Como si se tratara de la película de Steven Spielberg, el Gobierno español, que no Harrison Ford, se propone avanzar en el corto y medio plazo hacia la autonomía energética, de modo que no dependa tanto de fuentes externas para calentar los hogares, arrancar las industrias y facilitar las comunicaciones.

La guerra de Ucrania ha puesto sobre el tapete la necesidad de los países más desarrollados por fijar procesos de captación de energía que no dependan necesariamente de otros países que, como se ha demostrado en el caso de Rusia, principal proveedor de energía a la Europa Central, pueden convertirse en enemigos de la mañana a la noche.

Alemania ya se está replanteando seguir recibiendo gas ruso, cuando no hace mucho confesaba que sin él malo estaba el cuento para su país por falta de alternativas. España ha jugado también su carta, que a ver cómo se desarrollan los acontecimientos tras el feo a nuestro proveedor natural, Argelia, en favor de recuperar el afecto de Marruecos, ese vecino tan próximo y tan distinto que se ha salido con la suya marcando un póker de ases frente al Polisario.

Escuché hace pocos días con atención a la secretaria de Estado de Energía del Gobierno español, Sara Aagesen, en el Club Diálogos para la Democracia, en el que habló de las oportunidades que ofrece la transición energética a España. Y en su ponencia no hubo dudas al reafirmar que el ejecutivo que representa ve la transición con una no marcha atrás, sino como un paso adelante, pero casi al trote, y en busca de un solo horizonte, el horizonte verde.

Sobre el papel, espectacular. El amanecer se perfila como una pintura paisajística inglesa del siglo XVIII. Sin nucleares en el horizonte, con el mínimo gas posible, con las turbinas de los pantanos que un dictador multiplicó en su día a tutiplén y sin vehículos de combustión. Y todo renovable, con muchas placas solares y postes eólicos. Que la tierra genere su energía para poder poner la tele sin caídas del servicio y podamos cocinar y calentar nuestros hogares sin contaminar al mundo que nos rodea.

La cuestión está en saber a qué coste. Porque yo soy de la generación del ‘No a las nucleares’ (en mi región de origen tenemos una, la de Cofrentes, que visité de escolar y con un miedo pavoroso) y del sol español como garantía de energía limpia y barata. Pero la generación que me ha sucedido, nuestros hijos, siguen viendo las nucleares en funcionamiento y algunas placas por el campo y muy pocas en los tejados, y, eso sí, mucho poste aprovechando el viento pero con gran oposición de los ecologistas ¿de los ecologistas? ¿Cómo? ¿Por qué en 40 años las renovables no se han convertido en la referencia, sobre todo las vinculadas a aquello de lo que España disfruta como pocos países europeos: el sol?

Todo ello sin tener en cuenta la combativa posición de los ecologistas, que, lo que son las cosas, ven en algunos de los procesos verdes más contaminación, como es la elaboración de componentes para la electrificación de los vehículos que pongan fin a los fósiles, o el impacto ambiental que deploran de la colocación de generadores eólicos en las sierras y costas españolas. Por supuesto, del ‘chamusqueo’ de las tierras antaño agrícolas que alojan placas solares y que al corriente de los mortales, cuando las vemos mientras viajamos por carretera, nos parecen de lo más ecológico y natural.

Durante su intervención, Aagesen aseguró que el objetivo del Gobierno español es que Europa haga una reforma estructural del mercado “de forma urgente” que emita las señales adecuadas para el fomento de la transición y el fomento de renovables, pero sobre todo para consumidores e industria. “No puede ser que, en un país con tanta renovable marque el precio el gas cuando el 80% de las horas lo fijan tecnologías inframarginales. Esto tiene que cambiar”, dijo.

En la Universidad UDIMA se oferta el Máster en Energías Renovables y Eficiencia Energética