Archivos de Autor: Maria Luna

Invitar a los adolescentes a pensar: ‘Filosofía en la calle’

Resulta difícil encontrar a alguien que no opine que la adolescencia es un periodo en el que las personas cuestionamos especialmente lo que nos rodea. Por molesto que a veces resulte a los adultos que conviven con adolescentes, en el fondo la mayoría consideramos positivo que los jóvenes desarrollen ese espíritu crítico: alguien que no da las cosas por sentado, sino que quiere analizar lo que ocurre a su alrededor en función de su propios valores para poder tomar decisiones. Es decir, alguien que ejercita una moral autónoma.

Sólo con echar un vistazo al pasado europeo del siglo XX tenemos un doloroso argumento para querer en nuestra sociedad ciudadanos de este tipo. Si esto nos parece importante, el reto es ayudar a que los jóvenes desarrollen, como mínimo, capacidad de análisis y compromiso con ciertos valores. Además, también deberíamos promover su motivación por poner en juego esas capacidades. Parece una manera necesaria de quitar poder a las aparentemente modernas fake news para no repetir el pasado.

¿Se recoge este deseo social en la normativa educativa actual? Sí, y de forma muy explícita. La actual ley educativa española (LOMLOE, 2020) hace alusión ya en su preámbulo a “fomentar el espíritu crítico, la cultura de paz y no violencia, y el respeto por el entorno y los animales”. Nuestro sistema educativo apuesta porque los alumnos, desde sus primeras etapas de escolaridad, vayan siendo capaces de navegar por la ingente cantidad de información a la que están expuestos, construyendo herramientas para comprenderla, analizarla, cuestionarla y valorarla desde una actitud prosocial. 

Un aspecto más específico de ese espíritu crítico del que estamos hablando es el pensamiento crítico. Según Ennis (1985, 2005) se trata de un tipo de pensamiento reflexivo y razonado que se dirige a tomar decisiones sobre qué hacer o creer. El Consejo Europeo, en sus recomendaciones sobre las competencias clave para el aprendizaje permanente de 2018, considera que la necesidad de promover el pensamiento crítico es cada vez más fundamental en nuestra sociedad. Por tanto, sin ninguna duda, el trabajo para el desarrollo de estas capacidades es actualmente parte de la responsabilidad de los docentes.

Filosofía y adolescentes: preguntas de ayer y hoy

Pero, más allá de la educación formal, ¿podemos contribuir a que los adolescentes desarrollen espíritu y pensamiento crítico? Por supuesto. Hay muchas maneras de promover estas capacidades y, aunque no seamos expertos en educación, nuestra convivencia con los jóvenes nos ofrece muchas oportunidades para ello. Probablemente charlar con niños y adolescentes de forma espontánea sea una de las mejores maneras.

En cualquier caso, conviene analizar si lo que nos sale por defecto es mirarles por encima del hombro en esas conversaciones o bien ser condescendientes mostrando acuerdo con todo lo que dicen. Se trataría más bien de hacer un ejercicio de humildad y de amor por el conocimiento, compartiendo nuestras ideas, con sus dudas y aparentes certezas, con personas que tienen una perspectiva distinta. Nuestra actitud de respeto y apertura hacia ese otro diferente (que son los jóvenes mismos) es la mejor tierra para que crezca un espíritu crítico bien entendido. Además, harán falta otros elementos, pero esa tierra se necesita.

¿Podemos tender algún puente entre la educación en la escuela y fuera de esta para promover el espíritu y el pensamiento crítico? Hay también muchas maneras. Una muy interesante la propone Eduardo Infante en su libro Filosofía en la calle. Este profesor de filosofía en bachillerato propone una serie de “Filo Retos” para que los adolescentes ejerciten su pensamiento por medio de preguntas muy relacionadas con sus intereses cotidianos.

