El pueblo español, según el artículo primero de la Constitución de 1978, es el sujeto de la soberanía nacional, la cual apareció enunciada por primera vez en un texto legislativo español en la Constitución de 1812, en el marco de las Cortes de Cádiz y el nacimiento del liberalismo en nuestro país, paralelo a la Guerra de la Independencia ante la invasión francesa. La división de poderes, teorizada en el Siglo de las Luces por Montesquieu, se hacía realidad en un país, eminentemente rural y honrado, que quería seguir siendo libre al Sur de los Pirineos, lo cual demuestra que la teoría política no está emparejada ni reñida con la práctica bélica y, mucho menos, con esos conceptos de estrategia y táctica que, hoy en día, han sido importados por los partidos de la democracia; quizás también en la ancestral creencia de que la estrategia es el arte de desplegar propuestas cuando se sabe que todo está perdido, frente a la factible táctica, que todavía sueña con materializarse. Precisamente, ese 2 de mayo de 1808, el pueblo español estaba materializando el nacimiento del Romanticismo y la reafirmación del derecho de autodeterminación formulado por Rousseau y otros pensadores desencantados por la Razón, aún sin haber leído ni escuchado sus teorías, por reacción innata.
Apasionante debió de ser vivir en aquella etapa, de patriotas y afrancesados, donde el heroísmo hispano alcanzó sus más altas cimas. Como Profesoras de la Ciencia de Cronos, podemos revivir aquella época descubriendo el siglo decimonónico español con nuestras investigaciones, porque los historiadores como intelectuales libres tenemos un compromiso ético con nuestra sociedad, es el privilegio que Clío, la musa de la Historia, nos concede a sus iniciados. La labor investigadora atraviesa por diferentes fases, no realizándose en suma hasta que encuentra el diálogo con la ciudadanía, representada a nivel nacional en nuestras Cortes. Porque una luz no se enciende para ser escondida en un cajón…
Hace unas tardes, visitamos el Congreso para reunirnos con el diputado D. Pablo Bellido Acevedo, Secretario 1º de la Comisión de Infancia y Adolescencia. Como Embajadoras de Honor de la Gira por la Infancia 2017, promovida por el Consejo Independiente de Protección de la Infancia (CIPI), durante la sesión de trabajo, ofrecimos nuestro diagnóstico sobre los retos de la educación en España hoy. Los políticos deberían sentarse con mayor frecuencia a hablar con los intelectuales, portavoces del pulso social.
Las Historiadoras, valientes en el día a día y defensoras de que todos somos iguales ante la ley y en la salvaguarda de los derechos inalienables del ser humano, no así en cuanto al esfuerzo, la ilusión y las metas a conquistar (logros de las revoluciones contemporáneas frente al feudalismo y su sociedad estamental) reconocen la emoción sentida al frisar la entrada. Era un día de manifestación, como tantos otros en la zona de Cibeles: tras conversar con varios policías nacionales que nos facilitaron en todo momento el paso, accedimos al recinto de la Cámara Baja y, en ese momento, abrimos la puerta del tiempo de Isabel II.
El palacio del Congreso de los Diputados fue construido durante su reinado en el solar que había dejado el antiguo convento del Espíritu Santo, poniendo la primera piedra la reina más castiza el 10 de octubre de 1843 y lo inauguró el día 31 del mismo mes pero de 1850.
Ya, en la Transición Española, el 28 de mayo de 1980 se materializó la primera ampliación del Congreso, efectuada sobre una manzana contigua que previamente había sido Hospital de Italianos desde 1598. Hace poco más de una década, el 1 de junio de 2006, concluyó la última ampliación del Congreso, incorporándose los dos edificios situados en los números 36 y 40 de la Carrera de San Jerónimo. Todos estos enclaves recorrimos junto a Pablo Bellido con el entusiasmo de la «arqueología» contemporánea.
