El patrimonio juega un papel relevante en el conocimiento de nuestra propia sociedad y cultura, así como en el de sociedades y culturas ajenas. Sin embargo, su conservación depende en buena medida del valor que el conjunto de la sociedad esté dispuesto a otorgarle, y tristemente la sociedad tiende a valorar solo aquello que se comprende.
La fotografía (de elaboración propia) ilustra un montaje del Museo del Teatro de Caesaraugusta (Zaragoza). Esta imagen resulta bastante representativa de los museos más modernos de arqueología. Tal vez el lector convenga conmigo en que es muy complicado para un público no experto hacerse una idea de la composición original del edificio al que pertenecen estas piezas y conocer los significados, usos y costumbres que pudieron albergar en el pasado solo a partir de este montaje. Obsérvese que no existe ningún cartel ni otro tipo de mediador que pueda dotarlo de una verdadera significación, más allá de una cierta experiencia estética, que ciertamente no podemos desdeñar, pero que resulta insuficiente para crear experiencias de calidad y alto impacto.
La psicología realiza su contribución a la puesta en valor del patrimonio proponiendo métodos de investigación que arrojen luz sobre cómo debe ser una exposición o programa educativo para conseguir atraer la atención de los visitantes, crear expectativas positivas que puedan satisfacerse, conseguir experiencias motivantes y elaborar discursos en torno a las piezas patrimoniales que mejoren la comprensión de las mismas, así como la mejor manera de transmitir dichos discursos en una exposición.
Todo ello se lleva a cabo mediante los llamados estudios de visitantes y evaluación de exposiciones, basados en distintas tradiciones epistémicas y metodológicas, que engloban por un lado, estudios cuantitativos observacionales basados en la psicología conductual, que consideran los museos como laboratorios de investigación, y por otro lado, estudios cualitativos que consideran los museos como entornos naturales donde el aprendizaje puede suceder, y que aceptan las opiniones subjetivas de los individuos como evidencia del mismo.
La idea de que los museos suponen espacios donde se concilian las necesidades de ocio y aprendizaje ha ido de la mano de diversos cambios en las metas y estructuras administrativas de los museos. El deseo de incrementar la efectividad de las exposiciones ha potenciado el aumento del compromiso de los museos con las necesidades de los visitantes. Para ello, la evaluación se convierte en una herramienta fundamental que nos permite tomar decisiones sobre los diversos mediadores, teniendo en cuenta diversos aspectos psicológicos que influyen en la experiencia en el museo (como expectativas, necesidades, conocimientos previos, motivaciones, etc.) de los visitantes reales y potenciales. Sin embargo, y a nuestro pesar, la evaluación desde el punto de vista del usuario no es una práctica generalizada en este contexto.
Son diversas las razones por las que la evaluación no es una práctica habitual. Sin embargo, algunos autores lo achacan a la prevalencia de ciertos criterios de calidad de las exposiciones relativos a la calidad y rigurosidad disciplinar, al acabado de las exposiciones, al alto uso de tecnología, a la aceptación del gremio disciplinar y a la aceptación del público solo en términos de número de visitas. Sin embargo, variables más directamente relacionadas con los procesos psicológicos de los visitantes, como la comprensión del mensaje expositivo, no son considerados criterios de calidad.
De hecho, en algunos contextos se llega incluso a culpabilizar de forma implícita a los visitantes de las debilidades de las exposiciones, fenómeno que Shettel ilustra de la siguiente manera: “¡Cuantas veces he visto a los visitantes tratando de entender una etiqueta en una exposición y cediendo a la frustración ante su propia falta de conocimiento! ¡Siempre supieron que eran inútiles en lo que se refiere a la ciencia, y el museo les ha convencido una vez más de que esto es muy cierto! Este es un escenario difícilmente compatible con la labor de enseñar al público.” (Shettel, 1989, p. 27). En este caso, Shettel alude a los museos de ciencia, pero podría aplicarse igualmente a otro tipo de museos, como pueden ser los de arte contemporáneo o arqueología. Aunque estas palabras fueron publicadas en 1989, son muchos los museos en los que aún siguen teniendo vigencia.
A pesar de todos estos problemas, el contexto del patrimonio cuenta con diversos activos no solo en el ámbito académico, sino también en el ámbito institucional, que intentan expandir la acción de la evaluación en estos contextos. De este modo, los museos, poco a poco, van cambiando enfoques de planificación lineales por enfoques cada vez más multidisciplinares, que aumentan la sensibilidad hacia los visitantes y que integran las cuestiones interpretativas y educativas en las primeras fases de los proyectos.
Pese a los avances que se van produciendo en la renovación de los modelos museológicos hacia la consideración profunda de los visitantes, aún queda un largo camino por recorrer hasta la generalización de modelos realmente centrados en el visitante. Por este motivo, debemos seguir trabajando para mejorar metodológicamente los estudios de público y evaluación de exposiciones, y para difundir los estudios y resultados obtenidos que permitan un mayor avance en el campo.
Referencias bibliográficas
Shettel, H.H. (1989). Do We Really, Really Need to Do Visitor Studies? Visitor Studies, 1(1), 25 – 31.