Archivos de Autor: Elena Asenjo

Museos y educación en tiempos de pandemia: claves para la nueva normalidad

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Gettyimages.

La expansión de la pandemia y la emergencia sanitaria asociada han dado lugar a una serie de consecuencias que en el caso de los museos se han traducido en un descenso significativo de los visitantes, especialmente del público escolar que tradicionalmente ha sido uno de los destinatarios y consumidores de estos espacios educativos. De esta manera, los datos obtenidos por la UNESCO (2020) muestran que el 90% de los museos (más de 85.000 instituciones) en todo el mundo ha tenido que cerrar durante la crisis y que más del 10% no volverá a abrir.

Este escenario ha dado lugar a ciertos procesos de reflexión, también en los espacios de presentación del patrimonio, acerca de su futuro y de la posibilidad, cada vez más inminente, de tener que reinventar en gran parte su actividad.

La tecnología como “tabla salvavidas”

Una vez inmersos en el estado de alarma, el protocolo para la reapertura de museos (Ministerio de Cultura y Deporte, Subdirección General de Museos Estatales, 2020) ya señalaba la utilización de Internet como alternativa a ciertos servicios que hasta entonces se prestaban de manera presencial, así como la participación en actividades culturales y programas educativos a través de su retransmisión en streaming, o la difusión online asíncrona de los mismos. De igual modo, se señala como acción el aumento de recursos digitales para mantener la función educativa y divulgadora de los museos. En la misma línea, el estudio de la UNESCO (2020) pone de manifiesto que el sector ha sabido responder rápidamente, aumentando su presencia en Internet, aunque por otro lado evidencia la fuerte brecha digital entre los países.

Por su parte, el Consejo Internacional de Museos (ICOM) desarrolla un estudio en 2020, con una muestra de 1.600 museos de 107 países de los cinco continentes. Dicho informe indica que, aunque un gran número de instituciones ya tenía presencia en las redes sociales y compartía sus colecciones en línea con anterioridad, para el 15% de los participantes las actividades digitales aumentaron o comenzaron con motivo de la emergencia sanitaria. Y que, además, se produjo un aumento o inicio de la actividad en las redes sociales para el 50% de los participantes. No obstante, también se señalan algunas debilidades estructurales referidas a los recursos y personal dedicados a la comunicación digital, así como en el nivel de madurez del contenido.

La apuesta por el desarrollo de recursos digitales no fue únicamente fruto de iniciativas individuales, sino que se organizaron redes de apoyo para tal fin. A este respecto cabe destacar REMED, la Red de Museos y Estrategias Digitales, en la que participan 180 museos, 17 universidades y más de 40 empresas de toda España, y que ha dado lugar al primer Congreso Internacional de Museos y Estrategias Digitales; o la red Nuestros Museos, compuesta por los dieciséis museos adscritos a la Dirección General de Bellas Artes, dedicada a la difusión en redes sociales del trabajo común de dichas instituciones (Del Pozo y Fernández, 2021).

Pese a todos estos esfuerzos, aún no tenemos evidencias sobre el impacto que ha causado esta apuesta digital para el público en general y para las instituciones de enseñanza reglada en particular. Si bien cabría pensar que las visitas escolares podrían ser suplidas en un primer momento mediante estos recursos digitales y poco a poco ser reconvertidas en propuestas más profundas, transformadoras e interactivas con la tecnología como base, las conclusiones que se desprenden de los foros de debate no parecen apuntar en esta dirección.

Nuevos modelos: las redes locales

Los espacios de reflexión sobre el impacto que la emergencia sanitaria está teniendo en la actividad educativa de los museos (puede revisarse el “Ciclo de conversaciones virtuales. Los museos en tiempos de la COVID-19” o la jornada en línea “Repensar la educación en los museos en tiempos de pandemia”) están evidenciando varias cuestiones fundamentales como punto de partida para que cambie el modelo de relación entre museos y enseñanza reglada.

En primer lugar tenemos que ser conscientes de que el estado de emergencia colocó a la escuela en una situación de crisis a la que tuvo que responder de forma precipitada. Primero mediante un cambio de modelo puramente presencial a uno telemático, y después a un modelo híbrido, acompañado de una presencialidad constreñida por las medidas sanitarias. Todo ello supuso un duro proceso en el que parece que no hubo espacio inicial para los museos como aliados estratégicos para afrontar la crisis. Solo se acudió a ellos como espacios donde extender la actividad formativa de la escuela ante la disminución de la ratio alumno/profesor que imponen las medidas sanitarias.

