Archivos de Autor: Esther Pascua

Tras la estela de Humboldt

TRAS LA ESTELA DE HUMBOLDT
por Daniel Casado Rigalt

Han pasado casi sesenta años y el número 159 de la madrileña calle Serrano sigue irradiando actividad. Desde que se instaló aquí el Instituto Arqueológico Alemán en 1954, la contribución germana a nuestra arqueología ha sido una constante. El Instituto ha ejercido de hervidero científico con dinámica de embajada cultural y los vínculos entre investigadores germanos y españoles se han estrechado tanto que cada vez es más habitual la participación en proyectos comunes. La institución lucirá ahora nueva cara tras un paréntesis de dos años, en el que se han reformado las instalaciones. La anhelada reinauguración, el próximo 7 de marzo, merece un balance, un recorrido en el tiempo que desvele las claves de esa inercia integradora entre españoles y alemanes.
Hasta el siglo XVIII la mayoría de “abducidos por la cultura española” debían sus tendencias hispanófilas a la fascinación que les producía el Quijote o las excelencias literarias del Siglo de Oro. Johann Andreas Dieze, Friedrich Bowterwek o Ludwig Tieck son buenos ejemplos. El primer hispanófilo germano al que las enciclopedias reconocen por sus inquietudes antropológico-arqueológicas fue Alexander Von Humboldt, que abrió un surco de tradición filohispánica entre sus compatriotas tras un quijotesco viaje por España en 1799. Humboldt no era arqueólogo. Más bien era un naturalista polivalente adelantado a su tiempo, un geógrafo con ínfulas de explorador que se dio a la aventura sobre la grupa de un mulo cargado de instrumentos científicos. Una prestigiosa beca alemana, todavía vigente, lleva su nombre en homenaje al sabio prusiano.
Corrían las primeras décadas del siglo XIX cuando comenzó a despertarse entre los arqueólogos alemanes un interés creciente por la arqueología española. Uno de los primeros alemanes en sucumbir a los encantos hispanos fue Adolf Friedrich Von Schack, un fervoroso hispanista, de ascendencia aristocrática, que recorrió los restos arqueológicos árabes de la Península Ibérica en 1852. Más profunda aún fue la huella dejada por el historiador Emil Hübner, hijo del pintor Julius Hübner. Emil pisó tierras españolas por primera vez en 1860 y tras tres décadas escudriñando inscripciones y recopilando información logró confeccionar el Corpus Inscriptionum Latinarum, ese gran cerebro colectivo de la epigrafía latina que había apadrinado en sus inicios otro ilustre alemán del XIX: Theodor Mommsen. Hübner echó raíces en España, donde se interesó por todo el remanente arqueológico que había sido pasto del olvido y la indiferencia. Además, contagió su entusiasmo por la Antigüedad a colegas españoles de la talla de Manuel Gómez Moreno, Eduardo Saavedra, Fidel Fita o Aureliano Fernández Guerra. Fue entonces cuando se consolidaron las relaciones hispano-alemanas, con el krausismo como telón de fondo y en una suerte de simbiosis arqueológico-cultural de la que todos sacaron provecho, los españoles aprendiendo técnicas de investigación y los alemanes ampliando horizontes de estudio inexplorados hasta ese momento. Algunos han advertido visos de “colonialismo científico” en el interés alemán por nuestra arqueología y nuestro patrimonio histórico. Otros prefieren llamarlo patrocinio, intercambio cultural, proyección cultural… Lo que es indudable es que parte de nuestro legado arqueológico y epigráfico sobrevivió gracias al celo y la vocación de Hübner.
Mucho más discutidos han sido los juicios sobre Adolf Schulten, el arqueólogo alemán que aterrizó en Soria en 1905 dispuesto a emular a su compatriota Schliemann, el célebre descubridor de Troya. Gracias a las subvenciones del Kaiser Guillermo, Schulten comenzó desenterrando Numancia con el rigor propio de un profesional competente, pero su insolencia y falta de tacto con las autoridades culturales sorianas y madrileñas le privaron de culminar la excavación. Desautorizó a Eduardo Saavedra (su predecesor) y sus desplantes provocaron que se viera relegado por una comisión de la Real Academia de la Historia. El germano acabó conformándose con excavar los campamentos militares romanos desde los que se dirigió el principio del fin de Numancia en el 133 antes de Cristo. Salir tarifando de España no ayudó en absoluto a su reputación, que se deterioró aún más cuando su convicción de que la capital de Tartessos yacía en algún punto indeterminado del Valle del Guadalquivir se desmoronó. La obsesiva búsqueda de Schulten se saldó con el hallazgo de una villa romana allá por los años 20’ del siglo XX.
El contexto cultural de las dos primeras décadas del siglo vino condicionado por el escenario geopolítico. La Primera Guerra Mundial había extremado la rivalidad entre franceses y alemanes por extender su influencia en el resto de Europa, hasta el punto de que unos y otros se vieron envueltos en una silenciosa toma de posiciones. Es difícil valorar objetivamente las motivaciones culturales de las dos potencias europeas del momento. Lo único cierto es que los franceses fundaron en Madrid el Instituto Francés y la Escuela de Estudios Superiores Hispánicos poco antes de la Primera Guerra Mundial. Y entre 1918 y 1924, los alemanes respondieron creando el Centro de Intercambio Intelectual Germano-Español de Madrid. La política cultural exterior de Alemania en España se vio favorecida por el arraigo del hispanismo alemán y la progresiva orientación cultural española hacia Alemania. Buena muestra es la formación de jóvenes arqueólogos españoles (como Pedro Bosch Gimpera) en Alemania gracias a las becas de la Junta de Ampliación de Estudios.
Los felices años 20’ parecían el momento propicio para la consolidación de la arqueología alemana en España. Y entonces ocurrió. En 1929 tuvo lugar en Madrid la apertura de una nueva sede del Instituto Arqueológico Alemán. Nueva “sucursal”, aprovechando el tirón de la efemérides: primer centenario del Instituto. A partir de ese momento, se han sucedido los proyectos de colaboración entre españoles y alemanes. Especialmente sonados han sido los trabajos llevados a cabo en los yacimientos fenicios de la costa andaluza, la ciudad cordobesa de Medina Azahara y los estudios artísticos de la Casa Pilatos en Sevilla.

