Tras el parto, el postparto y los primeros meses de dudas, de ensayo, prueba y error, y de muchos miedos, parece que llegan momentos de calma. Cuando se llega al año de edad, los cambios en los niños no son tan frecuentes y los padres parecen relajarse un poco. Pero pronto todo volverá a cambiar. En torno a los dos años, comienza la fase más temida de todos, los terribles dos años, o los temidos dos años. Es una época en la que los niños comienzan a tener cambios de humor, tienen esas rabietas incomprensibles porque, por ejemplo, quieren llevar unos calcetines rosas en vez de los que ha preparado el padre.
Enfrentarse a esta época requiere de mucha paciencia y los padres deben de conocer qué pasa en el cerebro de su hijo para que actúen de esa manera un tanto inexplicable para ellos. Por eso, la formación y la educación es clave para poder enfrentarse a estos temidos dos, y también hacerlo desde la crianza respetuosa, que basa la educación en el respeto a los niños, respetando sus niños, validando sus emociones y tratándoles como personas.
Ahora bien, Natalia Sánchez, profesora de Magisterio de la Universidad a Distancia de Madrid, UDIMA, recuerda que “no todos los niños pasan esa etapa y no todos a los dos”, ya que habrá algunos que se adelante esa etapa y otros la vivan a los 30, pudiendo vivirla de una manera más o menos intensa o reproduciendo unos u otros comportamientos.
La experta en Infancia y en Emociones, que también dirige el Máster en Formación del Profesorado de Secundaria de la UDIMA, explica cuáles serían los métodos que pueden usar los padres para enfrentarse a esta temida época.
Lo más importante es saber que “nosotros somos los adultos y los que tenemos herramientas como la paciencia, el humor y el saber esperar aunque estemos en público, nos miren, nos parezca que nos juzgan… esperar a su lado indicando que cuando se le pase estaremos disponibles para un abrazo es lo que necesita la mayor parte de los niños que sufren una rabieta”.
Otra de las clave es saber por qué le pasa eso a los niños. Sánchez explica que “su cerebro es inmaduro, se están dando muchos cambios en muy poco tiempo y el encargado del control emocional está desbordado de tanto gestionar”.
A esto hay que añadir otros apetitos básicos, como el hambre, el cansancio o la necesidad de mimos, que siguen siendo una parte vital para los niños. Por tanto, todo ello conjugado, “tenemos el cocktail perfecto”, afirma Sánchez.
La experta en Infancia tranquiliza a los padres diciendo que “si nuestra respuesta es adecuada, poco a poco esas rabietas irán mejorando en duración, intensidad y asiduidad”.
Asimismo, otra de los métodos que pueden desarrollar los padres para esos momentos de rabietas de los niños es adelantarse a las necesidades siempre que sea posible. Y es que precisamente, la ruptura de su rutina, como la de la siesta o la cena, sin olvidar la circunstancia especial de la llegada a casa de un hermanito, puede desencadenar estos episodios de rabietas.
Por eso, “conocer sus necesidades y adelantarnos siempre que sea posible evitará rabietas, aunque posiblemente no todas, pues es un acto madurativo”, afirma Sánchez, añadiendo que “eso significa que están creciendo y aunque la representación no es lo más positivo, debemos apoyarnos en que el motivo sí lo es”.
La adolescencia, otra época temida por los padres
Si los temidos dos son muy temidos por los padres, la adolescencia también lo es. Pero la situación es más o menos similar. La profesora de la UDIMA recuerda que en la adolescencia “se da de nuevo un crecimiento muy brusco y el encargado en el cerebro de controlar las emociones se satura, se desregula y hay que volver a entrenarlo para que funcione correctamente”.
De hecho, todo lo que se ha hecho en los temidos dos, se puede aplicar durante la adolescencia. Así, Sánchez destaca que “hay que tener presente que no es algo personal contra nosotros, aunque así lo parezca o incluso nos lo digan, sino que forma parte de su crecimiento, de su último salto importante hacia la edad adulta y que su cerebro emocional está controlando casi todos sus comportamientos, sobre todo los más desadaptados y llamativos”. Eso “nos ayudará a dar una respuesta a su necesidad y no tanto a su comportamiento”.
La tarea del adulto, de los padres, tutores o educadores es “hacer un esfuerzo por mantener la calma, por dar ejemplo y, por supuesto, por tratar con respeto y cariño, incluso flexibilizando algunos límites, podrá mejorar la tirantez de las relaciones”.
Eso sí, Sánchez advierte que “aquí los tiempos son mayores hasta ver sus frutos en comparación con los pequeños de dos años”. Lo importante es hacer saber a los adolescentes que “nuestro cariño será incondicional, a pesar de sus comportamientos”.
Teniendo todo esto en cuenta, los padres sólo tienen que dar lo mejor de sí mismos, saber que se trata de una fase, de que todo pasará, y que el respeto y el cariño harán que sus hijos sean autónomos, independientes y autosuficientes en la edad adulta gracias a la educación que le han dado, una crianza respetuosa que siempre agradecerán.