Educar es un proceso lento. Las prisas en la escuela frustran a muchos maestros y desmotivan a los alumnos que, en innumerables ocasiones, adquieren un sinsentido de conceptos sin asimilar.
La idea de que el ritmo de la escuela es vertiginoso, acelerado y además impide un desarrollo personal equilibrado de los niños, es en la actualidad objeto de preocupación de muchos educadores y padres.
En 1992, Maurice Holt afirmaba “Las escuelas lentas propician el descubrimiento del gusto por el saber, mientras que las rápidas dan siempre las mismas hamburguesas”. Holt, profesor emérito de Educación en la Universidad de Colorado, sugirió en 2002 la importancia de comenzar el movimiento de la escuela lenta en su artículo Itś Time to Start the Slow School Movement (Es el momento de empezar el Movimiento de la Escuela Lenta). En él hizo una declaración de principios relacionando la lentitud que debe impregnar la educación y la escuela, con la necesidad de reaccionar frente a un modelo educativo basado en la medida de procesos y resultados, en la uniformidad y en la programación previsible.
Este modelo se opone así a las escuelas que centran sus fines en la obtención de resultados medibles. Si la evaluación de resultados es la única medida de los objetivos, ¿dónde quedan las experiencias educativas y aspectos como la “creatividad, el pensamiento crítico, la capacidad, la motivación, la persistencia, el humor, la fiabilidad, el entusiasmo, el civismo, la autocociencia, la autodisciplina, la empatía, el liderazgo y la compasión”? (p. 268).
En 2004, el escritor escocés Carl Honoré influye en el nacimiento y la extensión del movimiento lento en el mundo cuando publica su libro Elogio a la lentitud. En dicho ensayo señala la importancia de tomarse el tiempo necesario para hacer las cosas al ritmo apropiado.
El maestro y Director de escuela Joan Doménech Francesch escribe a este respecto Elogio de la educación lenta, en 2009. Un libro en el que elogia la educación lenta como medio para respetar los ritmos de la infancia y garantizar así un crecimiento armónico y equilibrado de niños y niñas que tenga en cuenta razón y emoción, mente y espíritu. El autor, tomando el título de Honoré (2004), propone una reflexión sobre el tiempo y la forma de organizarlo y gestionarlo en la escuela.
Señalando algunos autores que reflexionan sobre el tema y a los que es interesante leer, cabría mencionar, por ejemplo, a Gianfranco Zaballoni. En su artículo Por una pedagogía de caracol (2010) reflexiona: “¿Tenemos que correr verdaderamente en la escuela?, ¿debemos por fuerza secundar una sociedad que impone la prisa a cualquier coste?” (p. 23).
P.J. Díaz Tenza expone en su libro Hacia una nueva escuela (2017): “La rigurosa geometría de la escuela fabrica niños reproductores, no niños pensantes. El temario impera, el curso avanza y la guía del profesor manda. El conocimiento se ofrece encapsulado y esto dificulta su digestión” (p. 66).
En cuanto al tiempo y al horario distribuido por disciplinas en la escuela, K. Robinson y L. Aronica señalan en 2016 que “es una de las características más exasperantes del horario convencional: tener que dejar una actividad antes de terminarla. En Escuelas creativas. La revolución que está cambiando la educación, publicado ese mismo año, argumentan: Si el horario es más flexible y personalizado, favorecerá sin duda el plan de estudios dinámico que los alumnos necesitan en la actualidad” (p.135).
La educación lenta, explica Doménech, resiste el ritmo que nos marcan sectores de la sociedad, de la administración, del sistema… Y que están caracterizados por una velocidad y una gran cantidad de conceptos a tener en cuenta y trabajar, pero que sin embargo no llegan a ser asimilados. El autor propone en su libro 15 principios para entender la educación. Principios que subrayan sobre todo una concepción global de la educación en la que el tiempo debe ser redefinido y en el que la prioridad debe ser la calidad en el aprendizaje. Pero quizás lo más destacable del libro son las 25 propuestas para desacelerar el tiempo en la escuela, medidas que posiblemente habrán sido debatidas por muchos maestros, pero que el tiempo no les posibilitó llevar más allá.
Esta corriente pedagógica es a mi entender una propuesta para repensar la educación escolar, una oportunidad para reflexionar sobre nuestra excesiva preocupación por las programaciones, los contenidos, la evaluación y el cumplimiento de los tiempos establecidos para todo ello. Como señala Doménech, el currículo actual ya refleja algunas ideas que se acercan a la educación lenta cuando habla de competencias, flexibilidad, autonomía, … a menudo el cambio es cuestión de actitud.
Entender que la educación es una actividad lenta merece al menos un tiempo de reflexión por parte de los educadores. “No puede haber orden cuando hay mucha prisa” decía Seneca. A fin de cuentas, las prisas nunca han sido buenas.