Los recientes acontecimiento me llevan a escribir sobre los débiles (y de paso sobre los fuertes). En Japón, miles de personas han sufrido los efectos de un terremoto y de un tsunami, pero hablamos sobre todo del destino de las centrales nucleares. Podría pensarse que nos mueve el interés por su destino, porque la radiación nuclear se magnifica ante las demás desgracias. Sin embargo tengo la sospecha de que no es así, no es una preocupación altruista. Más bien nos preocupa nuestro futuro como un continente donde existen docenas de centrales nucleares que imaginamos que pueden encontrarse el mismo estado que las japonesas. Los ciudadanos afectados por desastres que llamamos “naturales” son menos importantes que la remota posibilidad de que algún día nos ocurra un accidente nuclear a nosotros mismos, pues las condiciones en las que ha sucedido el desastre nuclear en Japón dista mucho de que pueda reproducirse en Europa, ya que las condiciones geofísicas son muy distintas. Pero a lo que íbamos, las víctimas y afectados de los que no se ha hablado tanto en Japón, son personas débiles, fuertes de espíritu, pero desprotegidas ante la imprevisible y desmedida fuerza de la naturaleza, son personas que han sufrido los rigores de la naturaleza desmandada sin saber de dónde o por qué merecían tal castigo. Esas, en realidad son las personas que merecen nuestra atención y solidaridad, las víctimas más débiles.
Pero existe otro efecto colateral, la atención mundial ha dejado de interesarse por lo que ocurre en Libia. Allí los débiles saben a quien hacer responsable de su desgracia, quien está detrás de ese fuego que cae del cielo, la mano que empuña las armas que explotan, matan y anonadan. Se trata de un hombre fuerte, un déspota que además ha gozado del beneplácito de muchos gobernantes europeos que destacan por su sonrisa, liberalidad, y talante democrático. Durante unos días pensaron que ese hombre fuerte podía perder y jugaron a apostar por la oposición. Sin embargo se produjo un acontecimiento más relevante, no el terremoto recordadlo, sino el fallo de las centrales nucleares. Hará falta más petróleo, mucho más petróleo. Tal vez por eso ahora callan, o hacen declaraciones inútiles que nos avergüenzan a todos. Mejor un déspota que el desorden que podría poner en tela de juicio nuestros intereses, piensan algunos. El cinismo es un valor muy difundido, mientras tanto los débiles sufren.
Doctora en Psicología. Profesora de Evaluación Psicológica, Psicodiagnóstico y Psicogerontología en UDIMA, Universidad a Distancia de Madrid.