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Coronavirus: Los retos de seguir con la “escolarización” en casa.

Imágenes de Gettyimages.

La pandemia de coronavirus ha desembocado en una crisis que afecta a todos los ámbitos. Quiero centrar mi reflexión en el ámbito educativo ya que considero que, como profesora de una universidad online de los grados de Magisterio, maestra y madre, puedo tener una visión amplia de la situación que transitan familias, docentes y niños.

Estos días toda la población se ha visto afectada de manera múltiple por esta crisis sanitaria. La preocupación por la salud propia y de los seres queridos, la incertidumbre sobre la magnitud de la pandemia, el miedo a la crisis económica y social y la tensión política son algunas exigencias emocionales a las que nos hemos visto expuestos. El confinamiento nos ha obligado a estar en casa y ha afectado enormemente al mundo social, laboral y educativo.

Hemos tenido que adaptarnos a la “modalidad online” para mantener contacto con nuestros seres queridos renunciando a los encuentros “cara a cara”. Los trabajadores se han visto obligados a afrontar la presión del teletrabajo, la incertidumbre ante el ERTE, el riesgo para la propia empresa o las cábalas sobre cómo seguir trabajando en una actividad esencial en esta situación. El mundo educativo ha tenido que dar respuesta en pocos días a una situación nueva, seguir con el curso sin la presencia de los estudiantes en las aulas. Es esta nueva realidad educativa la que quiero explorar ¿cómo ha afectado a familias, docentes y niños esta situación?

El cierre de los centros educativos ha supuesto para las familias un reto importante. Los padres, madres y/o tutores legales se han visto obligados en cuestión de días a adaptarse a una situación nueva y demandante. A las tareas habituales del trabajo dentro y fuera del hogar se ha unido la responsabilidad de hacer frente al seguimiento y organización de las tareas escolares de los hijos. Los medios de comunicación han hecho eco de esta situación con titulares como “La pandemia del coronavirus pone a prueba a la familia”.

Inicialmente fue difícil y probablemente muchos nos sentimos abrumados ante esta responsabilidad. Con el tiempo, de una manera u otra, las familias han tenido que establecer ritmos, repartir responsabilidades e involucrar a los hijos en las tareas de la casa. Los expertos han ofrecido orientaciones como turnarse para trabajar, intentar mantenerse positivo y autocontrolarse como claves para llevar a buen puerto la convivencia en el hogar.

Sin embargo, no todas las familias se han encontrado en la misma situación de partida ante el cierre de los centros. Un elemento que ha marcado especialmente la diferencia ha sido la posibilidad de tener dispositivos y conectividad suficiente como para mantener a los hijos en contacto con sus profesores. Uno de los objetivos del sistema educativo debe ser promover la equidad. En este caso, a pesar de las propuestas de reparto de tablets que se han hecho, algunos alumnos de colectivos especialmente vulnerables saldrán perjudicados por el cierre de centros.

Además de para las familias, este cierre de los centros ha supuesto un reto para los docentes. La pregunta es inevitable ¿estaban preparados los docentes para hacer docencia online? Sin duda algunos lo estaban, pero otros tantos no y esta diferencia podía acentuarse según la titularidad o la zona geográfica. Esta crisis ha “sorprendido” a las comunidades educativas. Los profesores han tenido que formarse “exprés” en el uso de las nuevas tecnologías para poder seguir con el curso. Son muchas las propuestas que ha habido para colaborar con esta tarea, la propia UDIMA, por ejemplo, lanzó en abierto un conjunto de tutoriales en el site: #DocentesEnCasa.

A pesar de todo este esfuerzo, la situación requiere más cambios que seguir haciendo lo mismo en la distancia. Adaptarse al aprendizaje de los alumnos en sus casas con cierta autonomía, sin contar con los recursos de los centros, requiere un cambio en la forma de pensar los procesos de enseñanza-aprendizaje. Hay incluso quien dice que deberíamos aprovechar para otras cosas e integrar las oportunidades que nos ofrecen los hogares como plantea Tonnucci cuando dice “No perdamos este precioso tiempo haciendo deberes”.