Este cambio del modelo presencial al modelo telemático o híbrido ha obligado al profesorado a desarrollar planteamientos, propuestas y recursos nuevos. Ante esta situación, el sentido común nos dicta que es en este proceso donde los museos pueden contribuir de manera importante a través de toda esa apuesta digital que comentamos anteriormente. Sin embargo, desde algunos sectores, tanto de la formación reglada como de la educación en museos, se percibe el papel de las tecnologías digitales como un elemento secundario: más como un elemento logístico de apoyo a nivel local, que a su vez permite un alcance más global, que como un recurso que pueda hacer posible otro modelo de interacción innovador y transformador de las prácticas actuales.

Así, aunque los museos, ante la interrupción de su oferta educativa, hayan centrado gran parte de sus esfuerzos en desarrollar recursos online, se percibe que el cambio debe darse en gran medida desde un contexto presencial. La ‘experiencia museal’ no se concibe desde los museos sin la presencialidad, ya que el recorrido por las exposiciones y las propias piezas forma parte de un relato que habla de la vida de las personas y que tiene el poder de emocionar, así como de transformar, tanto a los individuos como a la comunidad. Desde el punto de vista de los museos, es durante esa experiencia presencial donde los visitantes se apropian de dicho relato desde la diferencia y la diversidad de una manera natural, no impuesta.

De esta manera se percibe que el futuro se encuentra en el desarrollo de proyectos de carácter más profundo (más allá de las tradicionales actividades de una hora) que fomenten una interacción entre escuela y museo sostenible y de larga duración, similares a actuaciones previas a la pandemia, como el Proyecto Magnet, las escuelas Tandem o el proyecto Apadrina un museo. En este sentido las reflexiones se dirigen hacia las siguientes consideraciones:

  • Este tipo de proyectos deberían ser programados e implementados a través de redes constituidas por diversos agentes dentro de un territorio. Así podrán conectar a las escuelas con entidades culturales, pero también con otros sectores como el empresarial y otro tipo de instituciones.
  • Esta perspectiva implica trabajar por el desarrollo de la comunidad local, enriquecido por la heterogeneidad de perspectivas que brindan los distintos actores implicados.
  • Los proyectos deberían partir de las necesidades de la escuela y de la comunidad.
  • Deberían desarrollar otras líneas de trabajo, como la posibilidad de que sean los museos quienes vayan a las escuelas y no al revés.
  • Pueden conllevar o no medios tecnológicos.
  • No deben suponer una carga extra para los profesionales, que deben entender la importancia de este tipo de proyectos, a pesar de su complejidad.

Se trata de proyectos no elaborados por los museos para las escuelas, sino desarrollados de manera conjunta, en los que maestros y profesores de la enseñanza reglada sean parte del motor y los profesionales del museo sean asesores, instigadores de ideas y apoyo. Este tipo de colaboración requiere que todos los profesionales partan de las mismas premisas, dentro de un clima de confianza que debe cultivarse y que no es posible desarrollar de la noche a la mañana. El objetivo es crear proyectos sostenibles, que aporten un valor a la enseñanza reglada en su misión de formar ciudadanos y ciudadanas, donde las herramientas digitales permitan sinergias de trabajo diferentes que den lugar a la elaboración conjunta de proyectos transformadores.

Aunque la tecnología constituye la punta del iceberg en lo que a innovación educativa se refiere en museos, en el fondo lo que se percibe como necesario para establecer modelos más eficaces es terminar con el aislamiento de las instituciones educativas (formales, no formales e informales) para desarrollar propuestas que trabajen los problemas de las comunidades de manera conjunta e igualitaria.

La psicología al servicio del patrimonio cultural ¿Qué hace un psicólogo en un museo?

El patrimonio juega un papel relevante en el conocimiento de nuestra propia sociedad y cultura, así como en el de sociedades y culturas ajenas. Sin embargo, su conservación depende en buena medida del valor que el conjunto de la sociedad esté dispuesto a otorgarle, y tristemente la sociedad tiende a valorar solo aquello que se comprende.

La fotografía (de elaboración propia) ilustra un montaje del Museo del Teatro de Caesaraugusta (Zaragoza). Esta imagen resulta bastante representativa de los museos más modernos de arqueología. Tal vez el lector convenga conmigo en que es muy complicado para un público no experto hacerse una idea de la composición original del edificio al que pertenecen estas piezas y conocer los significados, usos y costumbres que pudieron albergar en el pasado solo a partir de este montaje. Obsérvese que no existe ningún cartel ni otro tipo de mediador que pueda dotarlo de una verdadera significación, más allá de una cierta experiencia estética, que ciertamente no podemos desdeñar, pero que resulta insuficiente para crear experiencias de calidad y alto impacto.

