La educación forme parte de mi trabajo, y son constantes las alusiones que las personas hacemos a esta interesante forma de gobernar nuestras vidas. No hace mucho emitieron por televisión un episodio de Los Simpsons que sirvió de reclamo a esta reflexión. Ned Flanders, uno de los personajes de esta popular serie, expresaba lleno de rencor que odiaba a sus padres. Les detestaba porque cuando él era niño éstos fueron incapaces de imponerle ninguna norma.

Lo más cruel que se le puede hacer un niño no es, en un momento dado, darle un grito, regañarle o incluso aplicarle un castigo desajustado por una conducta inapropiada. Lo más dañino y de devastadoras consecuencias es permitirle todo. Un niño sin normas, sin valores, sin disciplina, estará condenado a una vida juvenil y adulta llena de sobresaltos e inestabilidad.

Actualmente, resulta paradójico comprobar la degradación a la que muchos padres se someten convirtiéndose en “colegas” de sus hijos. Padres frágiles y timoratos que se someten a la voluntad de sus hijos por temor a que éstos puedan dejar de quererles. Padres que son incapaces de trabajar ciertas normas básicas que generaciones anteriores, a pesar de una menor formación intelectual, tenían interiorizadas y administraban, sin complejos, habitualmente.

Es cierto que hoy en día lo parental no resulta sencillo. Nos encontramos en una sociedad compleja en la cual las relaciones interpersonales no son tan claras y evidentes como tiempos atrás. A esto se suma muchas veces la influencia negativa de algunas series de televisión y más concretamente Internet. Mediante la presencia de “padres youtubers” se muestran relaciones paterno-filiales en muchos casos ambivalentes y sin una conciencia real sobre la importancia de educar adecuadamente a un hijo. Padres que permiten que las normas básicas que mayor incidencia tienen en la socialización del niño, no se cumplan, incluso jactándose de ello.

Para el Ned Flanders niño fue terrible no escuchar jamás un “no” como respuesta, no disponer de unas mínimas y claras normas de comportamiento, tener unos malos que no malvados padres que todo se lo permitieron. Este tipo de progenitores, del tipo “Prohibido Prohibir” son sin lugar a dudas de los más perniciosos para el desarrollo psicosocial del niño. Convierten a sus vástagos en personas con poca o escasa voluntad, débiles de espíritu, con baja tolerancia a la frustración y con escasas estrategias para tomar decisiones.

Otro modelo educativo altamente peligroso y opuesto al anteriormente descrito, es el modelo coercitivo-punitivo. Estos padres tienen habitualmente el “no” como respuesta, reflejando un esquema mental caracterizado por la poca flexibilidad. Este modelo se opone diametralmente al democrático, tiranizando al niño e hiriendo gravemente su autoestima, dejándole en una situación de permanente indefensión.

No menos extraña resulta, la presencia del modelo educativo que convierte la educación de los hijos en un verdadero laboratorio pedagógico. Padres extremadamente documentados que aplican literalmente modelos teóricos puros que desnaturalizan el propio proceso educativo. Desde esta perspectiva, el educando se convierte en una víctima propiciatoria de cualquier tendencia educativa. Incluso de aquellas que poco o nada aportan a su propio desarrollo personal, convirtiéndole en ser humano con desarraigo a los principios educativos propios de la mayoría de culturas.

Básicamente, un niño, como cualquier otra persona, necesita en su proceso educativo que se dirijan a ellos con simpatía y alegría. Que los comportamientos inadecuados no sean propiciatorios de la alteración de afecto que se proyecta hacia ellos, y que se trabaje un conjunto de normas y comportamientos básicos de manera continua. Los niños necesitan unos padres congruentes que les comuniquen las cosas con claridad. Padres que tengan presentes que las normas básicas no se negocian y sabedores de que, en caso de duda, la opinión de mayor valor será la suya.

Por tales razones, sería un grave error dejar la toma de decisiones exclusivamente en manos de los hijos y sobre todo durante las primeras etapas de la vida. Esto no impide que a medida que los hijos crezcan se potencie una mayor autonomía a través de la flexibilidad y revisión de las normas esenciales cada cierto tiempo.

Son numerosas las razones que podrían ofrecerse para dar el valor que merece al principio de autoridad y democratización del proceso educativo. Las personas somos seres empíricos, y en educación la lógica humana va ligada a la experiencia y al sentido común.

No debemos olvidar que los padres son los educadores primarios de sus hijos y los que mejor pueden garantizar y promover la felicidad de estos. Por tanto, si desean que sus hijos les amen, es cuestión de una pequeña dosis de paciencia, credibilidad en sí mismos y saber decirles “no” cuando las circunstancias así lo precisen.