Es complicado hablar de educación en una sociedad que cada vez es más inestable. Y es que, por el contrario, la educación es una constante que existe desde la cuna de la humanidad hasta el presente, si bien es cierto que ha ido evolucionando. De este modo hemos conquistado todas las fronteras que nos rodean, superando las dificultades con la mezcla de pasión y desarrollo técnico.
Es evidente que la sociedad ha cambiado, las personas han cambiado, las familias, los gobiernos, y las tendencias económicas. Durante la mayor parte de la historia, la educación se realizaba durante toda la vida de la persona, pasando de maestro a maestro para adquirir nuevos conocimientos. Por el contrario, en la sociedad actual todo fluye, y cada vez más rápido. Parece que buscamos con afán transformar lo que ha sido estable durante siglos en arenas movedizas. Bauman refleja esta transformación y la inestabilidad que produce en el sujeto denominando “sociedad líquida” a la situación social actual. Parece una época y una sociedad relativista en la que la verdad incomoda y molesta, ya que la opinión es mucho más valorada que la verdad. Parece una época inestable que vive en la ilusión de la apariencia, en el mundo de las sombras encerrado en la caverna sin llegar a preguntarse qué es lo que emite esa imagen, y si esta imagen es referente de una realidad superior imperecedera.
Es dura esta situación en donde, sin la estabilidad pretérita, se nos arroja a la existencia con la misma necesidad de todo hombre, que desde el planteamiento antropológico busca su bien último, y que no es otra cosa que la felicidad, como afirma Aristóteles. Parece, en estos últimos tiempos, que la felicidad es la mayor de las utopías que, si por definición es inalcanzable, esta sensación se subraya cada vez más, ya que se nos exige más y se nos ofrece menos.
Vivimos rodeados de promesas de aquello que anhelamos, y que cuando lo alcanzamos rara vez satisfacen la promesa que nos llevó a buscarlo. En más de una ocasión exigimos a un producto que llene nuestra existencia que se ve arrastrada por la vorágine de la inestabilidad social. Por desgracia, se hace negocio de la situación de naufragio social, programando la vida útil de los componentes. De modo que, ante el vacío existencial, la persona reclama un nuevo salvavidas en busca de la compensación vital, transformándonos a los sujetos en cobayas que tienen que mover la rueda de la economía en la búsqueda de la satisfacción interior en productos programados para fracasar.
Parece que me he desviado unos grados del objetivo de esta reflexión, pero creo sinceramente que toda educación queda vacía de significado real si ésta no tiene en su horizonte el ayudar, en mayor o menor medida, a que la persona que la recibe pueda alcanzar la felicidad. Epicuro, Platón, Aristóteles o Kant, difieren sobre de qué realidad se trata, pero creo que sin tener que realizar una exhortación como san Pablo en el areópago, podemos consensuar que la persona alcanza la felicidad si ama y es amada. Y es precisamente esta realidad, el amor, desear el bien para el ser amado, lo que está detrás de la educación. Si, tras la vocación, el interés científico o el desarrollo personal no reside un mínimo amor por el discente, la educación puede llegar a rozar la tiranía o el experimento social, que por desgracia también hemos podido ver en las últimas décadas.
En los años que llevo en la enseñanza muchas veces he visto la sustitución del amor por el alumnado por otras: la autoridad, la exigencia, la compensación, el acuerdo tácito de la indiferencia mutua… Dentro de estas sustituciones está también la tecnología. Cuando Gutenberg perfeccionó la imprenta con la utilización de tipos móviles, logró unir las fronteras difundiendo su pensamiento de un modo antes impensable. Al introducir la tecnología en la educación se puede pensar que, con su mera presencia, el resto de elementos que intervienen en la educación quedan suplidos, o no es igual de necesaria su existencia. Si bien hoy en día la tecnología puede salvar la distancia entre una relación existente, ésta no asegura la sintonización o el éxito afectivo; proyectando una vez más la promesa de felicidad y de pensar que tal vez la tecnología sea el mesías que logrará lo que hasta el momento ha sido frustración.
La implantación tecnológica en la educación no puede sustituir o eclipsar la relación de acompañamiento personal entre discente y docente. Caminar juntos, aunque sea salvando la distancia por medio de la tecnología, sigue siendo necesario para que el acompañamiento académico alcance su fin. La proximidad física puede facilitar la conexión alumnado–profesorado, pero no la asegura. La tecnología cada vez está cada vez más presente en nuestra sociedad, y se puede utilizar para conectar más a las personas, o para alejarlas entre ellas.
Dónde llegará la tecnología con su desarrollo exponencial en los próximos veinte años es una incógnita, pero parece que nos puede acercar a algunas distopías como “1984”. Ojalá que dichos avances tecnológicos nos ayuden cada vez más a que la sintonización dentro de la educación sea cada vez más real. Solventando el abismo de la distancia, de modo que el interés y la preocupación del profesorado por cada uno de sus alumnos se pueda realizar con mayor facilidad. Y que, de este modo, la ayuda que reciba el alumnado sea una búsqueda sincera, real y efectiva de su bien para que alcance la felicidad.