El día a día está lleno de decisiones. Hay que elegir si tomar café o colacao, si desayunar una tostada o galletas, si coger el coche o el autobús o incluso si llevarse el paraguas al trabajo en caso de que llueva. Son pequeñas decisiones y estas no son difíciles de tomar, pero hay otras que sí son más difíciles y a muchas personas se les atraganta, incluso algunas que son más fáciles. La calidad de nuestras decisiones puede tener un impacto significativo en nuestros resultados y bienestar general. Afortunadamente, mejorar nuestra capacidad de toma de decisiones es posible mediante la adopción de estrategias efectivas respaldadas por investigaciones en psicología y ciencias cognitivas.

En primer lugar, es esencial recopilar información relevante antes de tomar una decisión. La toma de decisiones informadas requiere investigar, analizar y evaluar todas las opciones disponibles. Esto implica buscar fuentes fiables de información, consultar a expertos en el campo pertinente y considerar múltiples perspectivas. Al tener una base sólida de conocimientos, se aumentan las posibilidades de tomar decisiones más acertadas y fundamentadas.

Además, es importante desarrollar habilidades de pensamiento crítico. Esto implica cuestionar suposiciones, evaluar evidencias y considerar diferentes puntos de vista antes de llegar a una conclusión. Un enfoque crítico ayuda a evitar sesgos cognitivos y a tomar decisiones más imparciales y lógicas. Al cuestionar nuestras propias creencias y buscar posibles problemas en nuestro razonamiento, se puede fortalecer nuestra capacidad para tomar decisiones más efectivas.

Otra estrategia clave es aprender a gestionar la incertidumbre y el riesgo. La mayoría de las decisiones conllevan algún grado de incertidumbre, ya que no se puede prever con certeza todos los resultados posibles. En lugar de temer a la incertidumbre, se puede aprender a manejarla mediante la evaluación de los posibles riesgos y beneficios asociados con cada opción. Esto implica considerar los escenarios más probables y prepararse para diferentes resultados. Al estar preparados para enfrentar situaciones inciertas, se está en mejores condiciones para tomar decisiones racionales y adaptarnos a las circunstancias cambiantes.

Asimismo, la gestión emocional desempeña un papel crucial en la toma de decisiones efectivas. Las emociones pueden influir en nuestros juicios y sesgar nuestras elecciones. Es esencial reconocer nuestras emociones y comprender cómo pueden afectar nuestras decisiones. En ocasiones, puede ser útil tomar distancia emocional y considerar los hechos de manera objetiva. Además, practicar técnicas de relajación y autocontrol emocional nos ayuda a tomar decisiones más racionales y a evitar reacciones impulsivas o basadas en el estrés.

También hay que aprender de las experiencias pasadas. Reflexionar sobre las decisiones anteriores, tanto las acertadas como las equivocadas, puede brindar valiosas lecciones para mejorar nuestras habilidades de toma de decisiones. Evaluar el resultado de nuestras elecciones y analizar los factores que influyeron en ellas nos permite identificar patrones y estrategias efectivas. Al aprender de nuestros errores y éxitos previos, estamos en una mejor posición para enfrentar futuros desafíos de toma de decisiones con mayor confianza y sabiduría.

Y es que, la toma de decisiones tiene que ser algo incluso interesante, vivirlo como un reto, como una nueva oportunidad, y no estar basado en el miedo de que pueda sentar mal a alguien o que pueda perjudicar al puesto de trabajo, si es que está relacionado. Así que con pequeños pasos se puede conseguir al final lo que se pretende sin necesidad de perjudicar a nadie. 

En la Universidad a Distancia de Madrid, UDIMA, se imparte el Grado en Psicología, donde se abordan cuestiones como esta.