Son preguntas que atraen a los jóvenes actuales pero, como irán descubriendo, ya se las plantearon filósofos de todos los tiempos. ¿Por qué existe el bullying? Arendt, Hegel o Rousseau tienen algo que decir sobre esa pregunta. ¿Cómo puedes saber si lo que sientes es amor? Platón, Sócrates o Schopenhauer han dado respuestas diferentes. La estrategia de Infante no es, sin embargo, dar una lección magistral sobre estos u otros filósofos; al contrario, sencillamente muestra formas en las que se ha pensado, desde la filosofía y también por medio del cine u otras artes, sobre esas preguntas y sobre las otras 26 que plantea su libro. E invita a pensar pasando un rato divertido.

Una de las disposiciones del pensador crítico es intentar ser consciente de las propias creencias y tener la mente abierta a puntos de vista diferentes (Ennis, 2005). Filosofía en la calle precisamente ayuda al lector a ver cara a cara sus propias opiniones sobre temas importantes y a interesarse por las perspectivas que aporten otros.

Si tenemos cerca adolescentes será buena idea charlar con ellos antes y después de regalarles este estupendo puente entre el mundo académico y la calle que pisamos todos. Conversar y compartir un libro. A veces algunas respuestas a preguntas complejas, como de qué forma ayudar a los adolescentes a desarrollar un pensamiento crítico, transcurren por caminos más clásicos y fáciles de lo que creemos.

Aprender a aprender

Gettymages.

En el futuro todos recordaremos la primavera de 2020. Cada uno traeremos a la memoria vivencias particulares y también comunes de este tiempo en el que nuestra vida cotidiana dio un vuelco y estuvimos confinados. Habrá, sin duda, amargura en esos recuerdos, aunque también – así suele funcionar el ser humano- sensación de aprendizaje y de crecimiento personal. Al menos, habremos tenido la oportunidad de tomar perspectiva sobre algunos asuntos, por ejemplo, sobre lo importante que es para cualquier persona, precisamente, saber aprender.

Una de las experiencias compartidas por muchos de nosotros en estos meses es la de convivir con hijos en edad escolar que se han visto alejados de golpe de sus compañeros, de sus profesores, de sus monitores o entrenadores. Muchos padres estamos siendo más conscientes que nunca de lo acompañados que estábamos en nuestra tarea de educar y, tristemente, de que ahora estamos muy solos.

La tecnología (que es tan bienvenida) logra ayudara a la enseñanza y el aprendizaje, aunque de manera desigual: no todos la tienen disponible y, además, cuanto menores son los alumnos, peor consigue sustituir lo esencial. En este panorama, los profesores tratan de estar presentes, de ayudar, supervisar y acompañar; aun así, los niños y adolescentes tampoco han estado nunca tan solos en su historia de aprendizaje como en estos tiempos. Si bien, también podemos tratar de analizarlo desde otra óptica: nunca han tenido que ser tan autónomos en su aprendizaje.

¿Qué implica ser un aprendiz autónomo? Hay mucho consenso sobre la importancia que tiene en nuestra sociedad, tan cambiante e incierta, el que todos los ciudadanos seamos capaces de embarcarnos en un aprendizaje permanente. Para lograr este objetivo debemos ser capaces de desarrollar diversas competencias y, muy especialmente, la de aprender a aprender. La Comisión Europea apuesta claramente por promover esta competencia y, en España, se incluye como uno de los pilares del currículum educativo desde la LOE (2006).

Un aprendiz autónomo, si es eficaz, sabe adquirir conocimientos – conceptos, procedimientos y actitudes – siendo capaz de controlar los procesos que le ayudan a aprender mejor. Esto es, en pocas palabras, lo que se conoce como “autorregulación del aprendizaje” (self-regulated learning) y se trata de una de las áreas de estudio más relevantes de la Psicología de la Educación (ver Panadero, 2017 para una revisión al respecto). En concreto se investiga en este campo acerca de cómo piensan, sienten y actúan los alumnos que regulan bien su aprendizaje, y de qué depende que lo hagan, en especial, para arrojar luz sobre cómo se puede ayudar a todos a ser aprendices eficaces. Los profesores, por tanto, deben ayudar a sus alumnos a ser aprendices competentes y autónomos, esto es, más autorregulados.

