El apego es la tendencia de todo ser humano a vincularse con una figura en particular, considerada más fuerte, sabia o capaz. Es un impulso innato, universal y se mantiene desde el nacimiento hasta la muerte. Es una motivación tan básica como la de alimentarse, defenderse o explorar, tan necesaria para el bebé en los primeros momentos de su vida que determina su supervivencia.

Estas ideas están en el punto de partida de la teoría del apego, y fue John Bowlby en los años 70 quien la desarrolló. A través de sus postulados con base en la etología y la biología, esta teoría removió las propuestas clásicas del psicoanálisis y supuso un punto de inflexión en la comprensión de la salud mental. Simplificando bastante, el psicoanálisis clásico sugería que el ser humano está primariamente motivado por ciertos impulsos internos que surgen de manera endógena (las “pulsiones”) y que a través de su regulación consigue un equilibrio que le ayuda a adaptarse al exterior. La teoría del apego implicó retar este planteamiento, proponiendo que es más bien al contrario; las interacciones iniciales del niño con su cuidador primario son la clave para el equilibrio, ya que a partir de éstas la persona interioriza esquemas y patrones que serán determinantes para su adaptación.

La entrega y atención constante de la madre o cuidador principal responden a una llamada de atención también continua por parte del niño, para la que está de hecho programado genéticamente. Y es la presencia de un cuidador estable y continuo lo que permite desarrollar un estilo de apego seguro que será la base para la construcción de relaciones sanas en el futuro. El apego sería por lo tanto un elemento imprescindible para la supervivencia inicial pero también para el posterior desarrollo psicológico del individuo.

De este modo la teoría del apego propone que el desarrollo del ser humano está basado en las relaciones (Rozenel, 2006). Atribuye a la función de los padres y cuidadores de los niños un papel protagonista en la futura salud mental de los individuos. La mirada y la responsabilidad sobre el desarrollo sano de los niños pasa a ser por lo tanto algo compartido; es un proceso relacional basado en un mecanismo de retroalimentación entre la conducta de los hijos y la de los padres.

Numerosos autores han continuado con su estudio desde una mirada científica, inspirándose en los postulados de Bowlby y en la metodología experimental de sus colegas que tomaron el relevo. Hoy aporta una perspectiva clara para el trabajo en entornos clínicos, educativos y en prácticas de crianza. Y es que la teoría ha permitido encontrar un factor común para el desarrollo y evolución de numerosos procesos psicológicos claves de la salud mental: la relación entre las necesidades de los hijos y la conducta parental.

Autorregulación y apego

Pero, ¿cómo se concreta esta relación? Sabemos que principalmente es a través de la regulación emocional como proceso interpersonal. Los padres, en la interacción diaria con sus hijos ofrecen oportunidades para que estos manejen sus estados emocionales antes de ser capaces de hacerlo por si mismos. Así cuando el bebé o niño tiene un momento de malestar, el sistema de apego (sus tendencias instintivas a buscar ayuda y protección en una figura en particular) se activa para ser atendido por sus cuidadores. Normalmente la figura de apego principal (que suele ser la madre o padre) acude a esta llamada, que se produce a través de diferentes conductas como el llanto o la petición de ayuda explícita, y el niño es así regulado. La presencia de un progenitor que atiende esta petición de manera segura, hace que el niño vuelva a su estado de equilibro.

Este proceso ha sido estudiado a nivel neurobiológico y la teoría del apego hoy en día se ha transformado en una teoría psico-neurobiológica sobre el desarrollo de la autorregulación (Hill, 2018). Por ejemplo, ahora se sabe que existe un periodo crítico para que las interacciones entre el bebé y su ayuden a la maduración del sistema de regulación emocional, y es aproximadamente desde el nacimiento hasta los 18 meses de vida (Schore, 2008). En este periodo se produce un brote de crecimiento neurológico que organiza las conexiones del sistema límbico (gran responsable del procesamiento emocional). Y las experiencias con el cuidador primario van a ser determinantes en cómo se produce esta organización, ya que son el modulador más importante de los niveles hormonales asociados al estrés.   

En la dimensión psicológica estas interacciones repetidas permitirán que el individuo vaya adquiriendo cierta información sobre el mundo. Las personas con apego seguro desarrollan un modelo mental de confianza tanto en los demás como en sí mismos (Pinedo-Palacios y Santelices-Álvarez, 2006). Esto repercute positivamente de numerosas formas. Existen multitud de estudios que evidencian cómo la seguridad adquirida a través del apego funciona como un factor protector ante la psicopatología. El hecho de tener un estilo de apego inseguro no es en sí mismo un trastorno, pero sí parece que aumenta claramente la vulnerabilidad para desarrollarlo.

La investigación en líneas generales aporta datos sobre la relación entre el apego seguro y la mayor adaptación de los individuos, competencia social y emocional, mejores habilidades de afrontamiento y en general, mayor resiliencia (González et al., 2011; Oliva Delgado, 2011; Ospina y Núñez, 2017). Por el contrario, los estilos de apego inseguros se relacionan de manera contundente con mayores dificultades de regulación emocional (Blasco et al., 2021; Guzmán et al., 2016)  y mayor presencia de psicopatología.

Los estudios en este sentido de hecho son abundantes. Haciendo un repaso de investigaciones recientes en países hispanohablantes es posible encontrar estudios que hallan una relación significativa entre apego inseguro y mayor sintomatología ansioso depresiva (Álvarez et al., 2011; Bravo y Tapia, 2006), autolesiones (Pereira y Landeros, 2019), trastornos de la conducta alimentaria tanto en niños como en adultos (Arillo et al., 2019; Cofre et al., 2017; Curiel Barrios, 2020), obesidad (Guzmán, 2012),  o trastornos de personalidad, incluyendo el límite (Vaquero, 2018) y antisocial (Celedón et al., 2016).

Evidentemente la salud mental no es algo que se desarrolle de manera lineal gracias a un único elemento. Existen múltiples factores que contribuyen a que una persona logre una adaptación y un desarrollo psicológico saludable a lo largo de su ciclo vital. Sin embargo, la idea clave que nos deja la teoría del apego es que somos seres sociales y como tales, lo que ocurre en nuestras relaciones supone un pilar fundamental para nuestro desarrollo. En palabras del propio Bowlby (1998):  

«Ninguna pauta de conducta está acompañada de sentimientos más fuertes que la conducta de apego; las figuras hacia las que se dirige esa conducta despiertan amor en el niño, que hace que el niño se sienta seguro; la amenaza de perderla causa angustia y su pérdida real, un gran dolor. En ambas circunstancias además, la rabia es provocada».

¿Hay acaso algo más poderoso que las relaciones para mover nuestras emociones, nuestras pasiones y nuestro dolor? La teoría del apego recoge esto con acierto entendiendo que en este movimiento se encuentra la verdadera base de la salud mental.