el renovado Museo Arqueológico Nacional, por Daniel Casado Rigalt

Tras cinco años de retoques museográficos y reformas estructurales el Museo Arqueológico Nacional vuelve a nosotros. En breve se abrirán de nuevo las puertas de la institución que echó a andar en 1867, cuando Isabel II estampó su firma en el decreto fundacional. Las primeras piezas -procedentes del Real Gabinete de Historia Natural y la Real Biblioteca – encontraron acomodo en el “Casino de la Reina” allá por 1871, pero desde 1895 es el Palacio de Bibliotecas y Museos – edificio bifronte en el que el Museo y la Biblioteca Nacional llevan hermanados más de un siglo – el lugar en el que pernoctan nuestros tesoros de más renombre.

Durante este siglo y medio han desfilado por la institución 18 directores y un sinfín de cargos administrativos, técnicos y directivos; se han afrontado crisis, polémicas, encuentros y desencuentros varios con temas político-ideológicos como telón de fondo. Ahora que el Museo Arqueológico Nacional ocupa páginas de periódicos con su esperada reapertura merece la pena una mirada retrospectiva con la vista puesta en las colecciones. Ellas son su gran aval, el mejor argumento para repeler las críticas de esa legión de escépticos para quienes el Museo Arqueológico Nacional ya no tiene sentido. Así la tachen de obsoleta, inactiva, decadente, rancia, tediosa y caduca; las reliquias del Arqueológico no han perdido poder de convocatoria. Mantienen aún esa pátina de misterioso atractivo que las convierte en únicas. Repasemos sus piezas estrella y su intrahistoria.