No es una tarea sencilla y en estas semanas les resulta especialmente complicada. Por eso cabe preguntarse, ¿qué podemos hacer los padres ahora – entre las preocupaciones, el trabajo y demás tareas – para ayudar a nuestros hijos a aprender a aprender? Al fin y al cabo, procurar que avancen en esta competencia y fomentar su autonomía también contribuye a hacer más sostenible la situación para todos.

En primer lugar, conviene saber cuál es la meta: según van siendo más autorregulados los alumnos se vuelven más conscientes de lo que saben y lo que no saben; enfrentan las tareas de aprendizaje con más confianza, diligencia y resolución; son más proactivos buscando información y emprendiendo los pasos necesarios para conseguir sus objetivos, incluso cuando encuentran obstáculos (Zimmerman, 1990). Podemos concluir, entonces, que un alumno con alta autorregulación se siente competente y tiene interés por aprender, y lo que hace bien es planificar, establecer metas, organizar, controlar y supervisar su adquisición de conocimiento.

En segundo lugar, es útil conocer algunas formas de promover que los niños y adolescentes se vayan acercando a esa meta. No se trata de pretender hacerlo rápidamente, ni de sustituir la labor de los profesionales de la educación, pues sería un objetivo demasiado ambicioso, y más aún en las circunstancias actuales. Pero sí podemos reflexionar sobre lo que sería interesante incorporar, sin presión ni prisas, en las interacciones habituales en familia o cuando se puede acompañar a los hijos en sus tareas escolares. Sin ánimo de ser exhaustivos, podríamos destacar lo siguiente:

–  Es útil ser modelo para los hijos, mostrándoles que nosotros mismos estamos motivados por aprender, por plantearnos objetivos y por poner en marcha estrategias para lograrlos. Podemos estimularles a que persistan y prueben otras estrategias cuando se enfrenten a un fracaso, y alabarles cuando lo hacen (González García y otros, 2003). En definitiva, confiemos en la inmensa capacidad que tenemos los humanos de promover el desarrollo de los más jóvenes (Bruner, 1972) y recordemos que es más importante enseñar a pescar que dar directamente el pez.

– Podemos ayudarles a tener una “mentalidad de crecimiento” (es muy sugerente la conferencia de la importante psicóloga Carol Dweck): es más útil para ser buen aprendiz centrase en el proceso  que en el resultado, en aprender y mejorar más que en el éxito o en si se es inteligente o no. Si un niño, por ejemplo, ha fallado en una multiplicación o en las medidas de los ingredientes para hacer un bizcocho, se presenta la oportunidad de animarle a que revise si ha sido un despiste por estar cansado o si no ha entendido algún punto del procedimiento o de la receta. Se trata de transmitir algo parecido a: “en esta casa, el error es una oportunidad para aprender”.

– Es interesante también ayudar a los niños a confiar en sus capacidades y a crear su propia brújula interior. Cómo dar pasos relativamente sencillos para lograrlo está muy bien explicado en El cerebro afirmativo del niño, un libro divulgativo de Daniel J. Siegel y Tina Payne Bryson (2018). Una de las pautas, por ejemplo, es ayudar a los niños a tomar perspectiva, enseñándoles a hacer una pausa antes de estallar por alguna frustración, a que calibren los esfuerzos ante diferentes tareas o a que puedan verse como sus propios entrenadores. Otras recomendaciones tienen más que ver con aprender a ser equilibrado emocionalmente, resiliente o empático. Estos aprendizajes también pueden contribuir a mejorar los aspectos emocionales y motivacionales que forman parte de lo que implica ser un aprendiz autorregulado.

Comenzábamos este texto pensando en cómo veremos este tiempo de confinamiento y qué habremos extraído de esta experiencia vital. Los escolares, sabrán lo que es una vida sin colegio, sabrán todo lo que les aporta y cómo se nota su falta. Habrán sido más conscientes de lo que implica tener que ser más autónomos en su aprendizaje. Ante esto, los padres hemos tenido que asumir parte del rol de profesores. Es una oportunidad para comprender mejor la que podría ser la labor más compleja, aunque casi nunca la más valorada: apoyar a los más jóvenes en la aventura de hacer propia la cultura de sus mayores.

