José Miguel Rodríguez Molina es doctor en Ciencias de la Salud y psicólogo clínico en ejercicio desde 1986. Entre 2008 y 2022 desempeñó su labor profesional en la Unidad de Identidad de Género de Madrid. Ha atendido a más de 2.000 personas para tratamiento de tránsito de género: astrofísicos, profesores universitarios, catedráticos, músicos, ingenieros, informáticos, entrenadores profesionales, psicólogos, prostitutas, presidiarios…. Con todo este bagaje, choca que lo primero que diga sobre transexualidad es: «realmente sé poco».
Pese a demostrar lo contrario, Molina iniciaba así la sesión Psicología y Transexualidad del ciclo de ponencias de la UDIMA. Su argumento es que sabe poco, como todos, porque es algo que «está cambiando»: desde considerarlo pecado o vicio hasta su progresiva normalización actual. También están cambiando la demanda sociosanitaria (que no había antes) desde lo binario hasta lo queer. Y además la investigación existente es escasa y «no aporta demasiado» a la psicología: activismos «insuficientes y sesgados» (opinión) y estudios de psicología no científica.
¿Qué es ser transexual o trans entonces? Quizás conviene empezar por ahí: ¿es percibirse o desearse distinto a como uno se ve? ¿es cambiar? ¿es dudar? ¿tener éxito profesional…? ¿Qué personas trans conoces? La imagen habitual es errónea (famosos) y si hay algo que Molina ha aprendido en su vasta experiencia es que «no hay un perfil de persona trans: son sólo personas». Y tal vez no sea mal comienzo cuando la sensación general sobre este término es que está de moda, sí (hay series y películas de trans), «pero no es algo tan aceptado» todavía.
Binarismo y performatividad sexual
Sigamos avanzando entre tanta duda -que también tiene uno- dando otro paso: ¿cómo debemos dirigirnos a ellos? ¿Depende de lo que ponga en el DNI o de si la persona está operada? El psicólogo insiste en que lo que no falla es «persona» y que, de entrada, el término ‘transexual’ sólo se emplee «cuando sea estrictamente necesario»; «además estar operado no es el final para muchos», matiza. Evitar nombres como travesti, ‘travelo’, drag queen, homosexual, gay, lesbiana, cambio de sexo… es un comienzo.
Y tampoco es muy correcto apostar por personas TIG (Trastorno Identidad de Género) o con disforia de género; ni siquiera ‘transgénero’, porque «sí, pero no, no es igual», afirma Molina. Mejor persona trans (o trans*), persona en proceso de tránsito (que no cambio de sexo), o persona género-variante o género-no-conforme; no binaria. Las famosas siglas LGBTIQAP… llevan a un punto «un poco eterno», y además mezclan identidad sexual con orientación sexual. El concepto más aceptado en la comunidad científica aparece como DSG o DASG (Diversidad Afectivo Sexual de Género). Pero ya ha salido otro concepto aún sin asimilar: no binarismo.
«Cada día lo encontramos más», comenta el psicólogo. Según Judith Butler, esta postura recoge que aunque haya dos sexos morfológicos al nacer, «no hay razón para asumir» que los géneros tienen que ser necesariamente dos, «ni que se correspondiesen directamente con alguno de los sexos». El no binarismo entiende (y recogen estudios de género recientes) que tanto el sexo como el género son «construcciones discursivas» o performativas, que «ni son naturales ni fijas para cada persona». Por tanto, que pueden ser tanto «resignificados en la puesta en escena» (género) como «reasignados quirúrgicamente» (sexo) -Centro del Conocimiento en Diversidad Sexual, 2018-.
Es decir, que «a partir de la reiteración discursiva (binaria) se produce la materialización de los cuerpos y de las identidades». Molina asegura que esto ya lo planteaba en su momento Ramón y Cajal cuando hablaba de que las neuronas son «libres» y que el circuito cerebral cambia en función del contacto físico «y sobre todo social» con el medio. «Ni la tradición clásica machista, ni la orientación pseudomoderna y pseudofeminista son correctas.
El sexo y el género existen y son diferentes aunque tengan alguna correlación», describe. Habrá tantos géneros como plantea Sandra Bem: un espectro amplio entre lo masculino, lo andrógino, lo femenino y lo agenérico. Porque «toda persona tiene cierto grado de masculinidad y feminidad, que cambia a lo largo de la vida y en diferentes situaciones», argumenta Molina.
Transexualidad: perfil y acción psicológicos
La mayor parte de la literatura que Molina ha encontrado sobre binarismo es «de campos distintos a la psicología», señala (antropología, sociología, política, filosofía…) y son mayormente de «reflexión y opinión». Mientras, considera que la psicología clínica ha evolucionado y acepta en su totalidad el no binarismo, volviéndose más pragmática y humanista: el centro es la persona y su demanda. «La idea de los sexos no binarios se va instalando en la comunidad científica», asevera. «El sexo fluido comienza a ser aceptable».
Y si aún hay dudas, aporta por un lado lo que se entiende por disforia de género e insiste: ¿perfil psicológico de las personas transexuales? Más allá de que en general tienen «mayor bienestar psicológico (al menos al acudir a tratamiento)» que el resto de personas, no hay diferencias. Tampoco por sexos, si bien las transexualidades femeninas (de hombre a mujer) presentan puntuaciones más altas de histrionismo y delirios. Pero en ambos casos suelen ser puntuaciones «subclínicas» (paranoia y delirio), lo que a su juicio «se puede interpretar como el resultado de haber sufrido acoso real».
Los transexuales reciben ese acoso también desde las posturas radicales de la intervención psicológica, (los tildan de ‘locos’ o atacan con demagogia: ‘consulte a su activista’). Lo cierto es que la transexualidad debe ser tratada aunque no sea una enfermedad, explica Molina. «Es como confirmar el embarazo» cuando una mujer viene afectando tal suceso. Habrá que comprobarlo, dice. Por eso, aunque la autodeterminación de la persona es en principio suficiente, habrá que poder separar transexualidad de otras patologías que sí deban tratarse.
Así lo defiende Molina: «Descartar psicopatologías no parece que sea patologizar, sino lo contrario. Pero una parte del activismo ‘oficial’ no lo admite». ¿Qué puede hacer el psicólogo? En un sector donde también es atacado tanto por los conservadores («que no quieren transexualidad») como por los extremistas progresistas (que entienden que el paso por el psicólogo es «patologizar» a la persona trans».
Molina señala que «estar muy al día» de las investigaciones, cubrir las «exigencias legales» y «dar apoyo psicológico» son tres buenos pilares. Y recuerda que la terapia «es conveniente cuando hay temas asociados a esa condición sexual, no por la condición sexual en sí»; además de ser siempre voluntaria. Puede haber disforia de cuerpo (por origen interno, externo, o ambos) o transfobia (ajena y/o interiorizada), pero el apoyo y refuerzo de habilidades o planificación de hitos (comunicarlo a familia y amigos), son siempre buenos hilos conductores.
Periodista y miembro del equipo de comunicación del Grupo Educativo CEF.- UDIMA