FOTO: Getty Images

Recuerdo que, durante el primer año de la Licenciatura de Pedagogía, el profesor de Teoría de la Educación y actual Decano de la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid, Gonzalo Jover Olmeda, nos planteó un simple ejercicio que guardo con cariño en mi memoria. Nos pidió que escribiésemos en un folio qué era para nosotros un buen maestro, una buena maestra. Luego, debíamos entregárselo. En la siguiente clase el profesor leyó algunos de los pasajes de algunos de los textos que le habíamos entregado el día anterior.

Recuerdo que, del que yo había escrito, dijo algo así como: “… y alguien ha dicho que un buen maestro debe ser un buen actor, algo con lo que estoy de acuerdo”. Años más tarde, mientras comenzaba a leer sobre mi tema de tesis, recordé este ejercicio y escribí el texto que comparto a continuación. Este pretende provocar la reflexión en el profesional de la educación, tanto los que estáis en formación como los que estáis ejerciendo. Al fin y al cabo, todos tenemos en nuestra memoria a los buenos y malos maestros que tuvimos.

El buen maestro

El maestro debe ser un hortelano más que un zapatero, un sembrador de dudas más que un fabricante de conceptos. Un actor. Un intérprete de sueños propios y ajenos. Un entrenador de fútbol americano más que uno de gimnasia rítmica. Un poeta más que un lingüista. Un experto y un apasionado de todas las culturas. Un apasionado y un experto de su profesión. El buen maestro es el que te hace dudar, el que te engaña con falsas promesas de conocimiento, el que mantiene vivo el deseo por conocer lo que no se puede expresar con palabras. Un buen maestro no tiene todas las respuestas, pero conoce las preguntas que deben formularse en cada momento. Un buen maestro no sabe a veces quién es, ni a dónde va, pero es enérgico en la búsqueda de sus verdades. Un buen maestro sacia parcialmente tu sed de saber más, pero siembra a la vez la semilla del interés por saberlo todo. Un buen maestro, también, entrega más de lo que promete, se contradice, porque sus clases son mucho más ricas en conocimientos de lo que nunca hubiera planeado, porque al interactuar con sus alumnos y alumnas, capta intuitivamente la oportunidad como el que caza una mosca al vuelo, como probablemente hace Sócrates con Calicles, de iluminar a sus alumnos con un relato no planeado, quizá sobre su propia vida o quizá sobre una vida ajena, descubriendo el valor de lo que hace en el mismo momento de hacerlo, contestándose a viejas preguntas a la vez que formulando nuevas, en su camino. Es importante, ahora, decir que el elemento que diferencia la planificación de las clases de la práctica educativa es la espontaneidad de los acontecimientos humanos, y esta sólo es posible mediante la presencia del otro/a, alumno o alumna que enseña a la vez que aprende, que aprende a la vez que enseña. Lo mismo le ocurre al buen relato que al buen maestro, que seduce, pero nunca complace plenamente. Solo, en parte, da a probar del deseo prometido, porque, sin duda la posesión equivale a la muerte.

El ejercicio que ahora os planteo consiste en reflexionar sobre vuestra historia académica y poder reconocer y explicitar qué es lo que hacía buenos, excepcionales, mejores que los demás, a esa profesora de Ciencias Naturales del tercer curso de la ESO o a ese profesor de Literatura del Bachillerato; o por qué recuerdo con tanto cariño a mi maestra de Primaria. Para ello, es necesario que lo escribáis y, quien quiera, puede compartir su texto en los comentarios de este post. Os planteo este sencillo ejercicio porque estoy convencido de que, reflexionando sobre qué es para nosotros un buen maestro, estaremos un poco más cerca de llegar a serlo.