Lo que aprendimos sobre el autismo

Interlocked hands

Interlocked hands

El trastorno del espectro del autismo es un trastorno del neurodesarrollo cuyas causas aún no están claras, pese a la abundante investigación que acumula.

En las pasadas Jornadas de Psicología que celebramos en UDIMA el 31 de marzo y el 1 de abril participamos en un taller en el que pudimos conocer mejor este trastorno de la mano de Rubén Palomo, doctor en psicología y experto en investigación y detección temprana del autismo. Gracias a varios vídeos muy ilustrativos pudimos observar a niños y adultos que padecen este trastorno y, a partir de ahí, hablar de los criterios diagnósticos, de cómo es posible detectarlo en niños pequeños y de su relación con el desarrollo típico.

Aprendimos que las personas con autismo muestran déficits en la comunicación y la interacción social y patrones repetitivos y restringidos de conductas, actividades e intereses. Los síntomas están presentes desde la infancia temprana y, para conocer cuáles pueden ser los indicadores, analizamos el cuestionario M-CHAT, para la detección de riesgo de autismo en niños de 2 años. Sin duda, una de las reflexiones más importantes que compartimos en el taller es que el autismo es un trastorno del desarrollo. Hay evidencias de que, hacia los 12 meses de edad, los bebés con autismo miran menos a la cara, emiten menos sonrisas sociales y vocalizaciones dirigidas (Ozonoff et al., 2010). Las funciones que están afectadas incluso antes de esas edad provocan un curso de desarrollo diferente y, a su vez, el desarrollo de un niño con autismo influye finalmente en cómo se comporta. Si comprendemos esta relación, entendemos por qué es tan importante intervenir tempranamente para mejorar la calidad de vida de las personas con autismo y de sus familias.

El taller brindó la oportunidad a los participantes de asomarnos a la realidad de las personas con autismo pero, como no podía ser de otra manera en un encuentro de apenas una hora y media, supuso sólo una introducción a este tema. Para profundizar, un buen material lo encontramos en la página http://firstwordsproject.com/resources/ y en el reciente libro del autor de nuestro taller (Palomo, R. (2017). Autismo: teorías explicativas actuales. Madrid: Alianza) que nos servirá para conocer la evolución de las teorías psicológicas sobre este trastorno. Adentrándonos en el estudio del autismo seremos capaces, como psicólogos, no sólo de ayudar a las personas que lo padecen sino también de conocer mejor el desarrollo de la mente humana.

Ozonoff, S., Iosif, A. M., Baguio, F., Cook, I. C., Hill, M. M., Hutman, T., … & Steinfeld, M. B. (2010). A prospective study of the emergence of early behavioral signs of autism. Journal of the American Academy of Child & Adolescent Psychiatry, 49(3), 256-266.

Los niños y las tecnologías: ¿oportunidad o peligro?

Todos hemos oído hablar de las grandes oportunidades que ofrece la tecnología para la educación. En muchos países se está haciendo un gran esfuerzo para hacer más tecnológicas las escuelas, para acercarlas a lo que Marc Prensky llama los “nativos digitales”, es decir, a los nuevos aprendices de la sociedad de la información. Aunque no está claro de momento si la manera de aprender de las nuevas generaciones es diferente o mejor, no hay duda de que a los niños les atraen los ordenadores, los dispositivos móviles y los videojuegos. Tampoco hay duda de que, bien usados, pueden ayudarles a aprender mejor. Además, la industria conoce su potencial y genera cada año más y mejores programas dirigidos a educadores, padres, niños y jóvenes.

Pese a esto, la mayoría de los adultos somos conscientes de que no todo son ventajas en este campo. Sabemos, por ejemplo, que los niños son vulnerables si se toman confianza con desconocidos en la red, que pueden visitar páginas cuyo contenido no es adecuado o que pueden engancharse a videojuegos de valor educativo poco probado. Pero, ¿conocemos otros posibles peligros?