La psicología realiza su contribución a la puesta en valor del patrimonio proponiendo métodos de investigación que arrojen luz sobre cómo debe ser una exposición o programa educativo para conseguir atraer la atención de los visitantes, crear expectativas positivas que puedan satisfacerse, conseguir experiencias motivantes y elaborar discursos en torno a las piezas patrimoniales que mejoren la comprensión de las mismas, así como la mejor manera de transmitir dichos discursos en una exposición.

Todo ello se lleva a cabo mediante los llamados estudios de visitantes y evaluación de exposiciones, basados en distintas tradiciones epistémicas y metodológicas, que engloban por un lado, estudios cuantitativos observacionales basados en la psicología conductual, que consideran los museos como laboratorios de investigación, y por otro lado, estudios cualitativos que consideran los museos como entornos naturales donde el aprendizaje puede suceder, y que aceptan las opiniones subjetivas de los individuos como evidencia del mismo.

La idea de que los museos suponen espacios donde se concilian las necesidades de ocio y aprendizaje ha ido de la mano de diversos cambios en las metas y estructuras administrativas de los museos. El deseo de incrementar la efectividad de las exposiciones ha potenciado el aumento del compromiso de los museos con las necesidades de los visitantes. Para ello, la evaluación se convierte en una herramienta fundamental que nos permite tomar decisiones sobre los diversos mediadores, teniendo en cuenta diversos aspectos psicológicos que influyen en la experiencia en el museo (como expectativas, necesidades, conocimientos previos, motivaciones, etc.) de los visitantes reales y potenciales. Sin embargo, y a nuestro pesar, la evaluación desde el punto de vista del usuario no es una práctica generalizada en este contexto.

Son diversas las razones por las que la evaluación no es una práctica habitual. Sin embargo, algunos autores lo achacan a la prevalencia de ciertos criterios de calidad de las exposiciones relativos a la calidad y rigurosidad disciplinar, al acabado de las exposiciones, al alto uso de tecnología, a la aceptación del gremio disciplinar y a la aceptación del público solo en términos de número de visitas. Sin embargo, variables más directamente relacionadas con los procesos psicológicos de los visitantes, como la comprensión del mensaje expositivo, no son considerados criterios de calidad.

De hecho, en algunos contextos se llega incluso a culpabilizar de forma implícita a los visitantes de las debilidades de las exposiciones, fenómeno que Shettel ilustra de la siguiente manera: “¡Cuantas veces he visto a los visitantes tratando de entender una etiqueta en una exposición y cediendo a la frustración ante su propia falta de conocimiento! ¡Siempre supieron que eran inútiles en lo que se refiere a la ciencia, y el museo les ha convencido una vez más de que esto es muy cierto! Este es un escenario difícilmente compatible con la labor de enseñar al público.” (Shettel, 1989, p. 27). En este caso, Shettel alude a los museos de ciencia, pero podría aplicarse igualmente a otro tipo de museos, como pueden ser los de arte contemporáneo o arqueología. Aunque estas palabras fueron publicadas en 1989, son muchos los museos en los que aún siguen teniendo vigencia.

A pesar de todos estos problemas, el contexto del patrimonio cuenta con diversos activos no solo en el ámbito académico, sino también en el ámbito institucional, que intentan expandir la acción de la evaluación en estos contextos. De este modo, los museos, poco a poco, van cambiando enfoques de planificación lineales por enfoques cada vez más multidisciplinares, que aumentan la sensibilidad hacia los visitantes y que integran las cuestiones interpretativas y educativas en las primeras fases de los proyectos.

Pese a los avances que se van produciendo en la renovación de los modelos museológicos hacia la consideración profunda de los visitantes, aún queda un largo camino por recorrer hasta la generalización de modelos realmente centrados en el visitante. Por este motivo, debemos seguir trabajando para mejorar metodológicamente los estudios de público y evaluación de exposiciones, y para difundir los estudios y resultados obtenidos que permitan un mayor avance en el campo. 

Referencias bibliográficas

Shettel, H.H. (1989). Do We Really, Really Need to Do Visitor Studies? Visitor Studies, 1(1), 25 – 31.