Hace poco en este blog se hablaba de la importancia del juego para la socialización de los más pequeños. Es muy importante tener en cuenta que los niños, cuando juegan con los demás, disfrutan de su infancia y adquieren habilidades sociales y emocionales imprescindibles para su propio bienestar y el buen funcionamiento de su comunidad.  Pero el tiempo es limitado; si un niño lo emplea en jugar con sus amigos ¿cuándo reforzará  las matemáticas, hará deporte, aprenderá inglés, música y todo aquello que le hará destacar en un futuro cada vez más competitivo? Tal vez jugar con otros tenga algún sentido pero ¿merece la pena que un niño juegue por su cuenta en vez de aprovechar ese tiempo para desarrollar su posible talento en clase de pintura? El juego es bueno, sí, pero nos podemos preguntar cuánto tiempo tiene que dedicar un niño a jugar y cuánto tiempo a aprender.

Las doctoras Kathy Hirsh-Pasek y Roberta Michnick Golinkoff, dos prestigiosas investigadoras en psicología infantil, escribieron hace unos años un libro muy recomendable para los padres y educadores preocupados por cómo aprovechar mejor la infancia de sus hijos. Pero el mensaje no es el habitual. No recomiendan un juguete o un libro educativo, ni unas pautas para desarrollar la inteligencia, ni hablan de cuál es la mejor edad para empezar a aprender otro idioma. Ellas nos dicen: no hay dilema, jugar es igual a aprender, a aprender de todo. Por eso el libro se titula “Einstein nunca memorizó, aprendió jugando”. Desde las más avaladas investigaciones, las autoras lanzan un mensaje de tranquilidad a los padres modernos. El juego es una actividad en la que el niño aprende a resolver problemas de forma creativa; tiene una estrecha relación con el nivel de inteligencia y hasta con las capacidades lectoras. Jugar es  necesario para socializar, para divertirse, pero también para un adecuado desarrollo cognitivo.

¿Cómo es esto?, ¿es mejor dejar a los niños jugar que apuntarles a clases extraescolares? Si a veces ellos mismos dicen que se aburren, y eso sí que es una pérdida de tiempo… El libro nos ayuda a analizar qué está ocurriendo en nuestra sociedad alrededor de la infancia. Los padres son hoy más conscientes que nunca de la importancia de este periodo en la vida de sus hijos. Al no disponer, por motivos laborarles, de una gran cantidad de tiempo para dedicarles, ha calado en ellos la idea del tiempo de calidad, entendido como tiempo que debe estar bien aprovechado, con actividades pautadas y siempre estimulantes. “El concepto de inactividad, esos momentos en los que sencillamente podemos no hacer nada (…), parece una especie de herejía al culto actual al logro” (p. 36). Siempre ha habido momentos en que un niño simplemente se aburre. Pero, hoy el clásico “mamá, me aburro” nos parece un indicio de abandono a un niño que pide aprovechar su tiempo. Sin embargo, un niño que tiene sus actividades excesivamente planificadas y siempre dirigidas al logro tenderá a experimentar más ansiedad y carecerá de oportunidades para aprender a decidir por sí mismo, a resolver problemas que sean relevantes para él, a tomarse tiempo para asimilar lo que le ha pasado durante el día y aprender de ello. Los niños acostumbrados a la actividad dirigida acaban esperando estimulación constante y se “enganchan” a la vorágine que se les propone.

Como siempre en el término medio está la virtud… aunque lo difícil es saber cuál es el término medio. Las autoras de este sugerente libro nos ayudan a entender que debemos ayudar a los pequeños a desarrollar sus capacidades pero sin pensar que tenemos la necesidad de organizar exhaustivamente su agenda. Destinar tiempo a jugar es la manera de lograrlo. Los niños deben tener cada día tiempo para jugar, a veces solos, a veces con amigos y hermanos, a veces con los adultos, pero jugar. ¿Y qué es jugar? ¿Cuando un niño va a entrenamiento de fútbol no está jugando? Depende. El juego, para ser llamado así, tiene que cumplir una serie de características: debe ser una actividad agradable; tiene que ser un fin en sí mismo (o sea, no estar dirigido a otro objetivo que no sea jugar); debe ser espontáneo y voluntario (si alguien está obligado a jugar, eso no es un juego); requiere implicación activa por parte del que juega; suele tener un componente de simulación (un palo puede ser la mejor varita mágica y una niña que juega al baloncesto es ella y a la vez una pivot). Una misma actividad puede ser un juego o no, dependiendo de si cumple para un determinado niño estas características;  y lo importante es comprobar que en la vida de cada niño no falte juego.  

Hirsh-Pasek y Golinkoff saben sin duda divulgar desde el mayor rigor. Con este libro ayudan a cualquier padre o educador (o estudiante de Psicología…) a entender cómo exactamente los niños adquieren y practican el lenguaje, las habilidades matemáticas, la conciencia de sí mismos, el manejo de sus emociones, etc. por medio del juego; y cómo en general los adultos, también espontáneamente, sabemos jugar con los niños de la mejor manera, sin necesidad de gastar dinero o planificar cada minuto. Es un mensaje curioso: unas expertas nos dicen que nos preocupemos un poco menos, pues todos tenemos a nuestro alcance excelentes (y divertidas) ayudas para el desarrollo de los  más pequeños.