Archivos de Autor: David Lanza Escobedo

La perversión de las TIC en tiempos de pandemia

Gettyimages.

De repente, de manera sobrevenida y sin apenas esperarlo, una nueva enfermedad, denominada coronavirus, hizo saltar las alarmas en nuestro país, y en todos los del globo, provocando el cierre de fronteras y el confinamiento domiciliario por su enorme virulencia y facilidad de contagio. El mundo se paró y la actividad económica se ralentizó, pero la educación continuó. Ante esta situación los centros escolares se vieron obligados a modificar su estilo de enseñanza, pasando de la presencialidad a la enseñanza online, para asegurar el desarrollo normal de las clases y que los alumnos alcanzasen los objetivos curriculares.

Sin embargo, esta nueva y apresurada educación digital ha supuesto una crisis educativa. Básicamente, porque ha reabierto y acentuado una brecha digital hasta entonces aletargada. El hecho de que los alumnos se vean obligados a trabajar en plataformas virtuales, para continuar con su escolaridad, exige una serie de recursos que muchas familias carecen de ellos. Sobre todo, aquellas más desfavorecidas, en términos económicos, o emplazadas en zonas rurales con unas infraestructuras tecnológicas deficientes.

Y es que, aprender a distancia, exige no solo disponer de conexión a Internet, sino también contar con una serie de dispositivos electrónicos –como ordenadores, portátiles, iPads o, en su defecto, teléfonos de última generación– que muchas familias, obviamente, no tienen. Pero aprender a distancia exige también contar con una competencia digital que muchos niños, pese a ser nativos digitales, carecen de ella por su situación de desventaja social.

Competencias TIC y más

Esto ha supuesto una concatenación de óbices que ha llevado a excluir, momentáneamente, a una pequeña parte de la población estudiantil de nuestro sistema educativo. Algo que ha puesto en entredicho la democratización de la enseñanza y el derecho a la educación. Esto supone plantearnos una serie de cambios en la escuela y en la sociedad.

El primero es que la competencia digital debe recobrar su estatus de competencia clave en todos los centros escolares y no ser trabajada como una mera cuestión transversal. Para ello, los profesores deben contar con formación específica para que puedan formar adecuadamente a su alumnado.

El segundo es que los centros deben contar con el equipamiento y recursos necesarios para que, en caso de emergencia individual o sanitaria, aquellos niños cuyas familias no dispongan de los medios suficientes puedan tener un soporte electrónico para seguir estudiando en sus casas. También deben idear otras alternativas didácticas cuando los domicilios no cuenten con conexión a Internet para garantizar la educación.

El tercero, es que los centros deben ser espacios abiertos a la comunidad, erigiendo una red de cooperación y apoyo, en caso de emergencia y necesidad, con el entorno. Por último, las entidades públicas deben recordar la zona rural, y otros espacios olvidados en nuestra geografía, dotándoles del tejido imprescindible para que Internet sea una realidad en sus hogares y localidad.

Escuelas democráticas que enseñan democracia

En la actualidad, hablar de «democracia» está de moda. Y no solo por estar en periodo electoral. Los medios de comunicación nos recuerdan, constantemente, los peligros y problemas que se ciernen sobre aquellas sociedades con democracias débiles. Sin embargo, esta tendencia no parece copar el currículum escolar. Tanto es así que, hoy en día, hay adolescentes que no saben lo que la «democracia» es (Lanza, 2017). Algo tan curioso como alarmante. Sobre todo, si tenemos en cuenta que estos adolescentes van a ser –a corto y medio plazo– los ciudadanos del mañana.

Esto nos lleva a preguntarnos si la institución escolar dedica los esfuerzos necesarios para preparar a los guardianes de nuestra democracia actual. En especial, en la etapa obligatoria. En este sentido, la escuela tiene el deber social de enseñar «democracia» en el sentido más amplio de la palabra. Y no lo puede obviar. En particular, si tenemos en cuenta que para muchos niños –y no tan niños– este es el único espacio educativo en el que pueden aprender su sentido. Por tanto, la escuela se encuentra con la misión de formar a una ciudadanía, crítica, responsable y comprometida que garantice la salud de nuestro Estado democrático. Para ello, debe dotar al alumnado de todas aquellas habilidades, consideradas indispensables, para un correcto ejercicio cívico en la esfera pública.

Pero, ¿cómo hacerlo? La escuela puede comenzar su misión funcionando como un pequeño laboratorio de democracia, esto es, constituirse como un sistema democrático a pequeña escala. De este modo, los estudiantes no solo aprenderían las reglas del juego democrático, sino que también las practicarían. De igual modo, serían conscientes, en primera persona, de las bondades de la democracia. También, de lo difícil que supone mantenerla y los esfuerzos individuales que conlleva.

En este orden de ideas, las posibilidades de simulación pueden ser variadas. Desde la elección de delegado hasta la implicación en la toma de decisiones vinculadas con la normativa escolar. No obstante, esta praxis se tiene que extender al ámbito del aula en particular. En este sentido, los docentes deben apostar por un estilo de enseñanza más participativo que dé voz al alumnado y fomente el diálogo. Este proceder rescata ciertos valores democráticos –como la participación, la igualdad o la libertad– y, a su vez, ejemplifica algunos de los derechos, civiles y políticos, a través de esta soberanía estudiantil.

Con todo, es importante prestar especial atención al reverso de los derechos, pues de los deberes depende, en buena medida, el mantenimiento de la democracia. Por ende, la escuela tiene que subrayar la importancia de estos. De nada sirve una ciudadanía llena de derechos y que se muestre inactiva. Para luchar contra esta pasividad, que puede resultar perjudicial, la escuela no solo debe conferir «derechos» a su alumnado, sino que también tiene que alentar a ejercitarlos. Solo así lograremos dar continuidad y solidez a ese bien político tan preciado de los griegos nos regalaron.