Hasta hace poco el mundo de la red y los ordenadores no era tan frecuentado por niños pequeños. El uso del teclado y el ratón suponían una barrera física para quienes aún no tienen la destreza necesaria para usarlos. Por el contrario, la tecnología táctil ha abierto de par en par la puerta a los preescolares. Al mismo tiempo, si antes había niños enganchados a la televisión, empiezan a aparecer casos de niños menores de cinco años adictos a la tableta. Sin llegar al extremo de la adicción, hay evidencias de que la tecnología tan interactiva disponible actualmente sobreestimula el cerebro humano. Las consecuencias de ello son negativas para cualquier persona pero aún pueden serlo más para cerebros en desarrollo y que aún no tienen maduros los mecanismos de inhibición y autocontrol.

El profesor de Psicología Larry Rosen recomienda un uso muy moderado de los juegos en dispositivos móviles: no más de 30 minutos al día para menores de cinco años. Además, tras esos minutos de juego tecnológico, el niño debería dedicar al menos 2,5 horas a otras actividades que implican una activación cerebral distinta (pasear, hacer ejercicio, jugar con muñecos, conversar, oír música…). Y es que las tareas muy absorbentes inhiben la activación de la conocida como Red Neuronal por Defecto. Esta red sí está activa cuando dejamos vagar a nuestra mente o realizamos tareas poco exigentes. Aún no están claras todas las implicaciones de esta red pero puede estar relacionada con la creatividad y el bienestar emocional.

En conclusión, cuidemos el cerebro de nuestros niños poniendo límites a su uso de la tecnología, ofreciendo variedad de actividades y teniendo en cuenta que no siempre son más beneficiosas aquellas que les mantienen más absortos.

Bibliografía:

Larry Rosen en un artículo del Huffington Post
http://www.huffingtonpost.com/dr-larry-rosen/how-much-technology-shoul_b_3142227.html

Mark Prensky en el programa de Redes:
http://www.rtve.es/alacarta/videos/redes/redes-20-no-molestes-mama-estoy-aprendiendo/953666/

Raichle, M. E. (2010). La red neuronal (por defecto), Investigación y Ciencia, 404, 20-26

¿Por qué dejamos de leer? Responde Daniel Pennac

En anteriores entradas de este blog he recomendado libros para quienes quieren aprender y emocionarse con la Psicología. Llega el turno de hablar de un autor que hace pensar a pedagogos, psicólogos, profesores, padres… Daniel Pennac. En concreto, de su libro “Como una novela” (aunque muchos otros son recomendables). En este ensayo Pennac se pregunta por qué tantos adolescentes y adultos dejan de leer, por qué perdemos muchos de nosotros el amor a las historias, a dejarnos llevar a otros mundos, el gusto por la lectura en definitiva. Todos los niños piden cuentos pero muchos adolescentes dejan de buscar incentivos a su imaginación en los libros. ¿Por qué? ¿es inevitable? ¿qué ocurre en casa y en la escuela para que esto suceda? Pennac reflexiona sobre estas cuestiones desde su perspectiva de profesor, de profesor que siempre está de parte del alumnos, que se pone en su lugar, que refleja emociones más que argumentos lógicos. Acercarse a este breve libro es adentrarse en un mundo que sólo se entiende desde los afectos: la infancia. Un libro para quienes quieran saber más sobre la experiencia de aprender y crecer.

Cómo aprende el cerebro, por Uta Frith y Sara-Jayne Blakemore.

Es difícil encontrar una persona que no se se haya preguntado cómo aprendemos las personas, cómo nuestro cerebro es capaz de convertirnos en músicos, pintores, poetas, matemáticos, buenos amigos de nuestros amigos o hasta en buenos taxistas…Desde la psicología se han llevado a cabo múltiples estudios sobre cómo aprendemos y, en las últimas décadas, las tecnologías han permitido conocer mucho mejor ese órgano misterioso que es el cerebro humano. Frith y Blakemore hacen en este libro un excelente trabajo de poner al alcance de cualquier lector, de forma rigurosa pero divertida, los resultados de prestigiosas investigaciones en neurociencia. Sin duda, un libro muy recomendable para estudiantes de Psicología o de Educación y, en general, para todos aquellos curiosos de la mente humana.

Frith, U. y Blakemore, S. J. (2007). Cómo aprende el cerebro. Las claves para la educación. Editorial Ariel.