liberados gracias a la intervención de Felipe II, 2 años más que Cervantes estuvieron prisioneros. Regresaron a Goa, pero en 1603, cuando ya había perecido Montserrat, Páez Jaramillo quiso conseguir su sueño de llegar a Etiopía.

Esta vez sí llegó, se hizo amigo del emperador Za Dengel, a quien convirtió del cristianismo copto al catolicismo. A pesar del consejo de Páez, Za Dengel quiso convertir a su pueblo a la fuerza y eso desencadenó una guerra civil que le costó la vida al propio emperador. El trono etíope se consideraba sagrado al proceder la dinastía de la unión legendaria del rey Salomón con la reina de Saba. Con su extraordinario don de gentes, Pedro se hace amigo del emperador siguiente: Susinios Segued III. De los soberanos recibe tierras, donde construye una iglesia al Norte del lago Taga, en Górgora, porque además de aprender la lengua local, el amárico, y la lengua muerta, el ge’ez, una especie de latín, demostró sus dotes como arquitecto. En septiembre, por la Exaltación de la Santa Cruz, se celebran también fiestas en honor a Santa Elena. Páez murió de malaria en 1622 y está enterrado en esa iglesia cuya construcción dirigió. 2 años antes de expirar, había escrito la Historia de Etiopía, la cual fue publicada en portugués en 1945 y traducida al español en 2010. En ella no sólo relata el devenir histórico de ese país, sino también leyendas, tradiciones, datos contrastados con 2 ó 3 personas para darles un carácter más científico. El último emperador etíope sería Ras Tafari, coronado como Haile Selassie I, murió en 1975, tras ser depuesto y encarcelado. Había sufrido el exilio y la segunda entronización tras ser expulsado el CTV italiano de Abisinia, fuerzas mussolinianas que en 1937 sembraron de pánico también la Alcarria de Páez Jaramillo.

Alonso Sánchez, a quien no hay que confundir con Alonso Sánchez de Huelva «el Prenauta», quien pudo desvelar su secreto de que América existía a Colón, tenía otro carisma. Habiendo nacido en el mismo año que Miguel de Cervantes, en 1547, en Mondéjar (Guadalajara), se hizo jesuita y anduvo por Filipinas y México. Consiguió que el superior de los jesuitas, Claudio Acquaviva, le consiguiera una entrevista con el Rey Prudente, a quien le aconsejó la conquista militar de China, el gigante asiático, pero hacía poco había sucedido el Desastre de la Gran Armada, bautizada como Invencible con sarcasmo inglés. Y Felipe II no autorizó el plan.

Con Lorenzo Hervás y Panduro analizamos el Siglo de las Luces y nos adentramos ya en la Edad Contemporánea. Era conquense, de Horcajo de Santiago, llegó a ser director del Seminario de Nobles de la Compañía en Madrid. Pero la primera expulsión de la Compañía, en 1767, dictada por Carlos III lo sorprende. Tiene que emigrar a Córcega, luego a Italia, allí desempeña diversos trabajos, como ser preceptor de los hijos del Marqués de Chini, también investiga en las bibliotecas, como en la Vaticana y se interesa por la educación de los sordomudos. En 1798, Carlos IV decreta que los jesuitas pueden volver a título individual. Hervás y Panduro regresa a Barcelona, donde participa en la fundación de la Escuela Municipal de Sordomudos. Va hacia su pueblo, identifica en las ruinas de Cabeza de Griego la ciudad romana de Segóbriga. Pero de nuevo, en 1802, vuelve a ser expulsado, un segundo destierro. En esas idas y venidas, en los dos viajes en Italia, consigue cargos importantes: el cardenal Albani lo nombra teólogo asesor y Pío VII lo hace prefecto de la Biblioteca del Quirinal. Escribe 90 volúmenes de diversas especialidades, desde la astronomía hasta la historia, pasando por la filología, no en vano es considerado el padre de la lingüística comparada. Hervás y Panduro afirmaría que las lenguas no son códigos para hablar sino métodos para hablar y pensar. Fallecería en Roma en 1809.

Y ya, en el siglo XX, nos encontramos con un jesuita que, además, fue el español que actuó de testigo de la primera bomba atómica. Nos referimos al bilbaíno Pedro Arrupe, Licenciado en Medicina, que había sido compañero de aulas de Severo Ochoa (Premio Nobel de Medicina en 1959) que luego afirmaría que en su año, Pedro le había arrebatado el Premio Extraordinario. Ambos fueron alumnos de Juan Negrín, futuro presidente del Gobierno republicano desde mayo de 1937 y también después en el exilio. Arrupe experimentó una conversión muy fuerte en Lourdes, donde estaba de viaje con sus hermanas, decía que había sentido muy cerca a Dios en la fuerza de los milagros.Negrín se sorprendió al enterarse de que su alumno aventajado se había hecho jesuita, percatándose de que la República había vuelto a expulsar a la orden de Ignacio de Loyola. El 6 de agosto de 1945, como rector del Noviciado de Yamaguchi, cerca de Hiroshima, Pedro cae al suelo mientras oficiaba al Misa por el impacto de la explosión de la bomba. Rápidamente, comienzan a atender a los heridos por la bomba atómica, convirtiendo el Noviciado en hospital. Dijo que había visto una luz potentísima, como un fogonazo de magnesio, delante de sus ojos. Escribiría el libro Yo viví la bomba atómica, narración sencilla que revela su profundo compromiso con lo humano y con lo divino. Los cuerpos estaban abrasados.

Sería nombrado Superior de los Jesuitas de Japón y en 1967 Prefecto General de la Compañía, de nuevo, un vasco, que estaría en el cargo 18 años, hasta ser aceptada su dimisión en 1983 por cuestiones de salud, ya que en agosto de 1981 sufrió un infarto cerebral. Creó así esa moda de dimitir que ha sido seguida por sus sucesores en el cargo y fue un Papa negro bastante apreciado por su diplomacia, por su sonrisa y por la capacidad de conciliar todas las partes en una época en que se hablaba de jesuitas atraídos por la teología de la liberación (avisos dados por 3 Papas: Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II), curas obreros que se subían las mangas para ayudar a los más necesitados en lo físico aparte de en lo espiritual (Pozo del Tío Raimundo, Padre Llanos) y había que instituir los cimientos de la nueva Iglesia surgida del Concilio Vaticano II.

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