«Tengo ansiedad con la comida»; «si como chocolate, sólo un trozo, porque si no no sé parar»; «con dieta esto se pasa»; «no es para tanto…»; «si comiese menos…». Las frases pueden entrelazarse con otros trastornos de conducta alimentaria (TCA), pero ese es el problema, se confunden, y con ello también la manera de abordarlos. Esa confusión, ese desconocimiento, es el que se esconde detrás de muchos casos de trastorno por atracones (TPA), una patología que parece «de segunda», y que requiere eliminar más mitos que calorías para superarlo.

La psicóloga Cristina Andrades (especializada en disciplina positiva sobre TCAs, y trastornos alimentarios de la personalidad) protagonizaba la segunda sesión del ciclo de conferencias de psicología de la UDIMA con la firme intención de aclarar conceptos y disipar ideas falsas sobre el trastorno por atracones. La directora del Centro de Psicología y Nutrición del Centro Cristina Andrades de Lebrija (Sevilla), expuso la confusión existente (no sólo entre pacientes), los tratamientos nutricionistas equivocados a los que lleva aquella, y qué mitos y líneas de acercamiento hay que seguir para ofrecer una ayuda más eficaz a los que sufren este trastorno.

«Muchos ni siquiera conocen qué les está ocurriendo», afirmaba Andrades; no llegan a tener claro si su angustia es «suficiente» como para pedir ayuda psicológica. Esto les lleva a «peregrinar» por otros especialistas (a menudo nutricionistas), que si no tienen formación específica en este tipo de trastornos, pueden terminar reforzando esa conducta o simplemente trasladarla a otros actos compulsivos, explicaba.

El hecho de que se haya normalizado este TCA como «de segundo nivel» se puede apreciar tanto en los «protocolos» como en las «líneas de investigación» al respecto. Anorexia y bulimia parecen ser los únicos o más importantes, como si el de los atracones no conllevase consecuencias físicas (patologías digestivas) o no tuviera comorbilidad con alteraciones como trastornos autolesivos o de la personalidad. Y a esto tampoco ayuda que se tiende a asociar a las personas con el estigma de la obesidad, señalaba Andrades.

Pero no. De hecho, centrar el quid del atracón en las personas con obesidad suele llevar a una aproximación de restricción alimentaria, lo que empuja a menudo al paciente al llamado «ciclo del atracón»: restringir la ingesta de una serie de alimentos ‘prohibidos’ para evitar los atracones lleva a comportarse de forma restrictiva paciente, lo que «retroalimenta» esa compulsividad sobre dichos alimentos. Es decir, se mantienen los atracones.

Control no es estabilidad

Además de leer sobre gordofobia y las líneas de la OMS en este sentido, Andrades animó sobre todo a los espectadores (profesionales actuales y futuros de la psicología) a «romper creencias y atender el sufrimiento de la persona». En otras palabras, dejemos de quitar importancia a los atracones, metiendo esa angustia bajo la alfombra. Eso pasa principalmente por destapar algunos mitos: por ejemplo, que fomentar el control sobre la comida es útil, cuando en realidad hace sentir a la persona que no tiene habilidades de regulación emocional («que es lo que realmente hay que trabajar», abundaba la psicóloga).

O sostener que el tema de los atracones se puede trabajar de forma más superficial, con buenos hábitos de comida y reduciendo calorías. O que no es necesario explorar la línea de vida del paciente (y todo lo que rodea al momento de la ingesta). La imagen corporal, a diferencia de lo que se atiende, sí se ve alterada aunque no implique una distorsión tan evidente como en la anorexia o la bulimia. «Lo peor es que no se considere suficiente ese rechazo para abordar el tratamiento psicológico», lamentaba Andrades.

Pero lo más importante quizás es atribuir a esa capacidad de controlar lo que se come con una estabilidad emocional. Únicamente está dejando de comer, pero si sólo se trabajan los síntomas y no está preparada para abordar su desajuste emocional, la persona terminará reaccionando con nuevas «sintomatologías compulsivas», aseveraba Andrades. Abordar el caso con una anamnesis completa (los factores predisponentes, precipitantes y mantenedores «son muy amplios»), no centrarse en el sobrecontrol (las conductas autolesivas son «frecuentes») y psicoeducar en una «alimentación intuitiva» son algunas guías iniciales.

Trastorno por atracones: función y sufrimiento

Recuperar la sensación del gusto, olfato y demandas naturales del cuerpo, para aprender a poder seguirlas. Ese es el camino, pero para llegar a él hay que centrarse en dos aspectos: el sufrimiento y la gestión emocional y la funcionalidad de los atracones. ¿Y qué son los atracones entonces? ¿Cómo identificarlos? Porque «la ingesta emocional no es ingesta compulsiva». Vincularse emocionalmente con la comida no tiene por qué llevarnos a un trastorno ni desajuste emocional, matizaba Andrades, simplemente el alimento nos calma en un momento dado.

La cuestión es diferente cuando ese episodio de calma es recurrente (al menos una vez por semana, durante tres meses) y cuando se come más de lo normal en un periodo concreto. Son episodios que generar «cierta sensación de falta de control sobre la comida», que termina siendo «angustia». Se suele comer mucho y rápido, a veces hasta sentirse incómodamente lleno, sin tener hambre física, en soledad y con una sensación de disgusto general sobre sí uno mismo. La mujer de mediana edad es el perfil más habitual (en bulimia o anorexia, más adolescentes).

Andrades concluye que el sufrimiento «no se explora lo suficiente», como reflejan la falta de controles específicos para este TCA (suelen adaptarse de otros) y la búsqueda de ayuda en dietistas o nutricionistas que no están especializados. Al no estarlo, olvidan algo fundamental: la función de esos atracones. «Se trabajará en base a ‘reducir los atracones es igual a perder peso y estabilidad’. Es una barbaridad, pero sigue estando presente en muchas personas», reflexionaba la psicóloga, que reclamaba una gama «más amplia» de intervenciones.

O, lo que es lo mismo, apostar por un enfoque integrador de varios profesionales (nutricionistas especialista, y médicos digestivos, endocrinos, atención primaria, psiquiatras…): trabajo en equipo y sobre la funcionalidad del síntoma y su relación con la comida en todos los entornos y etapas vitales. También la familia, que a veces puede llevar malas concepciones de la comida y/o el cuerpo, y con ello también la estrategia para superar ese trastorno por atracones (‘qué bien te veo, la dieta lo ha logrado’, poner candados…).

Abordar todo lo que rodea a la propia sintomatología alimentaria, como el papel de las emociones, los factores interpersonales y la falta de regulación del estrés, citaba Andrades, pues en muchas ocasiones todos ellos son «desencadenantes» de los episodios de atracón. En definitiva, ir más allá del comer menos, para evitar que el paciente se sienta así: «Siempre había creído que el problema radica únicamente en que me debería de esforzar más por cerrar la boca».