No se trata quizá de seguir con la escuela en casa sino de trascender el concepto de escolarización y pensar en educación en sentido amplio. La lectura, la escritura, los juegos de lógica, las manualidades, los experimentos, etc. son actividades que pueden realizarse en casa asesorando a los adultos. Muchas de las actividades del hogar (pensar la compra, ayudar en la cocina, ayudar en la limpieza, etc.) tienen un alto interés educativo que se podría también potenciar.  Creo que el reto de organizar los procesos de enseñanza y aprendizaje de nuestros alumnos en casa merecería cierta reflexión y consenso por parte de la comunidad educativa, especialmente ahora que vemos que las situación se alarga. En este proceso pienso que deberíamos intentar desde la escuela ayudar a las familias para que cada hogar tuviera la máxima capacidad educativa posible.

En mi opinión, hay dos cuestiones clave en esta reflexión que tienen que ver con el papel de la escuela como agente de socialización. Considero que durante esta pandemia deberíamos asegurarnos de que no quedan de lado la acción tutorial y la educación emocional. Seguir acompañando el desarrollo personal de cada alumno en colaboración con la familia me parece fundamental en estos momentos y la convivencia y el trabajo relacionado con la gestión de emociones parece más que pertinente. Para ello, organizar sesiones de comunicación sincronizada con niños y con adultos es muy conveniente ya que el tutor sigue siendo un referente para alumnos y familias.

Creo que los niños y niñas merecen este esfuerzo. Ellos se han adaptado a estar confinados en sus casas sin ver familiares, amigos ni profesores. Han tenido que seguir con sus tareas como si nada pasara cuando el contexto no era el mismo y las condiciones en los hogares en cuanto a medios técnicos, disponibilidad de tiempo y tensión emocional no eran las mejores. En muchos medios se ha hablado de los niños como los grandes olvidados en esta pandemia. Pero estamos a tiempo, habrá que mantener el distanciamiento social meses y esto hace necesario que intentemos ofrecer la mejor respuesta educativa.

Aprender a aprender

Gettymages.

En el futuro todos recordaremos la primavera de 2020. Cada uno traeremos a la memoria vivencias particulares y también comunes de este tiempo en el que nuestra vida cotidiana dio un vuelco y estuvimos confinados. Habrá, sin duda, amargura en esos recuerdos, aunque también – así suele funcionar el ser humano- sensación de aprendizaje y de crecimiento personal. Al menos, habremos tenido la oportunidad de tomar perspectiva sobre algunos asuntos, por ejemplo, sobre lo importante que es para cualquier persona, precisamente, saber aprender.

Una de las experiencias compartidas por muchos de nosotros en estos meses es la de convivir con hijos en edad escolar que se han visto alejados de golpe de sus compañeros, de sus profesores, de sus monitores o entrenadores. Muchos padres estamos siendo más conscientes que nunca de lo acompañados que estábamos en nuestra tarea de educar y, tristemente, de que ahora estamos muy solos.

La tecnología (que es tan bienvenida) logra ayudara a la enseñanza y el aprendizaje, aunque de manera desigual: no todos la tienen disponible y, además, cuanto menores son los alumnos, peor consigue sustituir lo esencial. En este panorama, los profesores tratan de estar presentes, de ayudar, supervisar y acompañar; aun así, los niños y adolescentes tampoco han estado nunca tan solos en su historia de aprendizaje como en estos tiempos. Si bien, también podemos tratar de analizarlo desde otra óptica: nunca han tenido que ser tan autónomos en su aprendizaje.

¿Qué implica ser un aprendiz autónomo? Hay mucho consenso sobre la importancia que tiene en nuestra sociedad, tan cambiante e incierta, el que todos los ciudadanos seamos capaces de embarcarnos en un aprendizaje permanente. Para lograr este objetivo debemos ser capaces de desarrollar diversas competencias y, muy especialmente, la de aprender a aprender. La Comisión Europea apuesta claramente por promover esta competencia y, en España, se incluye como uno de los pilares del currículum educativo desde la LOE (2006).

Un aprendiz autónomo, si es eficaz, sabe adquirir conocimientos – conceptos, procedimientos y actitudes – siendo capaz de controlar los procesos que le ayudan a aprender mejor. Esto es, en pocas palabras, lo que se conoce como “autorregulación del aprendizaje” (self-regulated learning) y se trata de una de las áreas de estudio más relevantes de la Psicología de la Educación (ver Panadero, 2017 para una revisión al respecto). En concreto se investiga en este campo acerca de cómo piensan, sienten y actúan los alumnos que regulan bien su aprendizaje, y de qué depende que lo hagan, en especial, para arrojar luz sobre cómo se puede ayudar a todos a ser aprendices eficaces. Los profesores, por tanto, deben ayudar a sus alumnos a ser aprendices competentes y autónomos, esto es, más autorregulados.