LA DAMA DE ELCHE y OTROS “INCUNABLES” DEL ARTE IBÉRICO: La Dama es, sin duda, la piedra angular del Museo, su icono, reclamo y estandarte. Vino al mundo moderno tras un azaroso golpe de azadón el 4 de agosto de 1897 cuando el campesino Manuel Campello Esclapez la rescató de las tinieblas subterráneas; y a los pocos días del hallazgo, Pierre París – un arqueólogo galo “enmascarado” en un sospechoso interés folclórico por el Misteri de Elx – llegó a Elche en representación del Museo del Louvre. Ahí empezó a labrarse el exilio de la Dama. Cuatro mil francos (algo menos de 6.000 pesetas, 36 euros) fueron suficientes para que el Doctor Campello, dueño de las tierras, se desprendiera de esta excepcional creación plástica ante la indiferencia y pasividad del Museo Arqueológico Nacional. Sus dirigentes se durmieron en los laureles y los vecinos de Elche elevaron a certeza la peor sospecha (perder la Dama) cuando comprobaron que se habían agotado las existencias de algodón en todas las farmacias de la ciudad. Al menos, se la llevaron a París “entre algodones”. Durante cuatro décadas de exilio forzado permaneció empotrada en una vitrina junto a una ventana. Otras piezas salidas de nuestro suelo – la esfinge de Agost o los relieves de Osuna – le hicieron compañía en la sala IV del Louvre. La suerte de la Dama cambió para siempre cuando la Francia del mariscal Pétain instaló el “gobierno Vichy” en connivencia con Hitler. París fue tomada por los nazis y la Dama contempló en primera fila las turbulencias de una ocupación histórica. En pleno arrebato de cordura, las autoridades culturales francesas concedieron la “carta de libertad” a la Dama en 1940. Amnistiada por la coyuntura histórica, la pieza emprendía el camino de vuelta a casa después de 40 años de cautividad. Se trataba de una compensación francesa por el papel de neutralidad de España en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. En el mismo lote, España recuperó la Inmaculada de Murillo, el tesoro visigodo de Guarrazar y el archivo de Simancas. El Museo del Prado fue la morada elegida para el reposo de la Dama tras el destierro en la capital gala. Recibida con honores de reina, su repatriación y simbología no tardó en ser incorporada al discurso ampuloso del caudillo. Desfiló por el NO-DO y su efigie fue estampada en billetes de 1 peseta en el año 1948. El icono encajaba perfectamente con la imagen que el régimen franquista quería transmitir a sus súbditos: una, grande y libre. Ya en el ocaso de la dictadura, se produjo un nuevo traslado. Tras treinta años de provisionalidad, en 1971 el busto ilicitano emprendió su último cambio de aires: el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Desde entonces, ha presidido la sala ibérica del Museo. Siempre mágica, envolvente y seductora, sigue siendo el principal reclamo de la institución y foco de todas las miradas. A falta de fotografías, la estampa de esta diosa de piedra es la mejor instantánea que la cultura ibérica podía legarnos. Otras de las piezas ibéricas que más interés despiertan son la bicha de Balazote y la leona de Baena.

LAS OTRAS DAMAS DEL MUSEO: Aunque eclipsadas por la Dama de Elche, otras piezas ibéricas del Museo Arqueológico Nacional reclaman protagonismo. Es el caso de la Dama de Baza, encontrada en septiembre de 1970 por Francisco José Presedo Velo dentro de una cámara funeraria con un rico ajuar de ultratumba. Otra de las ilustres es la Gran Dama oferente del Cerro de los Santos, datada entre los siglos III y II antes de Cristo, y cuyo gesto “petrificado” en caliza nos transporta hasta los ambientes rituales de la cultura ibérica. Algo más antigua – siglo VII antes de Cristo – es la Dama de Galera, concebida en alabastro y emparentada, por sus rasgos estilísticos, con la cultura fenicia. Completa el elenco la Dama de Ibiza, una creación plástica en arcilla de la diosa Tanit encontrada en la necrópolis ibicenca de Puig dels Molins y datada en el siglo III antes de Cristo.