Y por supuesto, Daoíz y Velarde, los dos leones de bronce en homenaje a los artilleros heroicos, que parecen inmortalizar a Hipómenes y Atalanta (la pareja que Cibeles transformó en félidos), efigies que flanquean la escalinata de entrada protegiendo el pórtico integrado por seis columnas con capiteles de orden compuesto, rematadas por un frontispicio con bajorrelieves de Ponciano Ponzano, con calle a pocas manzanas madrileñas. En él, queda reflejado el abrazo de España a la Constitución, del que actúan como cortejo o testigos la Fortaleza, la Justicia, las Ciencias, la Armonía, las Bellas Artes, el Comercio, la Agricultura, la Abundancia y la Paz, entre otras alegorías. Los fieros garantes de la armonía constitucional serían sumados al recinto palaciego en 1872 con la fundición, seis años antes en la Maestranza de Sevilla, de unos cañones tomados en la Guerra de África en la batalla de Wad-Ras.
Desde la tribuna de invitados, rodeada de escudos provinciales, vuela la imaginación histórica, mientras prosiguen las votaciones. La España plural, un concepto de nuestra autoría formulado para describir el fin del bipartidismo, se hallaba reunida en la cámara. El tapiz con el escudo de España bajo dosel y las esculturas marmóreas de Isabel y Fernando, obras de José Panucci y Andrés Rodríguez, respectivamente, presiden el hemiciclo.
La pintura histórica del siglo XIX encontró en el Congreso y en el Senado dos buenos destinos. A derecha e izquierda de los Reyes Católicos hay dos grandes cuadros que representan las glorias parlamentarias hispanas.
El primero, de Antonio Gisbert, refleja la instantánea de la Regente María de Molina presentando en las Cortes de Valladolid a su hijo, el Infante don Fernando.
El segundo en los Anales, de Casado del Alisal, inmortaliza la inauguración de las Cortes de Cádiz en 1810 con el juramento de los diputados.
La bóveda, decorada con virtudes, presenta otras cinco obras históricas, cuatro sobre la legislación española y otra dedicada a españoles ilustres.
La milicia nos enseña que los puestos de mayor riesgo y fatiga son también los de mayor honor, algo extrapolable en la vida personal y profesional. Todo ascenso debe quedar sustentado en el esfuerzo y en la legislación vigente. El Congreso, como antropomorfo político, también ha sabido renacer en momentos en que ha sido escenario de la alteración del orden constitucional, con episodios que han entrado en los libros de texto como el golpe de Pavía a la Primera República, acaecido el 3 de enero de 1874, y el golpe de Tejero, el 23-F de 1981 que, en base a los documentos audiovisuales, forma parte de esa cultura de los ochenta que permitió sentar los cimientos de la Transición y reforzar la necesaria huida de toda dictadura de un país que llevaba décadas ansiando el justo clamor de libertad, sin ira, pero libertad, como refleja la melodía convertida en el himno que la UCD asumió como propio en las primeras elecciones democráticas celebradas después del franquismo, aquellas de las que en este mes de junio se conmemora el 40 aniversario.
Regresando ya a 2017 (también con el recuerdo del azaroso año parlamentario del que se cumple ahora un siglo durante el reinado de Alfonso XIII), nos despedimos de nuestro anfitrión en el Congreso, Pablo Bellido, diputado por Guadalajara que además ejerce portavocía en la Comisión de Seguridad Vial y Movilidad Sostenible y es vocal de la Comisión de Cooperación Internacional para el Desarrollo.
Como cierre de nuestra visita al Congreso, ese incólume vestigio de casi dos siglos de episodios históricos, manifestamos al diputado nacional Bellido nuestro profundo agradecimiento por valorar nuestro diagnóstico educativo y cultural, convencidas de que el patrimonio y el legado histórico son los mejores cauces de reflexión y diálogo para la España actual, germen de la futura.
Logotipo actual de la Cámara Baja
Dra. María Lara Martínez, Profesora de Historia Moderna y Antropología
Dra. Laura Lara Martínez, Profesora de Historia Contemporánea
Doctora en Filosofía. Profesora de Historia Contemporánea.
Udima, Universidad a Distancia de Madrid