No es una tarea sencilla y en estas semanas les resulta especialmente complicada. Por eso cabe preguntarse, ¿qué podemos hacer los padres ahora – entre las preocupaciones, el trabajo y demás tareas – para ayudar a nuestros hijos a aprender a aprender? Al fin y al cabo, procurar que avancen en esta competencia y fomentar su autonomía también contribuye a hacer más sostenible la situación para todos.

En primer lugar, conviene saber cuál es la meta: según van siendo más autorregulados los alumnos se vuelven más conscientes de lo que saben y lo que no saben; enfrentan las tareas de aprendizaje con más confianza, diligencia y resolución; son más proactivos buscando información y emprendiendo los pasos necesarios para conseguir sus objetivos, incluso cuando encuentran obstáculos (Zimmerman, 1990). Podemos concluir, entonces, que un alumno con alta autorregulación se siente competente y tiene interés por aprender, y lo que hace bien es planificar, establecer metas, organizar, controlar y supervisar su adquisición de conocimiento.

En segundo lugar, es útil conocer algunas formas de promover que los niños y adolescentes se vayan acercando a esa meta. No se trata de pretender hacerlo rápidamente, ni de sustituir la labor de los profesionales de la educación, pues sería un objetivo demasiado ambicioso, y más aún en las circunstancias actuales. Pero sí podemos reflexionar sobre lo que sería interesante incorporar, sin presión ni prisas, en las interacciones habituales en familia o cuando se puede acompañar a los hijos en sus tareas escolares. Sin ánimo de ser exhaustivos, podríamos destacar lo siguiente:

–  Es útil ser modelo para los hijos, mostrándoles que nosotros mismos estamos motivados por aprender, por plantearnos objetivos y por poner en marcha estrategias para lograrlos. Podemos estimularles a que persistan y prueben otras estrategias cuando se enfrenten a un fracaso, y alabarles cuando lo hacen (González García y otros, 2003). En definitiva, confiemos en la inmensa capacidad que tenemos los humanos de promover el desarrollo de los más jóvenes (Bruner, 1972) y recordemos que es más importante enseñar a pescar que dar directamente el pez.

– Podemos ayudarles a tener una “mentalidad de crecimiento” (es muy sugerente la conferencia de la importante psicóloga Carol Dweck): es más útil para ser buen aprendiz centrase en el proceso  que en el resultado, en aprender y mejorar más que en el éxito o en si se es inteligente o no. Si un niño, por ejemplo, ha fallado en una multiplicación o en las medidas de los ingredientes para hacer un bizcocho, se presenta la oportunidad de animarle a que revise si ha sido un despiste por estar cansado o si no ha entendido algún punto del procedimiento o de la receta. Se trata de transmitir algo parecido a: “en esta casa, el error es una oportunidad para aprender”.

– Es interesante también ayudar a los niños a confiar en sus capacidades y a crear su propia brújula interior. Cómo dar pasos relativamente sencillos para lograrlo está muy bien explicado en El cerebro afirmativo del niño, un libro divulgativo de Daniel J. Siegel y Tina Payne Bryson (2018). Una de las pautas, por ejemplo, es ayudar a los niños a tomar perspectiva, enseñándoles a hacer una pausa antes de estallar por alguna frustración, a que calibren los esfuerzos ante diferentes tareas o a que puedan verse como sus propios entrenadores. Otras recomendaciones tienen más que ver con aprender a ser equilibrado emocionalmente, resiliente o empático. Estos aprendizajes también pueden contribuir a mejorar los aspectos emocionales y motivacionales que forman parte de lo que implica ser un aprendiz autorregulado.

Comenzábamos este texto pensando en cómo veremos este tiempo de confinamiento y qué habremos extraído de esta experiencia vital. Los escolares, sabrán lo que es una vida sin colegio, sabrán todo lo que les aporta y cómo se nota su falta. Habrán sido más conscientes de lo que implica tener que ser más autónomos en su aprendizaje. Ante esto, los padres hemos tenido que asumir parte del rol de profesores. Es una oportunidad para comprender mejor la que podría ser la labor más compleja, aunque casi nunca la más valorada: apoyar a los más jóvenes en la aventura de hacer propia la cultura de sus mayores.