TESORO DE GUARRAZAR: El tesoro de Guarrazar es al arte visigodo lo que la Dama de Elche al arte ibérico. Y no solo comparten etiqueta, han llevado vidas paralelas: ambos fueron devueltos por las autoridades culturales francesas en 1940 tras ser arrancados del subsuelo español en circunstancias similares. Guarrazar (paraje del término toledano de Guadamur) pasó a los anales de la arqueología patria en agosto de 1858 cuando un golpe de suerte en forma de aguacero dejó al descubierto un amasijo de metales nobles. Aquel fue el primero de los lotes que vieron la luz. Lo componían coronas votivas, cruces de oro y objetos litúrgicos que habían sido ocultados bajo tierra ante la inminencia de la invasión musulmana a principios del siglo VIII. Otras piezas del tesoro rescatadas de las entrañas toledanas en distintos momentos acabaron en estantes de joyerías toledanas hasta que un profesor de francés (Adolfo Herouart) y un diamantista (José Navarro) recopilaron las dispersadas reliquias gracias a sus conocimientos en joyería antigua. No solo se rascaron el bolsillo para comprar las piezas, sino que adquirieron los terrenos en cuyo lecho habían aparecido para “rebañar” alhajas que hubieran quedado allí. Cualquier atisbo de apego al patrimonio nacional o amor a la historia patria, por parte de los señores Herouart y Navarro, se convierte en espejismo cuando uno se enfrenta a la realidad de los hechos: la venta del tesoro de Guarrazar. El estado francés se lo llevó por 100.000 francos y las nuevas coronas que lo formaban pusieron rumbo al museo parisino de Cluny en 1859. Afortunadamente, algunas de las piezas no salieron nunca de España. Una corona y un brazo de cruz procesional dorada, con perlas y zafiros incrustados, encabezan esa parte del tesoro que se salvó de la venta. Transcurrieron los meses y mientras las autoridades culturales españolas digerían su desidia (habían dejado escapar el tesoro) apareció en escena un tal Macario. El susodicho entregó otro lote de alhajas (que pusieron rumbo a la Real Armería de Madrid) previo pago de 40.000 reales, al tiempo que confesaba, arrepentido, el destino de otro lote del tesoro. Varios cinchos de oro, un vaso eucarístico dorado en forma de paloma y otras tantas piedras preciosas habían sido fundidas en crisoles. El punto de inflexión en la biografía del tesoro de Guarrazar fue el año 1940, cuando el gobierno Vichy accedió a devolver parte del tesoro (seis de las nueve coronas) a cambio de un retrato de Doña Mariana de Austria, obra de Velázquez; otro de Antonio Covarrubias, pintado por el Greco; un cartón de Goya y una colección de dibujos franceses del siglo XVI.

LOS TOROS DE COSTITX: Tres cabezas en bronce del santuario balear de Costitx, aparecidas en el subsuelo mallorquín en 1894, representan uno de los ejemplos más tempranos de culto al toro en territorio nacional. Según algunos, las cabezas eran mascarones de proa capturados por los piratas talayóticos.

LA COPA DE AISON y LA ESTATUA SEDENTE DE LIVIA: Aunque la huella griega es escasa en la Península (con Ampurias como yacimiento señero) y también en las vitrinas de nuestros museos, el Museo Arqueológico Nacional puede presumir de tener una obra maestra: la copa de Aisón. Se trata de un kylix elaborado por Aisón (afamado artista ateniense) en la Grecia del siglo V antes de Cristo. La historia de la pieza merece un análisis. Formaba parte de la colección amasada por el Marqués de Salamanca en sus viajes y excavaciones en Italia (antigua Magna Grecia), pero tras un desesperado intento del Marqués por evitar la ruina recurrió a la venta de sus más valiosas colecciones en 1874. Idéntico destino tuvo la estatua sedente de Livia Drusila, una escultura de mármol del siglo I que recaló en los expositores del Museo junto a otras ánforas, hidrias y cráteras griegas de valor incalculable.

