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Por Mercedes Pineda (alumna del Máster de Psicopedagogía) y la profesora María Matarranz.

No hace falta decirlo, la sociedad está cambiando. De hecho, vemos que los cambios sociales acontecen cada vez más rápido, la evolución social que hemos vivido en los últimos tiempos ha sido feroz.

Dentro de un tiempo, cuando volvamos la vista atrás y pensemos en los aspectos que marcaron el inicio del siglo XXI, probablemente pensaremos en la crisis sanitaria actual. Pero, sin quitarle protagonismo a este hecho, nadie puede negar que el comienzo de milenio ha supuesto una revolución marcada por las mujeres. Y es que uno de los cambios más evidentes ha sido la transformación del papel social de la mujer.

Si bien es cierto que los primeros movimientos para la defensa de los derechos jurídicos de la mujer se remontan, en Europa, a finales del siglo XIX y que muchos de estos derechos se fueron adquiriendo progresivamente (derecho al trabajo, al voto y a la educación, posteriormente), durante el siglo XX se recondujeron las iniciativas de igualdad hacia otros terrenos como el económico o el de representatividad política.

Hoy en día, en la segunda década del siglo XXI, y gracias a esas primeras semillas, somos testigos de un movimiento feminista cada vez más fuerte, ejemplo de ello es la iniciativa #MeToo en contra del acoso y de las agresiones sexuales que ha recorrido el mundo. Este impulso feminista ha supuesto un gran cambio, pero sin duda, aún queda mucho por hacer. Las mujeres siguen aspirando a erradicar la violencia de género, la discriminación, la insuficiente participación en la toma de decisiones, aspiran a un reparto equitativo de los tiempos, a acabar con las brechas salariales, a romper los techos y muros de cristal (Varela, 2017).

Socialmente tenemos asumido que, en la mayoría de los casos, los hombres son los que mandan, los que escriben, los que toman decisiones, los que tienen más oportunidades, los que triunfan en el mundo laboral, los que ocupan el mundo público… Hacer reflexionar a la sociedad de que este hecho todavía sigue formando parte del presente no es algo fácil, ya que supone cambiar las mentalidades, he aquí el principal problema que debemos abordar si como sociedad queremos conseguir una igualdad real.

Llegados a este punto es importante señalar nuestro convencimiento de que la educación es una de las llaves que abre la puerta a los cambios sociales, por tanto cabe plantearse: ¿cómo podemos, desde la educación, difundir y fomentar igualdad? Una de las respuestas a esta cuestión pasa por tomar conciencia de la importancia de trabajar la coeducación a nivel del aula. Y ¿cómo podemos integrar la coeducación como un elemento básico en las aulas?

Usar un lenguaje inclusivo, revisar y elegir los materiales didácticos y los libros de texto que no contengan mensajes sexistas y estereotipados; revisar el ‘currículum oculto’; mostrar figuras femeninas de la misma manera que mostramos figuras masculinas en la ciencia, en la historia o en la literatura; propiciar situaciones que rompan con los estereotipos y hagan reflexionar al alumnado sobre estas cuestiones, plantear debates y fomentar el pensamiento crítico en las y los estudiantes. Estas son algunas de las muchas iniciativas pedagógicas que se pueden llevar a cabo bajo el paraguas de la coeducación.

Es hora de trabajar desde la educación para construir un mundo habitable para hombres y mujeres, donde puedan vivir y desarrollarse plenamente y puedan ser educados desde la igualdad. Es necesario integrar la coeducación en las aulas como un elemento transversal si queremos conseguir la formación de una sociedad democrática igualitaria en la cual no se discrimine a nadie por su género. La educación es clave para cambiar estos mensajes, romper con los estereotipos de género y con los modelos de comportamiento que son transmitidos de generación en generación. Hagámonos esta pregunta, ¿qué pasaría si la princesa hubiera rescatado al príncipe? ¿Qué pasaría si nos contaran la historia diferente?