El problema de la obesidad es un problema de salud fundamental en las personas a cualquier edad, dado que repercute directamente en enfermedades de tipo cardiovascular y metabólicas, como la hipertensión, la angina de pecho, la insuficiencia cardiaca, los accidentes cerebro vasculares (ACVs) y la diabetes entre otras. Además de todas estas alteraciones cardiacas y del metabolismo, la obesidad también se relaciona con otras enfermedades como el síndrome de apnea del, el reflujo gastroesofágico, la insuficiencia venosa crónica y artrosis de articulaciones sometidas a sobrecarga. También incrementa el riesgo de padecer diferentes tipos de cáncer.
La obesidad, además, incrementa las tasas de mortalidad en todas las edades, especialmente en personas mayores de 50 años. Esta alerta social y sanitaria está tomando matices con un formato casi ya epidémico. En los países desarrollados, la obesidad ya está considerada como un grave problema de salud, casi ya una verdadera pandemia.
Hay que tener en cuenta que la obesidad no es sólo sinónimo de un peso corporal elevado. El concepto de obesidad requiere que dicho exceso de peso se produzca a expensas de tejido graso, y no de otros tejidos corporales como el tejido muscular o el óseo. En términos clínicos la obesidad se define como un índice de masa corporal (IMC, que sería el resultado de dividir el peso, en kilogramos, entre la talla en metros cuadrados), cuando el resultado es igual o superior a 30 kg/m2.
Por otro lado, sabemos que la obesidad no ha significado, hasta ahora, un grave problema en la población de personas mayores, debido, entre otros factores, a la restricción en el consumo calórico conforme se avanza en edad, al cambio en su metabolismo, especialmente en el de los lípidos, y a cambios hormonales que hacen que, en líneas generales, decrezca la masa corporal progresivamente, desde mediados de década de los sesenta años y, progresivamente, conforme se va avanzando en edad.
Existen muchos estudios sobre los efectos de la obesidad y el sobre peso en la salud durante la infancia, la adolescencia y en la edad adulta, pero hay poca evidencia científica de este grave problema de salud en la población de personas mayores, en el que esta patología se vuelve más perjudicial, si cabe, pues en las últimas décadas está surgiendo un nuevo fenómeno social y sanitario en los países más desarrollados, el incremento en la prevalencia de la obesidad en personas mayores, fenómeno que está asociado, fundamentalmente, al exceso consumo calórico y a los hábitos de alimentación derivados de un modelo de alimentación hipercalórico de “comida rápida”, que ha ido asentándose y tomando forma en estos países.
Este nuevo fenómeno incide en que un número cada vez más elevado de personas pertenecientes a las nuevas generaciones de personas mayores acarreen sus malos hábitos de alimentación adquiridos en la edad adulta, hacia las últimas etapas de su vida. Este es un fenómeno que, poco a poco, se va adoptando en países europeos como Inglaterra, Alemania y España, y que en pocos años alcanzarán datos de prevalencia de sobrepeso y obesidad en sus poblaciones similares a los de EE.UU, si no se adoptan medidas urgentes para su prevención.
En EE.UU, el último estudio poblacional sobre nutrición y salud (2011-2012), se encontró que más de un tercio de la población mayor de edad (el 34.9 %) era obesa, siendo el grupo de personas mayores el segundo más obeso con un 35.4%, tras el grupo de mediana edad que representa el 39.5% de la población obesa de EEUU.
En el estudio de la Comisión Europea (Eurostat) sobre la salud pública (2008), se comprobó que la media europea de la población de mayores de 18 años obesa se encuentra en 15.8 % (España: 15.7%; Alemania: 15.8%; Francia: 12.2%; Grecia: 17.6%; la más baja en Bulgaria: 11.5%, y la más elevada en Malta: 22.9%).
La principal medida de prevención de la obesidad viene establecida en los hábitos de salud que los individuos adquieren desde la adolescencia, pues este periodo representa una estadio crítico en la configuración del tejido corporal, sobre todo del tejido graso, por lo que la prevención es fundamental ya a estas edades, para evitar sus repercusiones en la edad adulta, pero también podemos instaurar nuevos hábitos saludables en edades más avanzadas, que vayan en concordancia con el proceso de desarrollo y adaptación de la persona.
En personas mayores es importante mantener una actividad física de intensidad media, unos veinte minutos diarios (por ejemplo pasear a un ritmo elevado, sin llegar a tener fatiga). Por otro lado es muy recomendable consumir una dieta rica en verduras y cereales integrales, sin olvidar incluir fruta, aceite de oliva, legumbres, frutos secos crudos, pescado, carne de ave y lácteos desnatados, evitando los azúcares refinados y la grasa saturada e hidrogenada.
Doctora en Psicología. Profesora de Evaluación Psicológica, Psicodiagnóstico y Psicogerontología en UDIMA, Universidad a Distancia de Madrid.