EL BOTE ó PÍXIDE DE ZAMORA: Es la joya islámica del Museo. Una urna de marfil de elefante, tallada en la Córdoba del siglo X, que apareció entre los detritos arqueológicos de Medina Azahara. ¿Por qué la denominación zamorana? Antes de ocupar una vitrina en el Arqueológico Nacional, había formado parte del llamado “tesoro de la catedral de Zamora”. Además el artista que concibió la pieza era conocido como “Maestro de Zamora”, tal como reza una inscripción.

EL PUTEAL DE LA MONCLOA: Se trata de un brocal de pozo con relieves decorados, datado en la Antigua Roma del siglo I después de Cristo. La pista sobre la historia de la pieza se pierde antes de 1654, año en el que el puteal pertenecía a la reina Cristina de Suecia. Al morir la soberana nórdica la excepcional pieza fue pasando de mano en mano hasta que Felipe V se hizo con ella a principios del siglo XVIII.

Centenario del «héroe de Numancia». En breve se cumplirán 100 años de la muerte de Eduardo Saavedra

EDUARDO SAAVEDRA, UN HÉROE A LA SOMBRA

Daniel Casado Rigalt (UDIMA. Universidad a Distancia de Madrid)

En todos los colectivos existe un código no escrito que mide la gloria profesional. Los escritores sueñan con el Nobel; los periodistas con el Pullitzer; los futbolistas con el Mundial. Y los arqueólogos alcanzan el clímax cuando se les reconoce como descubridores de una ciudad perdida o una insigne reliquia. Hoy, ese “medallero arqueológico” es tan universal que se recita como la tabla de multiplicar: Troya es a Schliemann lo que Machu Pichu es a Hiram Bingham o la ciudad de Ur a Leonard Woolley; y el tesoro de Tutankamon es a Howard Carter lo que la Dama de Elche es a Manuel Campello o la Dama de Baza a Presedo Velo. Incluso algunos se colgaron más de una medalla, como Heinrich Schliemann, que ha pasado a la historia por desenterrar Troya (en la costa turca) y la ciudad griega de Micenas. Descubridores y tesoros conforman una nómina que empezó a completarse en la segunda mitad del siglo XIX, cuando el patrimonio arqueológico mundial no tenía dueño y las reliquias se adjudicaban al mejor postor. Aunque en la mayoría de los casos las autorías no ofrecen dudas, la sombra de la sospecha recae sobre algunas atribuciones que requieren ser revisadas. Es el caso de Numancia, donde hace ahora un siglo y medio que se pusieron en marcha las primeras excavaciones de cierta entidad. La efemérides merece un análisis.
Una de las figuras más controvertidas que desfiló por las ruinas numantinas fue el alemán Adolf Schulten, un ególatra maquiavélico chapado a la alemana, a quien no se le ocurrió mejor frase para definir a Soria y a sus vecinos que la gabachada de que África empieza en los Pirineos. De él cuentan sus biográfos que cuando llegó a Soria en 1905 se colgó, sin corresponderle, la medalla al mérito descubridor de Numancia. Hacía años que ya se daba por descubierta. Según las enciclopedias del siglo XIX, el “primer excavador de la ciudad ibérica de Numancia” (en aquellos años nadie reconocía en Numancia la huella celta y su naturaleza – reconocida hoy sin titubeos – celtibérica) había sido el ingeniero tarraconense Eduardo Saavedra entre 1861 y 1866. Un reconocimiento de justicia que también conviene matizar. La primera remoción de tierras llevada a cabo por el catalán en el Cerro de Garray databa de 1853, cuando apenas “picoteó” el fecundo pasto arqueológico de una Numancia todavía inexplorada. De esta esporádica campaña no ha quedado constancia documental, como tampoco de la de 1803. Aquel año ya lejano Juan Bautista Erro, un carlista recalcitrante inmerso en las teorías vascoiberistas, trató de darle sentido a la Numancia arqueológica desde sus mal encauzados conocimientos de filólogo. La crítica ha acabado relegando su aportación a delirio anacrónico sin atribuirle siquiera el reconocimiento de “primer excavador de Numancia”.
Dando por oficial (aunque los hechos lo contradigan) que Eduardo Saavedra es el primer excavador de Numancia, todavía quedaría pendiente otro asunto: ¿Quién ubicó Numancia en el Cerro de Garray? Aunque tengamos la tentación de atribuirle a Saavedra este mérito, antes que él ya había sido objeto de discusión por parte de otros estudiosos. Hagamos crónica retrospectiva.
En pleno siglo XVI Ambrosio de Morales y Antonio de Nebrija habían especulado con la posibilidad de que Numancia se escondiera bajo el Cerro de la Muela, en la localidad soriana de Garray. El tema ya había centrado unos años atrás la correspondencia epistolar sostenida entre el erudito Fray Antonio de Guevara, por un lado, y el duque de Nájera (don Antonio Manrique) y su hermano el arzobispo de Sevilla, por otro. El discutido obispo cántabro Antonio de Guevara fue el primero en “hacer diana” con la ubicación geográfica de unas ruinas que algunos se atrevían a situar en Zamora. Pero el instinto historiográfico nos dice que muy posiblemente Guevara se hizo eco de una evidencia que bien pudo haber pergeñado otro historiador, humanista o polígrafo que no lo dejó escrito. Estamos ante un caso repetido ad infinitum: la gloria no es para el que la merece sino para el que la publicita. El revisionismo histórico ha demostrado múltiples casos de descubrimientos científicos atribuidos injustamente a quien menos lo merecía: Einstein hizo suyos descubrimientos de Voight y Poincaré sobre la teoría de la relatividad; y Newton le sacó el jugo a las conclusiones obtenidas por Hook acerca de la gravitación universal, lo mismo que Caramuel le puso en bandeja a Leibniz lo que había descubierto acerca del sistema binario.
En cualquier caso, Saavedra – verdadero promotor de las excavaciones de las que ahora se cumplen 150 años – es un referente fundamental de la crónica arqueológica numantina y se le considera uno de los pioneros de la arqueología en España, aunque procediera del campo de la ingeniería. En 1851 fue destinado a Soria, donde tomó posesión como Delegado de Obras Públicas y recorrió en solo dos años toda la altiplanice de la provincia para proyectar carreteras, ensanches urbanos y desecaciones de lagunas. Curtido desde entonces en los cierzos meseteños y hermanado con el subsuelo soriano, fue uno de los primeros profesionales que repararon en la riqueza arqueológica de nuestros “sótanos” cuando los que desempañaban tareas de arqueólogos no eran precisamente arqueólogos. Él era hijo de militar y desde joven mostró maneras de alumno aventajado en todo lo que hacía. No solo fue número uno de su promoción de ingenieros de Caminos, donde coincidió con el Nobel José Echegaray y el político riojano Práxedes Sagasta, sino que llegó a formar parte de la comisión internacional para mejorar el canal de Suez; y fue miembro de tres reales Academias (Historia, Lengua y Ciencias), destacado arabista y humanista todoterreno con vocación universal. Realizó también incursiones en el mundo de la epigrafía, llegando a confeccionar incluso el inventario epigráfico de la provincia de León.
Saavedra descubrió su vocación anticuaria en pleno ejercicio de su profesión (ingeniero ferroviario) cuando sus excavadoras dejaron a su paso un reguero de reliquias entre 1853 y 1861 por donde antiguamente pasaba una importante calzada romana entre las antiguas ciudades romanas de Uxama (Burgo de Osma, Soria) y Augustobriga (Muro de Ágreda, Soria). Como prueba de la recolecta arqueológica de Saavedra en tierras sorianas se conserva en la Real Academia de la Historia un expositor de madera fosca repleto de fíbulas, anillos, hachas de bronce y cuentas de collar. Celtíberos distraídos y legionarios despistados se las dejaron por el camino y el ingeniero catalán las encontró mientras colocaba los rieles de la red ferroviaria soriana. El tarraconense aprovechó los hallazgos para estudiar la vía romana entre Uxama y Augustóbriga. El estudio de Saavedra es considerado como el primero rigurosamente científico de una vía romana en España, hasta el punto de que, quince décadas más tarde, especialistas en la materia apenas han matizado o corregido sus interpretaciones. El acierto en su esforzado trabajo – que basó en la correspondencia entre el registro arqueológico de miliarios y mansiones y tres fuentes básicas en este campo: el Itinerario de Antonino, los vasos de Vicarello y el códice Peutinger – le abrió las puertas de la Real Academia de la Historia. Tenía solo 32 años, y una dilatada experiencia como ingeniero a la que acababa de sumarse una vocación larvada durante años: la de arqueólogo.
Su estudio de la vía romana de Uxama a Augustobriga fue la antesala de las excavaciones de Numancia de 1861, el mismo año que Francia había empezado a extender sus tentáculos coloniales sobre la Europa arqueológica. Vergina – donde se asentaba la antigua capital de Macedonia: Egas – conoció antes que nadie la invasión arqueológica de los gabachos cuando todavía no se había producido en territorio hispánico el desembarco de arqueólogos (o pseudoarqueólogos) que administrarían gran parte del patrimonio arqueológico. Por espacio de más de cinco años (1861-1866) Saavedra y sus peones sacaron a la luz las primeras estructuras arqueológicas documentadas en el yacimiento. Aquel lustro de excavaciones nos dejó como legado una memoria, sin publicar, firmada en coautoría con el dramaturgo, escritor y arqueólogo Aureliano Fernández-Guerra.
De los cinco años que Saavedra empleó en excavar Numancia en la década de 1860′ poco ha trascendido. Las ruinas sorianas cayeron en un largo silencio que duró hasta 1902, cuando el alemán Adolf Schulten visitó Numancia por primera vez. El profesor de Erlangen tuvo conocimiento de los trabajos de Saavedra, con quien entró en contacto para pedirle publicaciones, planos y material inédito, que le proporcionó el tarraconense. Además le allanó el camino en asuntos administrativos de permisos y le puso en contacto con el mundo político y cultural soriano. Tras un largo paréntesis, Saavedra reaparecería en Numancia en 1906 como director de la Comisión Ejecutiva. Eran otros tiempos. Tenía ya más de 70 años y desde hacía tiempo anidaba en su cabeza una sospecha que acabaría convirtiéndose en su última contribución a la arqueología numantina. Según el ingeniero catalán, existieron tres Numancias: la que sucumbió al cerco de Escipión en el verano del 133 antes de Cristo; la edificada en el siglo I antes de Cristo tras reducir a escombros los restos de la aniquilada ciudad arévaca; y otra ciudad más urbanizada, de época imperial romana, que se alargaba hasta el siglo IV de nuestra Era. Unas encima de otras.
Saavedra falleció en 1912, pero le legó a su sucesor (José Ramón Mélida) los conocimientos técnicos necesarios para llevar a Numancia a lo más alto del panorama arqueológico nacional. Maestro y discípulo escribieron la página más gloriosa de la Numancia contemporánea.

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La Numancia polémica: de Schulten a los Marichalar

La primera polémica conocida de la Numancia arqueológica se la debemos a Adolf Schulten. El profesor alemán, que no pasará a la historia por sus dotes diplomáticas, llegó a Soria en 1905 dispuesto a emular a su compatriota Schliemann, que había desenterrado Troya y Micenas treinta años antes. La aventura duró solo unos meses, los que tardó Schulten en provocar la aversión instantánea del entorno soriano. Había logrado soliviantar al estamento soriano y madrileño tras publicar escritos hirientes sobre el analfabetismo y atraso de una Castilla “de navaja y pandereta”. Por si fuera poco, ninguneó al arqueólogo que le había precedido en Numancia: Eduardo Saavedra. Sus desplantes y falta de tacto los pagó viéndose relegado de la excavación. A cambio, se le compensó con una “misión menor”: localizar los campamentos romanos de asedio. Para él fue un relevo con sabor a derrota y para el resto de implicados fue una declaración de intenciones: “España (o sea Numancia) para los españoles” y “los campamentos romanos (o sea las posesiones del invasor), para los extranjeros”. El germano se retiró del yacimiento estrella en 1906 sin saborear los réditos del reconocimiento académico y, para regocijo de arqueólogos y colegas españoles, el “trono” de la dirección recayó de nuevo en el veterano ingeniero tarraconense Eduardo Saavedra. Schulten se llevó la enemistad del estamento soriano pero, tal vez como venganza, también se llevó consigo varias cajas de materiales que pernoctan todavía en el Museo de Maguncia. A pesar de todo, es innegable su contribución a la arqueología numantina, especialmente en el ámbito de la poliorcética o asedio militar.
La última polémica declarada en Numancia se remonta al año 2007 cuando un Plan Urbanístico aprobó la construcción del polígono industrial “Soria II”. El primer afectado: el yacimiento arqueológico; el segundo: el patrimonio familiar de los Marichalar, dueños de 117 hectáreas a cinco kilómetros de Soria capital. Una expropiación forzosa para llevar a cabo el proyecto urbanístico desató el lío. Los Marichalar, que ya sufrieron una expropiación hace 20 años, solicitaron la ayuda de Europa Nostra, la Federación Europea de Patrimonio Cultural, a principios del 2011 para evitar que siguieran adelante los proyectos urbanísticos que amenazan Numancia y su entorno. Muchos dudan de que los Marichalar hablen desde la desprendida generosidad. Pero lo cierto es que han abanderado la causa cultural, saliendo en defensa del patrimonio y proponiendo incluso (algo insólito) que conviertan en terreno rústico zonas declaradas como urbanizables. De momento, la amenaza va tomando cuerpo: ya se han puesto en marcha los trabajos preliminares para construir 300 viviendas cerca del campamento romano de Alto Real, excavado por Schulten en la primera década del siglo XX. ¡Si el alemán levantara la cabeza!.

la UDIMA en el congreso sobre celtas, celebrado en Ávila

Los pasados días 6 y 7 de mayo los profesores del grado de Historia de la UDIMA Alberto Jesús Arenas Esteban y Daniel Casado Rigalt participaron, con sendas ponencias, en el V Congreso Transfronterizo de Estudios Celtas, celebrado en Ávila. El profesor Arenas dio a conocer los resultados sobre la excavación arqueológica llevada a cabo en la villa romana de Cuevas de Soria (Soria) y la ponencia del profesor Casado versó sobre la evolución del celtismo en la arqueología española del primer tercio del siglo XX a través de la mirada del arqueólogo José Ramón Mélida. Además, la profesora de la UDIMA Ruth Amarilis Cotto Benítez participó en el Congreso como coordinadora del evento. Las ponencias del congreso resultaron, sin duda, de una gran contribución científica, en la que participaron especialistas de varias universidades, instituciones y centros españoles; además de profesores de universidades portuguesas y brasileñas.

un profesor de la UDIMA en el programa «Cuarto Milenio»

El pasado domingo 24 de abril de 2011 se emitió en el programa de Iker Jiménez «Cuarto Milenio» (canal Cuatro) un reportaje sobre el sacerdote y erudito Padre Ubach en cuyo debate tuvo el gusto de participar el profesor de la UDIMA Daniel Casado Rigalt. El Padre Ubach fue un incansable viajero que visitó los lugares santos de Oriente a principios del siglo XX con el fin de documentar los episodios de la Biblia que, desde niño, le habían llamado la atención. Fundó el Museo de Montserrat y publicó la primera edición catalana de la Biblia, pero sobre todo vivió todo tipo de peripecias recorriendo los yacimientos arqueológicos que eran considerados escenarios bíblicos y recogiendo piezas que nutrirían las vitrinas del futuro Museo Bíblico de Montserrat. Merece la pena echar la vista atrás y analizar (con interesantes imágenes, recreaciones y entrevistas) la vida y obra de este peculiar monje benedictino que se rindió a los encantos de Oriente y que coincidió en su aventura con insignes arqueólogos como Leonard Woolley y su acompañante Agatha Christie. Que lo disfrutéis:

http://www.youtube.com/watch?v=QIMC7pUvHWU

http://www.youtube.com/watch?v=6XMfQTfgHzc&feature=related

Un abrazo